Y volviste a escribir versos sobre ella, que como flor marchita se apagaban después de haber brillado. Y entre el ímpetu de un mar sin olas o del blanco de tus ojos volvías a rezar por verla en cada pestañeo. Así fue como pasaban las lunas y cada 4 de Septiembre os hacíais más invencibles. Los sueños de limón y canela; y la vida de amargo chocolate. Y así, sumando uno tras otro, retornó a sus arbores. La flor se había vuelto a marchitar. Esta vez era ella. Y tú, sin poder escribir más que negro dolor, te volviste de acero. Entre cenizas, Dios sabe dónde, os volvisteis a unir como pétalos. El amor había vuelto a ganar. Y mis manos, una vez más, tocaron las estrellas.