Prólogo

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«Los humanos pueden crear tantas cosas hermosas» Pensó melancólica «Así como destruirlas».

Sus pies descalzos se hundieron en el barro, una mezcla entre sangre y cuerpos. Cuando escapo de su calcinado hogar, supo enseguida que no volvería allí nunca más, que su madre no despertaría. Que la guerra iba a consumir todo de nuevo, sin dejar nada viviente a su paso.

En otro momento, el sitio por donde se desplazaba antes era un hermoso prado verde rodeado de árboles. Solía ir seguido con su familia para almorzar los domingos, ya saben, un pequeño picnic y juegos por la tarde. Armaba corona de flores y observaba las nubes acostada sobre la vieja manta rojiza que tanto le gustaba.

Ahora mismo, todo a su alrededor ardía. Los lamentos de los soldados caídos no la dejarían tranquila por un tiempo, y se preguntó si su padre sufrió de la misma forma. 

Paso sobre cadáveres, esquivo manos que intentaban aferrarse a sus delgadas piernas en busca de una salvación, otra oportunidad.

Los ojos esmeraldas cayeron sobre una figura que resaltaba en medio de aquel baño de sangre, su cuerpo largo era recorrido por varios espasmos y (T/n) creyó ver el reflejo de una lágrima al resbalar por su mejilla pálida.

«Busca al hombre de melena carmín» Había dicho el hada de la primavera cuando la vio en ese estado deplorable, el ser mágico también se veía agotado «Quédate con él, espero que puedas encontrar cobijo y felicidad a su lado».

―¿Por qué? ―Murmuro―. ¿Por qué no puede existir la paz?

Las prendas tenían salpicaduras de sangre, y lejos de poseer una expresión ida, el pelirrojo se mantenía serio. Pero el sufrimiento era palpable en sus ojos violáceos, podía asegurar que el dolor era genuino, no digno de un humano. Porque los humanos no sufren, los humanos no lloran cuando uno de los suyos cae, los humanos no valoran la vida. (T/n) lo aprendió en cuestión de minutos, cuando el techo de su casa caía a pedazos sobre ella y su familia.

Estiro el brazo, aferrándose a una cantidad generosa de ropa. La tela es suave, muy diferente a la que suele utilizar ella, los dedos prácticamente se resbalaban de lo tersa que es. Los ojos del hombre cayeron sobre su figura, viendo la desolación en ella.

―¿De dónde has salido, pequeña? ―La atrapo en el momento justo que se desmorono a sus pies, y Hiryuu la alzó sin mucho esfuerzo―. Pobre criatura...

―¡Hiryuu! ―Guen se acercó al joven Rey, igual de ensangrentando―. Ya no quedan más soldados- ¿Y esa niña de dónde salió?

El cabellos carmesí la sostuvo con un brazo, mientras que con la mano libre apartaba los mechones sudados que se pegaban a sus mejillas frías. Pudo oler en ella el aroma a la madera quemada, así como ver el rastro de lágrimas secas y la suave flama de magia natural que recorre su cuerpo.

Sus demás compañeros; Abi, Zeno y Shu-ten aparecieron al cabo de unos segundos, igual de agotados.

―Debe provenir del pueblo que fue quemado ―El cabellos verdes entrecerró la mirada, viendo la expresión pacifica de la niña que ahora dormía en brazos de su Rey.

―¿Qué haremos con ella, Rey Hiryuu? ―Pregunto Zeno, sus enormes ojos celestes escrutando con curiosidad a la niña.

Hiryuu no tenía el corazón como para abandonarla a su suerte, no viendo la devastación que arraso por completo la zona donde seguramente vivía. Además, hay algo llamativo en ella; la magia que recorre su cuerpo no es como la de los humanos comunes. Se atrevía a decir que incluso, estaba inclinado en un elemento especifico.

The Song Of Nature [PRÓXIMAMENTE] [Akatsuki No Yona] [Jae-Ha x Lectora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora