Capítulo 1

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¡Hola! Espero que les guste esta historia.  El primer capítulo es cortito, pero los que siguen son más largos. Estaré actualizando todos los viernes. Por favor, déjenme sus comentarios y reseñas. Con eso realmente hacen mi día. Ahora sí, dejaré que Albert hable:

Aquí estoy, sentado a la mesa al aire libre, en un lindo día soleado, rodeado de gente a la que aprecio, pero sintiéndome un tanto alejado de la realidad

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Aquí estoy, sentado a la mesa al aire libre, en un lindo día soleado, rodeado de gente a la que aprecio, pero sintiéndome un tanto alejado de la realidad. Mientras todos conversan, yo estoy en silencio, mirando fijamente el bocadillo delante de mí e intento poner cara de que todo está bien. Pero no es así.

Igual que me paso con dificultad el té helado, me bebo mis ganas de decirle a Candy que la amo.

Por un momento estoy a punto de tomar a Candice White Andrew por el brazo, delante de todos, para luego conducirla junto a la cascada y gritarle que la amo con todas mis fuerzas, desbordarle mi corazón de una buena vez. Construyo en mi imaginación la escena perfecta.

Vuelvo a la realidad cuando ella se gira para mirarme y me pregunta por qué no he probado bocado, me saca la lengua y me reta a comer más rápido que yo. Me quedo paralizado unos instantes mientras ella engulle su bocadillo sin quitarme los ojos de encima y no puedo resistirme más, le sigo el juego. Acabo con las mejillas rebosantes de comida; he ganado. Intento no reírme demasiado para que no se me salga la comida de la boca. No tengo remedio. Estoy hecho un idiota por ella.

La madre María me mira estupefacta y noto que Archie deja caer un trozo de pan sin advertirlo, tiene la boca abierta porque, según me dirá más tarde, no puede creer que soy el mismo Albert que él conoce. Tiene toda la razón, no lo soy. ¿De qué otra forma se puede explicar las locuras que estoy dispuesto a hacer?

Esta mañana me vestí con mis mayores galas escocesas, con la esperanza de que al ver en mí al Príncipe de la Colina, Candy se arrojaría a mis brazos, ya que, al parecer, esta muchacha pecosa tiene debilidad por las personalidades teatrales. Y, ¿qué hace ella? Nada. Se ríe, se sonroja. Me dice que no tenía idea de que fue a mí a quien vio tocando la gaita en la colina, hace casi quince años.

Quizá olvida que una vez me habló de su príncipe y cómo se le aparecía en sueños. Me lo dijo en una época en que yo solo la veía como a mi protegida y en ese momento no supe qué hacer con aquello. Recuerdo que me sentí inquieto, confundido, como si hubiera espiado en su corazón porque ella ignoraba tantas cosas de mí y aun así me lo confiaba todo. En mi defensa diré que guardar tantos secretos me resultaba abrumador. El peso de la familia sobre mis jóvenes hombros, crecer, encontrarme... apenas tenía cabeza para llevar lo mío, así que por un tiempo simplemente ignoré sus dulces sentimientos por el príncipe.

Es posible que esté pagando por eso con mi decepción de hoy. Estoy vestido como un príncipe para un pic-nic y solo ahora caigo en cuenta que tan fuera de lugar me veo. Justo así me siento. Pero no estoy dispuesto a rendirme.

Me niego a aceptar que este sea el final de la historia.

Tu Silueta a ContraluzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora