Capítulo 2

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El cielo estaba despejado, azul brillante, sin nubes ni aves a la remota distancia, un sol abrazador que brillaba en todo su esplendor. Gruesas gotas de sudor resbalaban con lentitud por el costado de su rostro, cayendo espesas por su barbilla, su cuello tan húmedo como su cabello, labios secos y lengua casi áspera. 

Manolo estaba tan cansado, tan agotado, con piernas temblorosas y suelas ardientes, por tanto, caminar. El traje cada vez más pesado sobre sus tensos hombros, músculos ardientes y dolorosos, moviéndose al par que sus pensamientos. 

La letanía de su mente y las indiscutibles ganas de huir aún seguían corriendo salvaje dentro de sus venas. Cada paso que daba impulsaba al otro, sin mirar atrás o buscar consuelo en el que alguna vez fue su hogar, Manolo no se arrepentía de su decisión. 

La lejanía se veía poco prometedora, un camino de tierra, los costados llenos de árboles y el maldito sol ardiente. El camino debería de llegar a algún lado, al menos eso creía. 

Los vestigios de una civilización suavizaron el golpe del cansado viaje. Sus rodillas por fin flaquearon y se desvaneció, su cuerpo chocó contra el duro suelo y sus parpados sin poder mantenerse abiertos se sellaron. La oscuridad y la inconsciencia cubrieron su panorama, ajeno a los pasos apresuraros que se dirigían a él. 

Una mueca disgustada cruzó su rostro, labios fruncidos y ojos fríos, mirando el panorama frente a su rostro

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Una mueca disgustada cruzó su rostro, labios fruncidos y ojos fríos, mirando el panorama frente a su rostro. 

—Amor mío, ¿esto entra en nuestra pequeña apuesta? —preguntó, visiblemente complacido por el giro de los acontecimientos. 

—Me temo que sí —murmuró la Catrina, mirando con impotencia la decisión que había tomado su elegido. Xibalba le miró antes de extender sus alas con fuerza y apagar una gran cantidad de las velas que estaban en la sala de las velas. 

—¡No, no, no, aún no era la hora de esos hombres! —exclamó nervioso, su libro agitándose tras de él. 

— Eso significa que la tierra de los recordados me pertenece ahora, ¿no es así, cariño? —Xibalba sonrió petulante y se puso de pie, puso las manos tras su espalda y camino con una sonrisa macabras extendiéndose en sus pálidos labios.  

—¡Espera un momento! Manolo aún tiene tiempo para regresar a María —ella extendió su mano, tomando con fuerza la muñeca de la mano de su marido—No has ganado nada —dictó, con los ojos encendidos por la diversión. 

—Ella tiene razón —murmuró el hombre de cera—El libro de la vida no tiene un destino para Manolo, las páginas están en blanco y la tinta sigue moldeándose a este nuevo camino.  

Xibalba se detuvo en seco, mirando a ambos dioses. 

—Esto no ha terminado, amor mío —sonrió brillante la Catrina. Xibalba gruñó de mal humor.

—Como sea —farfulló. 

 

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