El viaje.

5 1 0
                                    


Era la primera vez que visitaba aquel lugar. Marina no tenía dinero para planear este tipo de escapadas. De hecho, le había costado tanto ahorrar para este viaje, que había decidido que no pasaría ni un minuto alejándose del propósito inicial del viaje: la misión.

Su maestro le había encomendado volar a una antigua isla pesquera en el archipiélago balear de la cuál se creía que sus habitantes estaban malditos. La leyenda hablaba de seres del espacio que llegaron a la isla en busca de un artefacto místico que no se les fue entregado, por lo que ellos, llenos de ira, agotaron sus energías para maldecir a la gente y a sus futuras generaciones hasta que su Dios se hiciera con dicho artefacto.

Marina solo tenía que hacer un pequeño trabajo de investigación de campo. Pasear por la isla, hablar con los lugareños, trabar amistad con las gentes y bromear sobre la leyenda y la posible localización del supuesto artefacto.

No tenía muy claro si el propósito real del viaje era una prueba a la que su maestro la estaba sometiendo o si este la estaba utilizando como conejillo de indias pero algo dentro de ella creía que parte de la leyenda podría ser cierta. Estaba emocionada. Era su primera misión. Era la primera vez que su maestro parecía confiar en ella para algo más que guardar libros "importantes". 

Se había traído los libros consigo. No quería arriesgarse a que Débora se los cogiera y se los cambiara de lugar para asustarla y acusarla de haberlos perdido. O peor aún, se interesara por lo que pone y se pasara todo un día preguntándole y cuestionándole los tratados de ciencias ocultas que albergaban.

La tramontana helaba el ambiente húmedo de principios de febrero que se cernía sobre la costa de aquella isla. Marina no vaciló y pidió un uber hasta el hostal donde se albergaba. Era acogedor y apenas parecía un lugar de playa. Las paredes de piedra y madera y el pequeño jardín trasero del hostal le daban un toque gallego que hacía que Marina se sintiera cómoda.

Dejó las maletas en la habitación y salió a dar el primer paseo de reconocimiento. El hostal estaba relativamente cerca de la mansión que se erguía impolutamente ruinosa sobre la colina más alta de la isla. Desde la carretera se veían los pequeños torreones orientados hacia la costa y el sendero que descendía desde la finca hasta el pueblo. Marina no tenía constancia de que ese edificio hubiera existido en algún momento y su maestro tampoco le había comentado nada al respecto. Tampoco mencionaban las leyendas algún lugar como ese y era bastante ostentoso como para que pasara desapercibido en una isla tan pequeña como aquella. 

Le buscó un hueco en su agenda y, de camino a una cafetería donde planear su estrategia para los siguientes dos días, Marina se hizo un selfie y lo subió a instagram. Esperó unos cuantos segundos y, como un reloj, la videollamada de su grupo de amigas saltó en la pantalla de su móvil.

–Nena, ¿dónde estás? –Débora hablaba sin mirar a la pantalla mientras se pintaba los labios. El russian red quedaba impresionantemente bien en conjunción con su media melena pelirroja y sus pecas de pan integral. Se había delineado el ojo hasta la sien y mascaba chicle, que se manchaba del rojo del pintalabios cada vez que masticaba. 
–¡Eso! No nos habías dicho que te ibas de viaje. 
Carla, por el contrario, llevaba un moño que recogía su larga cabellera rizada. Aunque entre tanta mecha casera de diferente color, no podías adivinar cuál era su tono original. Un mechón rubio platino le caía por delante de la frente y se juntaba en el lóbulo de su oreja con uno negro y otro naranja. Entonces, los tres se enredaban alrededor de un enorme pendiente de aro de titanio. Tenía la barbilla apoyada en la palma de su mano y miraba fijamente a su móvil.
–Solo voy a estar dos noches, no os emocionéis.
–¿Has ido sola? 
–¿O te has ido con un chico? ¡Uuuuuh! –ante la pregunta de Carla, Débora prestó atención a la conversación y Marina comenzó a incomodarse.
–No, tía, estoy sola. He venido a relajarme un poco.
–¿Solo dos días? Bueno, pues disfruta. Mientras, los mortales curritos seguiremos ganándonos el sueldo para vivir.
–¡Traeme un regalito! 
–¡Vaaale! Os dejo, que tengo que instalarme en el hotel.
–¡Oye pero...!

Marina cortó la llamada y le quitó los datos. Quería un poco de paz para poder concentrarse en sus quehaceres místicos. Aunque el resto del mundo no tuviera tiempo para estas pesquisas, ella sí y estaba decidida a averiguar más sobre ello.

Se tiró el resto del día organizando sus ideas y elaborando una lista de preguntas sutiles que hacer a los lugareños para sacar algo de información relevante sobre la leyenda o la mansión, después volvió al hostal y aunque tardó en quedarse dormida por los nervios, acabó conciliando el sueño.

Cuando despertó, no estaba segura de acordarse de lo que había soñado pero tenía una sensación extraña en el pecho. La piel se le había erizado y se sentía observada.
Durante el desayuno trató de recordar su sueño pero solamente era capaz de revivir la extraña sensación que le encogía el pecho sin saber por qué. Estaba ahí, en su conciencia, pero no era capaz de evocar las imágenes a sus pensamientos y eso la frustraba.

Libreta en mano y paraguas al hombro, pasó el día recorriéndose la isla, intercambiando palabras con gente insulsa que parecía no tener demasiado interés en hablar con turistas. Tan solo consiguió trabar amistad con un chico que parecía haberse fijado en ella de manera especial.
Marina sabía que el chico quería flirtear con ella y le parecía bastante atractivo y, aunque no quería distraerse de su objetivo principal, pensó que seguirle el juego podría facilitarle la información que estaba buscando.

Cenaron juntos en una taberna acogedora, propiedad de los padres adoptivos del muchacho y pese a que habían pasado más de dos horas juntos antes de decidir ir a cenar, no le reveló su nombre hasta que estuvieron a la mesa.
Se llamaba Lucas y llevaba viviendo allí desde los cuatro años. No sabía dónde había nacido pero sus padres le habían dicho que le cambiaron el nombre cuando le trajeron a la isla, con la intención de que se adaptara mejor al idioma. 
Averiguó que no tenía muchos amigos y que era aficionado a la lectura. Le gustaba la soledad y, también, la naturaleza. Se sorprendió cuando el chico la confesó que había estado practicando durante mucho tiempo hasta que había aprendido a abrir candados, cerraduras y coches con ganzúas pero la prometió que era por pura supervivencia y nunca lo había usado para hacer el mal. 
Marina no se lo había terminado de creer pero la actitud picaresca y el extraño humor que compartía con ella, había conseguido abrir una brecha en su barrera emocional. Había conseguido agradarla. Había conseguido incluso que se pusiera nerviosa al final de la cena.

Tras una agradable velada y unas cuantas preguntas intencionadamente evadidas por ambas partes, ella recogió sus cosas y se fue caminando hacia el hostal. Mientras, él se quedó en la puerta de la taberna, viendo cómo Marina se alejaba por la calle, lamentándose por no haberle pedido el número de teléfono.

Al llegar, se desplomó en la cama decepcionada.
No había conseguido ningún tipo de información, no había encontrado indicios de la leyenda y solo le quedaba un día más en aquel lugar. No sabía si le daría tiempo a averiguar lo que su maestro la había encomendado y, además, investigar la extraña casa pero estaba casi segura de que volvería con las manos vacías y tendría que reconocer delante de su maestro que no había sido capaz de organizarse adecuadamente. Tendría que reconocer que había sido un fracaso.

Se asomó por la ventana de la habitación y fijó la mirada en el caserón. Le pareció ver un destello verde atravesar el cielo sobre la mansión pero lo perdió de vista al pestañear. Fue entonces cuando le vino, de nuevo, esa sensación. Alguien la estaba observando. 

Los Reflejados.Where stories live. Discover now