Capítulo 1

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El repique de las campanas de la iglesia era un sonido que había escuchado desde su niñez, debido a que sus padres eran grandes devotos que jamás habían faltado a una misa en domingo, pero ese no era el único día en que se podía ver aquel joven cerca de la gran catedral que había en el acantilado vigía de toda la aldea, o como su madre amaba decir, manteniendo un ojo en los pecadores.

¿Pero que era un pecador? Era una gran incógnita para el joven desde que tenía uso de razón, pero que jamás vocalizo tal pregunta por temor a la dura respuesta que pudieran tener sus padres delante tal palabra, ya que al ser grandes creyentes su hijo como tal debía saber claramente qué significaba. Creyente, otra palabra que le hizo cuestionarse qué era, pero eso era algo que un joven no debía preguntarse, su padre le hizo aprender duramente que los buenos hijos no deben cuestionar y solo escuchar a todo lo que sus padres digan. Y por ello, desde pequeño Chris siempre hizo lo que sus padres decían sin cuestionar nada, ya que él era un buen hijo.

A veces debido a su estricta educación, la cual era sabida por todo el pueblo, cuando caminaba por el mercado, para hacer los recados de su madre, podía ver la compasión en los ojos de los pueblerinos, pero él no podía comprender a que era debido aquello. Él era un buen hijo que escuchaba a sus padres, que lo querían a su manera, su padre era estricto, serio y de carácter rígido, a veces le pegaba porque le quería y solo deseaba que Chris caminara un camino recto, al menos eso era lo que su madre le explicaba al joven, era para educarlo y ayudarlo a ser un buen devoto. 

Debida a su dura infancia y a sus padres siendo tan estrictos, el joven se volvió tan serio como su padre y tan frío como su madre, después de todo él se había criado viendo eso como algo normal, por ello jamás consiguió hacer amigos en el colegio y pasaba todo su tiempo libre en la catedral junto a sus padres. No se quejaba porque eso era todo lo que conocía, era su pequeño mundo y sentía que eso era lo normal, además desde pequeño aprendió que no debía cuestionarse y aceptó todo tal y como llegaba.

Pero todo cambió un verano, su mundo se derrumbó drásticamente con la llegada de la nueva familia a su pequeña ciudad costera.

Como cualquier domingo, él se encontraba junto a su madre en el gran portón de la catedral para dar la bienvenida a todos los feligreses a la casa de Dios, nada fuera de lo normal, sólo otro domingo en su inamovible vida.

Chris como el bien educado adolescente que era bajaba los grandes escalones de piedra para ayudar a los devotos de avanza edad a subir como siempre, mientras su madre les daba la bienvenida, pero fue en ese momento en el que bajaba los escalones que los vió. Una mujer que no podía ser mucho más mayor que su madre caminaba de la mano de un chico que seguramente fuera de su edad, todo lo que pudo hacer fue quedarse ahí parado mirándolos descaradamente, algo por lo que sería duramente regañado pero que en ese momento no podía parar de mirar.

Los dos se pararon frente a los grandes escalones de piedra mirando alrededor, parecían buscar algo, entonces los vio caminando hacia la barandilla de mármol de los costados, la mujer se aferraba a ésta mientras el chico, que supuso sería su hijo, la ayudaba a subir los escalones uno a uno despacio, aquello simplemente le captivo, pero se despertó de su trance cuando se fijó que estaban junto a su madre, la cuál le miraba con esos fieros oscuros ojos, Chris tragó saliva y volvió a girarse hacia la amable abuelita que estaba esperando por su ayuda para subir.

Nunca antes se le había hecho tan difícil subir esos escalones de piedra como en aquel momento, una vez la abuelita cruzó el portón su madre fijó sus sombríos ojos en su hijo con una mirada de desaprobación, ese tipo de miradas de sus padres solían entristecerlo cuando era más pequeño, pero con los años sus emociones eran nulas y ya ni siquiera pestañeaba ante esos gestos de desagrado.

Azahar [Spanish]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora