Capítulo 12: Casi me matas.

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POV NATALIA.

Cuando me desperté supe que algo no iba bien. Estaba empapada, y yo era demasiado friolera como para sudar a primeros de marzo. Sentía la garganta tan cerrada que parecía que al aire le costaba llegar a mis pulmones. Pero lo peor era el dolor de cabeza, tan punzante que me sentí mareada nada más abrir los ojos. Debía tener fiebre. Mucha fiebre a juzgar por los escalofríos que recorrían mi cuerpo.

El esfuerzo que me supuso alargar el brazo hasta el móvil hizo que casi se me saltaran las lágrimas.

Esto debe ser o la fiebre amarilla o el puto karma que viene a cobrárselas todas del golpe.

Con dedos temblorosos conseguí buscar el teléfono de María entre mis contactos y la llamé. Eran las 7 y media, y pensé que ya debía estar despierta si quería entrar a tiempo al trabajo. Me equivoqué. Los gritos que recibí al otro lado del teléfono casi hicieron que me estallase mi ya dolorida cabeza. Entre balbuceos penosos conseguí explicarle que me encontraba al borde de la muerte, y que necesitaba que justificase mi ausencia en el trabajo. Cuando terminó la llamada dejé caer el teléfono a mi lado en el colchón y volví a cerrar los ojos, rezando por encontrarme mejor cuando volviera a abrirlos.














Los dioses no fueron generosos conmigo, y cuando volví a abrir los ojos me sentía peor. Por la luz que entraba a través de las cortinas pensé que sería alrededor del mediodía. Necesitaba tomar alguna medicación. Y beber agua. Me iba a deshidratar si seguía así.

Conseguí llegar hasta la cocina, pero me pareció que tardé horas. Rebusqué entre uno de los cajones para encontrar un par de pastillas y me las tomé. El agua me pareció una caricia en mi garganta. Sentía tanta sed. Y tanto frío.

Me arrastré de nuevo hacia mi cuarto, y cerrando completamente las persianas me volví a meter bajo las sábanas. El último pensamiento que tuve fue que había enfermado por tristeza.














Podía ver el verde de sus ojos con tanta nitidez que me pareció que no podían ser reales. No podía tener los ojos tan preciosos. No era justo. No te dejaban ninguna posibilidad de escapar de ellos.

De todas maneras yo ya no podía escapar. Hacía tanto tiempo que me había quedado encerrada en ellos que me parecía que hacía décadas que no veía otros ojos que no fuesen los de Alba.

Estaba inclinada sobre mí, con una mano apoyada en la almohada, al lado de mi cara. La otra la pasaba con tanta suavidad por mi rostro que a mí se me atenazó la respiración. Sus dedos, su piel caliente, dibujando mis facciones. Dibujó el arco de mi ceja derecha con la punta de su dedo índice.

En su cara había una sonrisa que yo jamás había visto. No en ella, sino en nadie. Una sonrisa de esas que te obligan a sonreir de vuelta. De esas que te hacen feliz sólo por verlas, aunque no entiendas por qué. De las que te calientan el alma. Y me la estaba dedicando a mi.

Entonces lo supe. Estaba soñando. No era real. Alba no me miraba así.

Esto no es real, no es real joder...


Un pitido insistente me despertó. Volvía a estar empapada. Mi dolor de cabeza no mejoraba. No sabía cuantas horas llevaba durmiendo, pero debían ser pocas, porque no me encontraba ni un poco mejor.

Aquel pitido de nuevo. Tardé unos minutos en reconocer que se trataba del timbre. Dudé de si iba a ser capaz de levantarme a abrir.

No me encuentro bien. Por favor, quien quiera que seas, márchate.

Tu olor. || albalia ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora