III. Lo que los ojos no pueden ver.

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    Lo que los ojos no pueden ver.
 
      La lluvia había amenorado hace unas horas, ya casi se hacía de noche, la mansión estaba rodeada de luces de las sirenas de los carros de policías, había médicos expertos forenses recogiendo el cuerpo de Pablo Reyna.

Miraba desde un rincón la acción que los agentes de la policía estaban haciendo, mientras cuestionaban al señor Alberto y a las demás personas, yo ya había pasado por el interrogatorio. Todos los que formaban parte de la mansión Ryder estaban estupefactos ante lo que estaba sucediendo. Era decir, realmente estábamos atónitos, sin saber qué había pasado o quién había sido el causante de dos muertes en un día de lluvia torrencial.

Mientras todos veían el cuerpo muerto de Pablo, yo veía la acción que Temo Narit estaba haciendo, su mano protegía la de la señorita Cielo, quien estaba asustada viendo todo lo que sucedía. Sabía que esa tomada de mano significaba una sola cosa, Temo estaba dándole fuerzas a Cielo, o... ellos tenían algo más que lo que los ojos percibían.

El olor que el viento llevaba a las fosas nasales de las personas era a petricor, el mejor olor que yo podía percibir; ya que en el pueblo no había llovido en días, habían sido días eternos de sol e inmenso calor, la lluvia había traído consigo un poco de paz, o en el caso de Pablo Reyna, le había traído la muerte.

El cuerpo de Pablo tenía un corte similar al que el animal tenía, solo que el de Pablo estaba de forma horizontal, le habían deshecho la yugular de una manera sanguíneolenta.

—Mateo, ¿no viste más nada? —la voz de Amanda, mi madre, llegó a mis oídos, baje mi vista para examinarla y negué.

—Solo me encontré con el animal muerto y en lo que fui por el señor Alberto no me di cuenta de más nada. —dije tratando de recordar lo que vi antes de que la lluvia nublara la visión.

Había visto a Pablo apurado metiendo las pacas de pajas al granero que estaba a la vuelta de las caballerizas, cuando las grandes nubes negras comenzaron a formarse por sobre la mansión.
Segundos después la lluvia comenzó a caer tan torrencial, que mis oídos fueron afectados por el ruido de los caballos que se asustaron y por el relinchido de tormenta, la yegua, la cual salió huyendo de las caballerizas. Fue en ese trayecto en el que salí en su búsqueda en el cual el posible causante de la muerte del animal entró y lo mató, pero, ¿en qué momento había acabado con la vida de Pablo?

Quizá en cuanto me di la media vuelta para salir en la búsqueda de don Alberto.

¿Quién fue?

Fue la pregunta que me hice en ese instante mientras miraba a todos los que estaban rodeando al cuerpo.

Me sentía frío, tan frío como un pedazo de hielo recién sacado de una nevera. El agua de mi cuerpo se había secado, solo tenía la ropa mojada y las abanicadas del aire nocturno causaban calambres en mis entumecidos dedos.

Mire por última vez en la dirección donde Temo Narit se hallaba. La señorita Cielo ya se había apartado de su lado, ahora se encontraba hablando con un agente policial, mientras Temo examinaba la acción con la cual Cielo meneaba sus manos y enrollaba un mechón de su cabello en sus dedos.

Principios básicos del coqueteo; sonrisas, pestañeos y dedos enrollando cabellos. Eso es lo que estaba haciendo Cielo Ryder, coqueteando con el joven agente de policía.

Lo que la gente hablaba de Cielo Ryder en el pueblo era tan cierto como lo que los ojos de Temo veían.

Ella tenía cara de inocencia, en efecto, pero era una experta en seducir hombre, tras hombre. Quizá por ese motivo su padre no la deja salir más allá del inicio del puente.

Conozco a Cielo, pero creo que no tanto como quisiera. Temo, quizá la conoce de otra manera, pero no de la forma en la que yo la conozco.

Pobre chico, su corazón saldrá roto.

Esa noche fue tan fría, pero tan fría que mi cuerpo tiritaba bajo las acolchonadas sábanas en las que dormía.

Amanda, mi madre, siempre decía que cuando alguien moría, la noche presenciaba el dolor y el aire se tornaba tan frío como el cuerpo del difunto, tan tenebroso como los ojos que examinaba la habitación donde la señorita Cielo dormía, esos ojos que observaban desde los matorrales de las arboledas.

Un ruido me hizo abrir mis ojos de par en par para encontrarme con las oscuridad que rodeaba la pequeña habitación donde habitaba. Me desperté de forma rápida colocando mis pies en el frío suelo, tirité un poco antes de colocarme un viejo suéter que colgaba de mi perchero de madera que yo mismo había tallado.

Al abrir la puerta de mi habitación, una corriente de aire frío chocó contra mi rostro, causando escalofrío en todo mi cuerpo y haciendo que mi mandíbula tiritará sin que yo me diese cuenta.

Me aferré al viejo suéter y con una linterna en manos caminé en la oscuridad del terreno para indagar de dónde provenía aquel ruido.

Debí pensar y actuar de forma adecuada cuando lo vi, pero en cambio a eso solo dije:

—¿Se puede saber que coños haces? Si el patrón te llega a ver tratando de escalar la ventana de su hija como un vil ladrón después de lo sucedido, no pensará dos veces en refundirte en el mugre bote.

Temo Narit tensó sus hombros y giró su rostro para escrutarme con sus negros ojos azabache.

—Yo... Lo siento —se bajó de la escalera la cual estaba alzada hasta la ventana de Cielo.

El chico quería ser un Romeo buscando a Julieta, una Julieta que posiblemente estaba buscando otro Romeo, ya.

—Solo baja de ahí y vete a dormir. Ella no es para ti.

El chico arrugó su frente y negó.

—No, ella no es para ti —imitó mis palabras con burla.

Eso, yo lo tenia en cuenta, y tan claro como el agua. Pero lo que él no tenía en cuenta era que Cielo no era de nadie, ella quizá nunca tendría dueño debido a su sobre protector padre.

—Temo, hazme el favor de regresar a tú habitación y dejar en paz a la señorita Cielo, sino quieres perder el empleo para volver a vender frutas bajo el fiero sol que hace por aquí.

—Mira, Mateo —dijo serio caminando en mi dirección, sus ojos negros estaban indescifrables pero tenían una chispa de maldad o quizá era de intento de maldad, para causar miedo en mí. Después de todo, hoy había yo presenciado dos muertes o más bien, había hallado dos cuerpos inertes—. Puedes llevar mucho tiempo trabajando aquí, pero si me lo propongo puedo sacarte del mando y quedarme yo con él, ¿entendido? —inquirió con una sutil amenaza que solo un tonto no descifraría, pasando por mi lado y golpeando mi hombro con el suyo para después añadir tras mi espalda: — yo soy dueño de mis acciones y de las consecuencias que estas acarreen, me he enfrentado solo al mundo desde mis diez cortos años, no temo perder más nada, puesto que nací sin siquiera tener algo.

Dicho eso, escuché sus pasos alejarse y para cuando volteé él ya se había perdido en la penumbra de la oscura y fría noche.

A la mañana siguiente despertariamos con la sorpresiva llegada de Sebastián Gómez.

Y eso despertaría en Cielo, sensaciones pasadas y en Temo una sensación nueva.

La noche que Cielo murió [COMPLETA] #WATTYS2019Donde viven las historias. Descúbrelo ahora