Dado que se le acercaba una dama por cada lado, Cunningham se quedó sin
saber a quién presentar primero. La decisión la tomó la dama de mediana edad, que
llegó junto a ellos con una sonrisa.
—Soy Millicent Tregonning, la hermana de lord Tregonning. —Y extendió la
mano—. Permítanme que les dé la bienvenida a Hellebore Hall.
De pelo castaño, bien vestida, aunque de estilo y peinado severos, Millicent
Tregonning se libraba de ser excesivamente adusta por la dulzura de sus ojos
castaños.
—Muchas gracias —le dijo Andy al tiempo que le estrechaba la mano y se
inclinaba para saludarla.
Le presentó a Barnaby. Cuando se echó a un lado para permitir que su amigo
saludara a la mayor de las señoritas Tregonning, se acercó más a la otra, a la hija de
lord Tregonning, a su modelo. La persona con la que tendría que emplear su talento
durante los siguientes meses.
La muchacha se había detenido junto a su tía; de estatura media, iba ataviada
con un vestido de muselina verde manzana que se ajustaba a unos generosos pechos
y delineaba una esbelta cintura, unas voluptuosas caderas y unas larguísimas piernas
que satisfacían plenamente su ojo artístico. La vio esperar con paciencia a que
Barnaby terminara con su saludo. Libre por un instante, se permitió estudiarla.
La muchacha giró la cabeza, imperturbable, y enfrentó su mirada. Sus ojos, una
mezcla de ámbar, verde y dorado, eran enormes y lo miraban por debajo de unas
elegantes cejas castañas. Su cabello era de un brillante castaño con vetas doradas y lo
llevaba recogido en un moño sobre la coronilla salvo por algunos mechones, que le
caían sobre las orejas. El pálido rostro ovalado estaba dividido por una nariz recta.
Su tez era perfecta, de un marfil teñido con un rosa muy saludable. Sus labios habían
sido perfilados por una mano muy sutil y eran la viva imagen de la voluptuosidad
femenina, aunque seguían siendo delicados y… la mar de expresivos. Ya sabía dónde
buscar indicios de sus pensamientos, de lo que sentía de verdad.
En ese momento, sus ojos eran dos estanques cristalinos de serena confianza.
Estaba estudiando la escena, almacenando datos, totalmente contenida. Totalmente
tranquila y confiada. Pese a su presencia, y la de Barnaby también, no detectaba el
menor asomo de esa agitación tan propia del género femenino.
No los estaba observando como a caballeros, ni siquiera como a hombres, sino
como si fueran algo más.
La verdad le llegó cuando la mirada de la muchacha se desvió hacia su tía. Lo
estaba estudiando como pintor.
—Y ésta es mi sobrina, la hija de mi hermano, la señorita __Tn