- ¿Cuándo te iras? - le pregunte agitada.
- Cuando sea hora - me contestó y comenzó a moverse más seguido.
- No quiero que te vayas - murmure.
- No pensemos en eso ahora, preciosa. Déjame saborearte, déjame probarte.
Me aferré más a él, ante la gran oleada de placer que comenzó a recorrer mi cuerpo. Cerré los ojos y deje que el éxtasis consumiera mi cuerpo. Me corrí entre sus brazos, nombrándolo agitada. Gruñó lleno de placer. Se recostó en la cama y volvió a girar para tomar verdadero control de la situación. Volví a gemir al sentirlo más hondo que antes. Era tan grande y dominante, el señor Diablo.
- Oh, Yugyeom - lo nombre levemente. Clavó sus ojos en los míos.1
- Gracias por esto, preciosa. Gracias por compartir tu cuerpo conmigo - me dijo. Mordí mi labio inferior y sonreí levemente.
- Sería capaz de compartir mi vida contigo - le dije.
Su mirada se tornó extrañada, algo lo estaba perturbando. Volví a levantar una de mis manos y acaricie su rostro de nuevo. Un rayo pareció partir la cuidad. Volvió a inclinarse hacia mí y rozo sus labios con los míos.
- Yo no soy un hombre, preciosa - dijo agitado y sin dejar de moverse - Tú vida la debes compartir con un hombre, una persona del reino de dios.
- No me importa que no seas un hombre - dije y mis ojos se humedecieron.
Tome sus labios con desesperación. Sabía que él se iba a ir y me iba a dejar no solo sin alma, sino que sin corazón también. Comenzó a moverse más seguido mientras la temperatura de nuestros cuerpos aumentaba. Bajé mi mano derecha por su espalda, hasta el fin de la misma. El centro de su poder estaba caliente, ardía. Bajé más mi mano, hasta su trasero. Lo acerque más a mí, necesitaba más de él. Sentí otra vez esa gran oleada de placer recorrer mi cuerpo. Volví a correrme al llegar a mi clímax. Se movió más rápido y se unió a mí en ese maravilloso lugar. Ambos gritamos compartiendo el éxtasis del momento. Se dejó caer sobre mí. Lo abrace con fuerza y lo apreté contra mi cuerpo. Su corazón latía con fuerza contra el mío. Su respiración estaba entrecortada como la mía. Con cuidado volvió a besar mis labios y de la misma manera quiso salir de mí.
- No, no - le dije. Me miró extrañado - Quédate conmigo.
- Claro que sí, preciosa - me dijo.
Sonreí y levante la cabeza para besarlo dulcemente. Aún no había dejado de llover. Parecía que el cielo iba a caerse. Giro sobre el colchón y me dejó descansar sobre su fuerte pecho. Había algo distinto dentro de mí, algo de lo que no estoy segura. Cerré mis ojos, y dejé que el olor de su cuerpo me invadiera. ¿Qué será de mí mañana? Cuando seguramente, ya no lo tenga.