Prólogo

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Niflheim era un reino de hielo y niebla, un dominado por los gigantes de hielo

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Niflheim era un reino de hielo y
niebla, un dominado por los gigantes de hielo. Ymir había sido el primero de ellos, era de un tamaño colosal pues su cabeza parecía rozar los cielos y era casi imposible distinguirle los rasgos aunque se notaban a simple vista sus enormes cuernos.

Ymir había encontrado hace mucho tiempo atrás a una vaca gigante de cuyas ubres se había alimentado

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Ymir había encontrado hace mucho tiempo atrás a una vaca gigante de cuyas ubres se había alimentado. Cuando Ymir durmió, una vez saciada su hambre gracias a la leche de la vaca, de sus axilas y de sus pies salieron los gigantes, aunque de menor tamaño que él. Estos seres comenzaron a reproducirse y pronto la población creció exponencialmente. Mientras, la vaca Auðumbla lamio la sal de un bloque de hielo, de donde salió un enorme hombre de presencia intimidante. Su nombre era Buri, y era el primero de los Æsir. Buri era un sujeto alto, de dos metros y medio de estatura y un físico portentoso, su barba y cabello canoso estaba alborotado y poco le importaba a él aquello.

Buri era un ser muy solitario pues “nació” lejos de los gigantes, incluso hablaba una lengua extraña y diferente a la de los gigantes, y su cuerpo estaba lleno de heridas que comenzaban a cicatrizar, como si hubiera participado en una feroz batalla.

Auðumbla constantemente se alimentaba de la sal de los bloques de hielo pero esto poco podía hacer para alimentar a un Buri que se volvía más violento con cada día sin comer. Un día tomó una roca, la más grande que encontró, y la arrojó con todas sus fuerzas a la cabeza de la gigantesca vaca, quebrándole el cráneo y causándole la muerte. De allí Buri comenzó a devorar la carne cruda de la vaca hasta dejar sus huesos pelados. Con el pasar de los días la comida se le acabo y Buri comenzó a vagar sin rumbo, gruñendo y destrozando cosas en su camino, maldiciendo en un lenguaje extraño que nadie en aquel reino había escuchado jamás. El frío le afectaba a pesar de ser un dios, el hambre y el cansancio igual por lo que terminó cayendo en el frío hielo sin energías, pero no se dio cuenta que alguien se le acercaba.

Despertó unos días después, con sus heridas vendadas y dentro de una extraña y modesta vivienda. Se sentó en su cama y tocó su cuerpo, sus heridas cubiertas por extrañas telas ya no dolían tanto como antes. De pronto tres seres entraron por la puerta, eran bastante grandes.

—Oh, el extraño despertó. —dijo el más grande, el hombre de la casa—. Tengan cuidado. —le dijo a su mujer y a su hija.

Ellos eran gigantes, aunque ciertamente no tan altos. Él media cinco metros, su mujer tres y su hija apenas dos y medio.

—¿Qué son ustedes? ¿Urano los envió? —pregunto Buri en su extraño idioma.

—¿Qué dijo este?

Ninguno podía entenderse con palabras pues sus idiomas eran demasiado diferentes, aun así no se atacaron pues Buri supuso que estos lo habían salvado y curado. La convivencia entre ellos fue de lo más extraña pero el dios era inteligente, pronto aprendió el idioma de los gigantes que lo hospedaban y se comunicó con ellos, aunque no reveló nada de su pasado. Los gigantes tenían en claro que no era de los suyos, su piel era de un color muy diferente y nunca antes visto por esos lugares aunque sus figuras se asemejaran. Buri aprendió todo lo que podía de aquellos seres a los que consideraba monstruos, aunque admitía que algunas mujeres si eran deseables.

Lo que más le interesaba era Ymir, el Padre de Todos los Gigantes. Siempre lo veía a lo lejos pues su tamaño hacia que fuese imposible no verlo. Rara vez interactuaba con sus descendientes pero siempre estaba por allí, tranquilo y sin causar problema alguno. Los gigantes lo veían como su padre supremo y lo querían, pero Buri lo veía como a un dios y eso no podía permitírselo. Él quería gobernar como en antaño lo había hecho, ser el dios supremo que a todos mandaba, y sabía como lograrlo: asesinando a Ymir. A pesar de su enorme fuerza sabía que necesitaba ayuda para aquello, necesitaba un ejército. No podría convencer a los gigantes para que se le unieran, necesitaba otro plan y pronto se le ocurrió. Tal vez había sido todo el tiempo congelado, la brutal paliza que recibió en antaño o los meses sin comer vagando por el hielo de Niflheim pero su mente ya no era la misma, seguía siendo inteligente pero mucho más trastornado. Una noche, mientras todos dormían, le partió el cráneo de un golpe al gigante de la casa, provocando un fuerte ruido que despertó a las dos mujeres que se aterraron. La esposa del gigante, una mujer bastante obesa, intento saltarle encima a Buri pero este la tomó del cuello y la arrojó con toda su fuerza hacia la pared provocando que atravesase esta y varias casas vecinas. Buri volteo con una sonrisa a la hija de los gigante y le propinó un poderoso golpe que la noqueó pero cuidando el no matarla. Cuando se los vecinos gigantes corrieron a la casa Buri ya se había alejado, algunos lo había visto huir pero encontrarlo sería muy difícil.

Algunos meses pasaban y todo aquel que se aventuraba a encontrar a Buri y la joven giganta nunca más volvía. Con el tiempo, los gigantes comenzaron a olvidar lo sucedido y volvieron a sus rutinas pero todo cambiaría. La joven giganta había muerto pero no sin antes dar a luz a un hijo de Buri, Bor. Un tipo alto y fornido, de cabello rojizo, armado con un hacha hecha de piedra y con gran filo. Usaba un casco con cuernos, mismo que le había arrancado a un animal salvaje del lugar. Él y su padre comenzaron a atacar y a arrasar las aldeas de los gigantes pues eso les entretenía. Masacraban a los hombres, mataban a los niños, destruían sus hogares y se robaban cuanta comida pudieran, además de las mujeres. Los gigantes eran muchos más pero la mayoría estaba acostumbrado a una vida sencilla y pacífica, aunque también había algunos violentos pero por lo general eran exiliados. Buri y Bor aprovechaban eso, atacaban cuando la mayoría estuviera dormidos y nunca dos veces seguidas. Los gigantes estaban en constante miedo, más cuando Bor finalmente tuvo a sus hijos: Odín fue el primero, seguido de Vili, Ve. La familia entera era el terror de los gigantes, destruyendo todo lo que en frente tuvieran y destrozando su moral. Pero había algo con lo que ellos no contaban, el ser cuyo destino sellado por las Nornas era destruir a la estirpe de Buri o morir en el intento. Ellos no contaban con el nacimiento de Loki.

Loki: The Curse of the Gods (Tierra 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora