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"...Tienes la pequeña habilidad,de ser mi mayor debilidad..."

Caminabas por el enorme pasillo,arrastrando los pies, y tu alma de paso a un ritmo lento y molesto, deseando llegar al departamento,zambullirte en una ducha de agua tibia, arrastrar todo lo que no debía de estar en tu cuerpo y rendir tributo a Morfeo entre las sábanas de tu cama hasta que el sol del mediodía diera justo en tu cara.
Después de un turno completo de guardia en el hospital,lo que menos querías era encontrarte con cualquiera de tus amables,pero habladores y acaparadores vecinos,así que avanzabas por el pasillo moqueta,con los dedos cruzados y mirando puerta por puerta deseando poder sellarlas,hasta que ingresaras a tu piso.

Rebuscaste tu enorme llavero y forcejeaste para meter la llave en la cerradura dada la oscuridad del descansillo, habías olvidado,otra vez,cambiar el bombillo de la entrada,que había muerto hace algunas semanas,o quizás meses,siquiera sabías.
Quitaste tus desgastadas zapatillas de deporte y tiraste tu enorme bolso marrón a alguna parte,antes de caminar a oscuras por tu pequeño piso,sin reparar en nada más que la puerta de madera y cristal del cuarto de baño.

Saliste del cuarto lleno de vapor,sintiéndote una nueva persona,con solo una toalla cubriendo meramente las partes necesarias de tu desgarbado cuerpo,y otra más pequeña en mano secando la gran melena pelinegra de la que eras dueña.

Una enorme figura de ciento ochenta y cuatro centímetros de alto,cómodamente apoyada en la pared de vidrio que le confería a tu departamento esa perfecta vista de Seúl por el que lo habías comprado,te daba la espalda,sin embargo sabías perfectamente quien era el portador de esa esencia que envolvía tu departamento,y que,por lo mal que te encontrabas al llegar,habías pasado por alto,pero en esos instantes no corrías con la misma suerte.Su loción unida a su olor corporal propio tenía la fuerza de noquearte mentalmente.

—Veintiocho minutos—susurró bastante bajo,pero no lo suficiente como para que no fueras capaz de escucharlo,consultando el costoso Rolex que portaba en su izquierda,arrugarse el ceño,mordiéndote la lengua para no soltar cualquier improperio,o peor,los millones de sentimientos que tenías por él.

—¿Qué haces aquí?

Te cruzaste de brazos,en un triste intento por parecer segura y firme.Aunque te siguiera dando la espalda,su sola presencia conseguía ponerte los pelos de puntas y la decisión y firmeza que te caracterizaban multiplicarlas por cero.

Después de un año,aún te cuestionabas las erróneas decisiones que te llevaron a conocerlo y a tu triste y denigrante pronóstico actual.
Una subasta médica de beneficencia,donde subastaron una cita con la afamada neuróloga,y tu ingenuamente creiste en las palabras de tu amigo,el otro neurólogo Choi y pensador de la idea,sobre solo una cita con el tipo desconocido que había pagado medio millón por tenerte.
Cuando llegaste al destino de la cita,un elegante y sofocantemente guapo hombre te esperaba con la mirada perdida en la ventana que tenía a la izquierda,con sus enormes y finas pero masculinas manos jugando con una copa a medio llenar de vino.

Siquiera sabes que fue lo que te llevó a terminar con él,en una habitación de hotel esa noche,solo quedó latente y grabado a fuego en cada centímetro de tu existencia con cada encuentro que tenían,que querías más.

Y eso era justo lo que el no podía.
O quería darte.

Sexo fue lo único que conseguiste a lo largo del año en que le conocías,lástima que tu cabeza ideó otros planes.
Tu te habías enamorado de ese hombre,que aparecía una vez a cada no sabes cuantos meses en tu departamento,para tener sexo desenfrenado y delicioso por horas,en todas posiciones y lugares de tu cómodo departamento,para luego marcharse y dejarte esperando cada vez más,que solo sexo.
¡Ah! Y regalos ,costosos y preciosos regalos,que usualmente siquiera abrías y dejabas tirados en algún cajón del armario.

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