El que más apueste, gana.

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Érase una vez un ser de luz; uno que era fiel acompañante del gran Creador, que obedecía a sus órdenes sin suplicio alguno. El amor que este ángel sentía por el dador de vida era incalculable; por ello, fue nombrado el mediador entre el hombre y el cielo. Aquel ángel, cuyo nombre es Metatrón, acompañaba al gran Dios a realizar las exorbitantes obras que sus futuros habitantes requerirían. En cada creación Metatrón estaba de su lado, guiandolo. Sería bueno decir que nada cambió en lo absoluto, que la crueldad humana no puede hacer de las suyas. Sin embargo, este cuento no caminará en esos pastos. La maldad tiene la supremacía de envolver hasta las mejores intenciones y hundirlas en el pozo más profundo. No espere lo mejor y continúe. 

Un día, aquel Creador se sentía exhausto de sus magníficos trabajos realizados. Su ángel imprescindible le recordó que podía hacer un último gran esfuerzo; sería el mejor de los continentes. Viéndolo de ese modo, supo que tenerlo a su lado siempre fue la mejor decisión. Comenzó a recordar la esperanza que sus ángeles ponían en cada acto, así creó el pasto más verde, brillante y suave como el algodón. Tomó la pureza como base para realizar el río más impoluto; tan fuerte como solo la bondad podía ser. Admitió que a todos sus ángeles los caracterizaba algo puro y conmovedor, algo que al toque no dudaría en florecer. Teniendo ese ideal en su mente, no esperó más y dejó fluir su poder. El cariño dio paso a la calidez y con ella la llegada del Veranicio. Con la lealtad llegaron las mariposas, la Primerata hacía su mayor aparición. Otomilux llegó con la verdadera sencillez, esa que estremece la tierra. Y cómo olvidar a Metatrón, la luz blanca inmaculada, que daba paso a Inverna; el paraíso níveo. Toda la obra era un gran contraste unido infinitamente maravilloso. El ángel mediador había estado ahí para encaminarlo, de ese modo fue elegido como el encargado del bosque.

Metatrón se había apropiado de su función, defendería a capa y espada el lugar. Por ello, cada vez que acompañaba a los demás ángeles a revisar sus lugares recomendados, se reforzaba la idea de que no dejaría que un pie humano pisara su bosque. El humano acababa con lo seres más puros sólo por placer. Muchos de los ángeles comenzaron a notar que este no dejaba que hicieran revisiones, que le preguntaran sobre la entrada humana o si ya estaba apto para ellos. En definitiva, todo había cambiado. Aquellos rumores llegaron al omnipotente, creía que los demás le mentían. Otro ángel comentó que Metatrón hacía rituales para que aquel sitio no fuera seguro. ¿Cómo su más preciado ser podría hacer tan descabellado acto? Recuerda que una madrugada su imprescindible le enunció que tal vez sus primeras creaciones no eran tan buenas, sino despiadadas. Dudando, aceptó seguirlo una noche.

Aquella noche los prados eran tocados por un espeso manto de niebla. Resultaba extraño, pues era un nuevo acto en aquel lugar. Era difícil ver a larga distancia, como si hubiera una delgada venda blanca en la vista. El río estaba enojado, se percibía el vigoroso golpe del agua contra las rocas. La divinidad decidió avanzar sin dar más espera, romper con aquel misterio. Lo que no imaginó fue que Metatrón estaría ahí, sería el que rezaba, el que tocaba las piedras con sus cabellos para herir la armonía. Este extraño protector no creía que estuviera obrando mal, al contrario, estaba cuidando la más bella creación de la garra humana. Dios, enfurecido, decidió tocarlo. ¿Cómo pudo engañarlo después de todo? El ángel, sorprendido y asustado, quería hacerle saber que no era un mal, que era una especie de arreglo para cuidar aquel fruto. Sus manos sudaban de terror, los ojos le escocían al punto de arder y sentía que sus piernas fallarían en cualquier momento. Metatrón mantiene en su memoria el momento en que el Altísimo le dio la espalda volviendo a su reino. Supo que estaría en problemas, aunque no tan graves. Esperó un rato más, introdujo las piedras en el río y decidió ir tras él.

Mientras ascendía todo se sentía extraño, las nubes eran opacas y los truenos resonaban con furia. Al llegar al sobresaliente portal dorado, observó que todos los ángeles le miraban. Sentía sus miradas como dagas en su cuerpo. Intentó avanzar pero nadie se movió. Escuchaba susurros sin sentido y le asustaba. ¿Dónde estaba Dios para defenderlo? Sus pensamientos fueron escuchados, sin embargo, de la forma más atroz. En efecto, apareció, pero desgarró sus alas. Fue como si le hubieran arrancado el corazón, los pulmones y la vida. El benevolente había despedazado todo sin escucharlo, lo había dejado sin alma. Escuchaba en automático que no podía volver, que nunca moriría y siempre sufriría solo. Después de aquello, fue pateado al vacío como basura. Fue enviado como un rayo a Alcurnia para que esta se acabase. Dios no deseaba saber más de aquel lugar y desató su furia en el mismo. El continente más atesorado fue dividido, no habría contraste nunca más. Las estaciones se separaron, las piedras del poderío se extraviaron y un juramento de venganza salió a flote. Metatrón sabía que la gran caída llegaría; él estaría en primera fila para observar un dolor lleno de gozo.

La leyenda del Bosque AlcurniaWhere stories live. Discover now