La casa.

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Se despertó con la ropa puesta y el eco de un feroz rugido en los oídos.

La noche anterior se había acostado bastante tarde después de haber seguido a Marina hasta el hostal para ver dónde se hospedaba y volver a la taberna para ayudar a sus padres, trabajando hasta el cierre.
Aún así, se dio una ducha rápida, se vistió y se corrió al hostal a esperar a que Marina saliese para sorprenderla con un par de cruasanes recién hechos, quizá hasta se atreviese a invitarla a ir a algún lado.

Si quería que Marina ganase puntos, tenían que gustarle las aventuras. Preferir pasar el día con él colándose en la mansión encantada de la isla antes que ir de compras por el paseo marítimo. Y la verdad es que parecía totalmente ese tipo de chica. No habría madrugado si no le hubiera dado esa impresión. No la hubiera seguido hasta el hostal si algo dentro de él no estuviera seguro de que el destino había cruzado sus caminos por una razón.

Mientras esperaba en la entrada, se aseguró de que llevaba sus ganzúas encima y se acicaló un poco en el retrovisor de un coche con matrícula extranjera. Estaba increíble. No le hacía falta ni peinarse, era guapo por naturaleza, lo sabía y todas las vecinas también se habían fijado, aunque pocas eran las que se atrevían a entrarle. Lo cual no era de extrañar, en la pequeña isla, Lucas era conocido por ser lo que se llama "un gamberro". Pero para él no era un mal calificativo. Podía entender que a la gente no le hiciera demasiada gracia que se colase en sus almacenes o garajes, abriera sus cerraduras e incluso tomase prestada alguna bicicleta en alguna ocasión –y eso que siempre las devolvía después de usarlas– pero nunca había agredido a nadie, ni robado nada. Ellos simplemente eran unos aburridos que se regían demasiado por un código moral completamente inventado por no sé quién para no sé qué.

La cuestión era que aquello le hacía aún más atractivo para las chicas de su edad y aunque le costara entenderlo, se aprovechaba de la situación. El problema era que todas las chicas de la isla le parecían insípidas. Ninguna había sido capaz de llamar su atención en los veintiún años que llevaba viviendo allí.
Pero eso no quería decir que fuese virgen. Lucas había experimentado sexualmente con muchas chicas de allí, lo que no lograba encontrar era alguna que le acelerase el corazón. Hasta que vio a Marina. Cuando la miró, su corazón se estrujó dentro de su caja torácica y notó esa chispa instantáneamente.
Mientras navegaba en el mar de sus pensamientos, algo abstraído de la realidad, Marina salió del hostal con un libro en la mano.
–¿Te acompaño?
–No sé si alegrarme o preocuparme de que estés aquí –respondió Marina.
–Espero que te alegres, no he madrugado y te he traído esto para que me mandes a la mierda.
Lucas sacó de la bolsa de papel un cruasán que aún conservaba algo de calor y se lo tendió a Marina. Ella lo agarró y le dio un mordisco.
–Está bueno.
–Los hace mi madre.
–Entonces, ¿quieres acompañarme?
–Depende de a dónde sea, quizá pueda ofrecerte un plan más divertido.
Marina comenzó a andar por la carretera.
–Voy a intentar colarme en la casa.
Señaló con la mirada la colina y Lucas no pudo evitar escapar una sonrisita. Ni siquiera había tenido que proponérselo él. Trotó hasta alcanzarla y comenzó a andar a su lado.
–¿Sabes que está encantada?
–Ajá.
–¿Y que está prohibido entrar?
–Algo me imaginaba, sí.
–¿Y aún así quieres entrar?
–Así es. ¿Me vas a delatar?
Lucas, ante la provocación, le puso la zancadilla. Ella, que no se lo esperaba, se tropezó pero consiguió mantener el equilibrio, aunque se le cayó el libro sobre el asfalto y se alborotó un poco.
–¿Eres estúpido?
Se agachó a recogerlo y Lucas se quedó desconcertado ante el tono severo de la pregunta. Pensaba que se lo tomaría a guasa, como el resto de chicas cuando intentaba cortejarlas.
–Perdón, solo era una broma.
–Pues tienes un humor muy raro. Joder, espero que no se haya roto. ¿Te hubiera hecho gracia que me hubiese comido el suelo?
–Supongo que sí.
Marina le lanzó una mirada crítica y sepultó la conversación con un silencio hostil.
Llegaron a la alambrada que delimita el paso a la finca del caserón sin articular palabra. Marina iba inspeccionando la zona cautelosamente mientras que Lucas se devanaba los sesos pensando su siguiente movimiento y en las probabilidades de éxito y fracaso.
–Ven por aquí. Hay un hueco en la verja por el que podemos pasar.
Lucas sabía por dónde podía entrar y salir sin que nadie les viese. Al fin y al cabo se había colado tantas veces en la mansión encantada que ya apenas era un misterio para él.
Marina le siguió expectante. Trataba de recordar la posición de los árboles, los colores de las plantas y la forma de las piedras que seguían el camino que habían tomado. Una nunca estaba segura del todo y había que ser precavida.

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⏰ Last updated: Mar 05, 2019 ⏰

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