Prólogo

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El sol del atardecer se cernía sobre el cielo cada vez menos azul, los ligeros tonos rojizos y naranjas cubrían las nubes desde el núcleo. El remoto calor que los rayos solares provocaban le tenían agotado. El pesado y caluroso traje de torero pesaba sobre sus hombros, cuero amoldado a sus fuertes brazos, besando sus hombros con vehemencia gracias al pegajoso sudor que escurría por su piel.

Después de la fallida corrida de toros, no pudo permanecer más en la plaza. Ojos juzgadores se clavaban en su espalda, mirándolo con desdén, cada paso maldito, susurrando a voces crueles, manos rojas, marcándolo como si fuera algún extraño. Un abismo infinito creciendo bajo sus pies, succionándolo, todos sabían, todos lo decían.  

Un error. 

Parado bajo el fuerte sol, su vestimenta brillando ante la variedad de adornos dorados y rojos, la tierra seca bajo sus botas coloridas, Manolo tenía cara llena de vergüenza y humillación, rogando perdón ante la firme y fría lápida de su amada madre. Lágrimas gruesas surcaban sus mejillas, a pesar de que ningún sollozo huyó de su apretada garganta.

Una decepción.

El bufón del pueblo, el hombre tan cobarde que no pudo matar a una bestia, el Sánchez que no merecía su apellido, el indigno hijo de su padre, la mancha en la historia de la familia. El dolor atronador en su pecho no se redujo, no cambió, la profundidad de sus sentimientos regados por el suelo, sus sueños pisoteados y quebrados.

—Un joven llorando a los pies de la tumba de su madre... ¿no es decepcionante?—Una voz extraña se coló por sus oídos, el increíble y tenebroso tono erizo cada uno de los vellos de su cuerpo. Una voz malévola que parecía resurgir de la más profunda fosa del inframundo. 

Sin valor a contestar, Manolo alzó la mirada, mirando a quien le hablaba con tal despreció. Un anciano de baja estatura y nariz grande llena de verrugas, vestido humildemente pero mirándolo con superioridad, ojos tan verdes y peligrosos, juzgándolo con desdén. 

—Pobre, pobre jovencito —manos huesudas y callosas se dirigieron a él, su mejilla fue acunada con dureza, un toque tan helado que hasta los más grandes glaciares temblarían de frío—Una decepción para sí mismo y para su familia, una decepción para la mujer que ama —palabras hostiles que pegaron en su corazón una por una, como aquellos pequeños puñales que lanzaban en las obras. 

Un hombre roto y fracasado. 

—No eres alguien que lo merezca —el hombre habló, mirándolo con tal frialdad que Manolo se estremeció, el torero alzó una ceja confundido—El favor de ella, no lo mereces —explicó brevemente, dejando aún más confundido al joven Sánchez. 

El anciano lo soltó, caminando hacia la oscuridad que poco a poco cubría el cementerio. 

—¡E-Espera! —Manolo gritó, aún aturdido por la información recién recibida—¡¿Qué favor? ¿De quién hablas?! —el hombre se detuvo, volteó y le dio una última mirada. 

—No la decepciones, torero —gruñó el hombre, un sonido tan gutural y primitivo que hizo que la piel del moreno palideciera antes de continuar con su camino. 

Los pasos del hombre pronto dejaron de escucharse y la inevitable soledad golpeó a Manolo con todas sus fuerzas. Calló de rodillas, sus manos tocaron tierra y sus lágrimas la humedecieron. 

¿Qué haría un Sánchez en este momento? 

Luchar como bestia y regresar a ese ruedo a asesinar al inocente animal.

¿Qué haría su padre?

No podía saberlo, después de todo, su mismo padre le había rechazado como alguien perteneciente a la familia.

¿Qué haría Joaquín?

Demonios, Joaquín y el  general Posada ya le había dado una advertencia, no querían verlo cerca de María. ¿Lo valía? 

¿Qué haría él, Manolo Sánchez?

A veces la esperanza se estanca en lo más profundo de nuestro pecho, la avalancha de emociones es demasiado para nuestros hombros, es demasiado grande para poder batallar. Manolo no quería ser una decepción, pero no podía ser lo que los demás querían que fuera, no podía pararse de nuevo en el pueblo y alzarse con orgullo, ya no podía. 

Con pasos fríos y calculados caminó hacia la que alguna vez llamó su casa. Sabía que su padre no estaría ahí, no querría verlo después de lo que pasó.  Entro en su casa, su abuelita le vio entrar, ante él prologando silencio suspiró y dejó sus tejidos de lado. 

—Me iré —fue lo poco que dijo.  La mujer le miró con tristeza.

—Manolo, no puedo decirte como vivir tu vida, pero lo que sí puedo hacer es desearte toda la suerte del mundo. Cuídate mijo y recuerda que sin importar a donde vayas, eres un Sánchez de corazón, sin importar lo que tu tonto padre pueda decir —la mujer le sonrió con tristeza y Manolo la abrazó. 

No hubo más palabras, no hubo consuelo alguno por su despedida, manolo tomó sus espadas y salió de la casa, dejando atrás su preciada guitarra, dejando atrás su preciada vida, dejando atrás su familia, dejando atrás a su amor. 

Manolo se fue de San Ángel para no mirar atrás. 

Empezará...

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