El inicio de todo

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Se conocieron a temprana edad, en esos momentos donde uno era un pequeño gran desastre a tan corta edad, y el otro era un muchacho el cual tenía grandes aspiraciones a seguir el trabajo de su padre y llegar a ser de aquellos que protegían a la nobleza.

Eran muy pequeños y aún así recordaban con claridad como se conocieron. El príncipe Allen siempre huía de todas las sirvientas que allí amenazaban con darle una ducha o simplemente hacerlo comer sus verduras, si, cosas tontas, pero no para un pequeño de seis años para él podían llegar hasta ser carreras de vida o muerte, vencer o ser vencido.

En una de sus tantas carreras hacia uno de sus muchos escondites en los jardines reales, se topó con el muchacho.  Bart volteaba cada segundo hacia atrás checando que aún conservará su ventaja, eso ocasionó que no se diera cuenta por dónde iba, topándose con Jaime ocasionando que Ambos tropezarán gracias a lo distraídos que iban y el pequeño príncipe cayera al suelo.

– ¡Niño tonto, ahora ya no tengo ventaja! – le reprochó al mayor desde él suelo, acomodando algunos de sus desaliñados mechones rojizos que cubrían parte de su pálido rostro, levantando su vista hacia el de tez morena, haciendo un puchero tan digno del niño pequeño era, cosa que, sin duda era algo demasiado tierno. Bart acabó por acomodarse su ropa y cabello, aún con su vista fija en el contrario. ¡Era su culpa!

El contrario se limitó a reír con suavidad gracias a la ternura que eso le causaba, restándole importancia a eso. Amablemente le extendió su mano al pequeño príncipe para que se levantara. – una disculpa su majestad. – dijo sincero, quedándose en silencio un par de segundos para después formar una sonrisa divertida ante la idea que había surgido, si ya no llevaba ventaja lo mejor sería ayudarle a escapar de la razón la cual el pequeño príncipe huía. – suba a mi espalda, guíeme y llegará más rápido a su destino sin que lo atrapen. – mencionó juguetón y el príncipe aceptó la propuesta de aquel muchacho y con su ayuda logró subir a su espalda, aferrándose al cuello del mayor mientras que el moreno lo sostenía de sus piernas para que no cayera.

– hay que ir a los jardines, conozco infinidad de escondites – sonrío con alegría, era cierto, el príncipe Allen podía pasar horas y horas en esos jardines, escondiéndose de las personas o simplemente pasando el tiempo cuando no tenía que ser educado o estar presente en aburridos eventos, tales como hacer presencia en la corte durante juntas aburridas, o fiestas llenas de elegancia donde tenía que venir formal y convivir con princesas que solo agarraban sus mechones rojizos para jugar o contarle lo que harían cuando contrajeran matrimonio con otros príncipes.
En si, cosas aburridas que a un niño de seis años no le interesaban en absoluto.

Aunque volviendo al presente, lo dicho era cierto, el moreno al ser mucho mayor, en esos momentos era más rápido que el pelirrojo. Bart lo guió hasta que llegaron a unos arbustos que gracias a lo altos que estaban cubrían a ambos con facilidad. El príncipe se bajó de la espalda del mayor, recostándose en el césped observando el hermoso cielo azul, aquello era cómodo, hallándolo  relajante. – ¿como te llamas, niño ? – le preguntó con curiosidad, haciendo una pequeña seña con una de sus manos invitando al contrario a que se acostara a su lado, era lo menos que podía hacer, aparte, no le vendría mal poder entablar una amistad con el, se veía bueno y noble, alguien que no lo había juzgado tan pronto y sus miradas se cruzaron.

–Me llamo Jaime, Jaime Reyes – se presentó, acostándose al lado del príncipe, dirigiendo su mirada a aquellos ojos grandes que parecían un par de esmeraldas. – ¿porque huías? – dijo con curiosidad de saber la respuesta a su pregunta.  un pequeño sonrojo apareció en las pecosas mejillas del pelirrojo.

– no me quería dar una ducha, eso es todo – mencionó con seriedad, como si aquello fuera de lo más importante en todo el mundo. Aunque era normal, era una clase de ritual cada día de su vida, cosa que le divertía porque escapar de los sirvientes era el único juego con "compañía" que tenía.
Jaime no pudo evitar reír por eso. – no pensé que los príncipes fueran sucios – comentó a manera de broma, haciendo un ademán con su mano fingiendo mal olor, cosa que ocasionó que las mejillas de Bart terminaran tan rojas como lo era su cabello.

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