Capítulo uno: los recuerdos en dibujos

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Contemplaba las páginas, viejas y rotosas con melancolía en sus hermosos ojos color morado. ¿Tanto había cambiado desde la última vez que él la retrató en una de sus hojas? ¿Cómo estaría él? ¿Seguiría usando la misma bufanda roja que le habia dado su madre? ¿Sus ojos seguirían teniendo ese brillo decidido e inseguro a la vez? No lo había visto desde hace mucho tiempo.

La guerra había terminado, y con ella, la travesía que Rayla, Callum y Ezran habían emprendido cuando eran jóvenes: devolver al principe Dragón a las mágicas tierras de Xadia. Y con el final de aquella aventura, había llegado el fin de su amistad.

Ella no se merecía vivir en el castillo, rodeada de lujos y sirvientes. No, ella no estaba echa para eso, a pesar del esfuerzo de Callum en hacerla entrar en razón, ella se negó, y se marchó. Antes de partir, el joven heredero le regaló el cuaderno de dibujos, donde reposaban trazos que contaban sus aventuras, sus historias, sus sentimientos.

"Para que nunca te olvides de lo que pasamos juntos" le había dicho el joven ojiverde antes de que abandonara el castillo.

Ahora, cinco años después decidió revivir su juventud al lado de los príncipes, pero sobre todo, de aquel joven mestizo que le había causado caos en su mente. Y que aún lo causaba.

En los últimos años, Rayla había crecido y su belleza había aumentado poderosamente. Su cabello blanco era más largo y le llegaba a la cintura, sus rasgos elficos seguían intactos y su altura era pronunciada. Sus ojos seguían teniendo ese brillo orgullosos y hermoso.

Con la paz, los elfos, dragones y criaturas pudieron regresar a las tierras de los humanos y viceversa. Aún así todavía había gente que la miraba con desprecio o que le decía que los Elfos no merecían esa libertad. Pero a ella no le importaba, la mayoría de los humanos habían aceptado el acuerdo entre las naciones y vivían en paz.

Rayla no había regresado a Xadia, no había nada esperándola allí, sólo la vergüenza de ser hija de dos miembros de la Guardia Dragón. Así que decidió vagar por el mundo humano, ayudando a los que la necesitaran y pensando en todo lo que la guerra no la había dejado pensar.

Aún mantenía contacto con Ezran, que le informaba de a ratos lo que ocurría en su castillo. El joven ahora tenía quince años, ella veinte y Callum diecinueve, aunque por sus rasgos (según contaba Ezran) parecía mucho mayor. Rayla y Callum no se habían hablado desde la coronación de Ezran, por lo que la Elfa no sabía nada de él.

Ezran le informó hace tres años sobre la boda de su hermanastro con Claudia, a la cual ella estaba invitada y a la que no fue. No quería ver a la persona que amaba casarse con alguien más, a pesar de que Ezran le había recordado y recordado que era un matrimonio arreglado por el concejo, ella se negó rotundamente a volver a ver a aquel joven.

Pasó de página y se encontró con un dibujo que la remontó a viejas y hermosas épocas: estaban ella y Callum, chocando palmas por haber vencido al pez gigante en el lago. Lo recordaba bien. Él doblaba un dedo para emparejarse con los de ella y ambos sonreían ampliamente. Rayla suspiró, cuanto lo extrañaba.

Recordaba perfectamente ese día. La habían convencido de viajar en bote rumbo Xadia. Cuando llegaron río abajo los atacó un pez gigante con intenciones de comerse a Cebo, el sapo luminoso de Ezran. Lo derrotaron y ella enfrentó su miedo al agua... sólo por unos minutos. Callum la había felicitado y agradecido por haber salvado al sapo, diciendo que era muy valiente. Ella sólo atinó a encogerse de hombros y a decir que no fue nada, para luego relatar la triste y vergonzosa historia de sus padres, una pregunta que el mestizo le había echo río arriba acompañada de otras que la habían echo sentir cómoda a su lado.

Pasó nuevamente la página y encontró otro dibujo más: era ella, de quince años, colgando cabeza abajo en una rama y sosteniendo una espada. Aún las conservaba, eran un recuerdo.

Recuerdos (Rayllum)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora