Capitulo18

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Recogió lo básico para pasar la noche fuera de casa y pensó en dejarles una nota a sus padres, pero optó por no hacerlo. Dar explicaciones era también dar la oportunidad de preguntar y Ana no quería responder. «Que se imaginen con quién me he marchado», pensó. Ya no iba a dar explicaciones acerca de sus idas y venidas.

Miriam, nerviosa, insistió en que tenían que salir de allí. Vale, la respuesta de Ana había sido satisfactoria, aunque le quedaba una pequeña espina clavada por lo ocurrido con Cepeda, pero aquella fantasía de hacerlo en la cama de sus padres la había sobrepasado.

—No cojas mucho equipaje, vamos en la moto —le repitió, impaciente por salir de aquella casa.

—¿La has traído? —preguntó ella, molesta, saliendo de su habitación con una pequeña bolsa de viaje.

—¿Qué acabo de decir? Me quedo a vivir aquí. ¿Nos vamos? La moto... maldita fuera, con el miedo que le tenía. Sin embargo, le dedicó una sonrisa cómplice y la siguió, tarde o temprano se acostumbraría a ella. Al día siguiente iría a buscar sus cosas y también se tendría que encargar de la mudanza, esperaba que Miriam hubiera elegido un buen sitio.

—¿Es grande? Quiero decir, ¿podremos llevar todos mis trastos?

—Ya están allí.

—¿Cómo? —Me encargué de tus cosas. Pero no de todas, por supuesto. Toma, ponte el casco. —Un momento, ¿cómo sabías que iba a aceptar?

—No lo sabía —admitió—, sin embargo, si me decías que no, al menos tenía una excusa para seguir viéndote hasta convencerte. —Se puso su casco.

Debía reconocer que Miriam había sido rápida en aquel aspecto. Agarrada en plan garrapata a ella, porque no terminaba de relajarse, recorrieron las calles.

Hacía tan sólo unas horas no sabía realmente qué iba a hacer. Estaba contenta, Miriam había ido a buscarla, sorprendiéndola, claro que ella había tomado la iniciativa sorprendiéndola aún más. Fue inevitable pensarlo, ¿y ahora qué? Ella pretendía que vivieran juntas. Por supuesto, la idea resultaba atractiva y, cómo no, un tanto suicida. Su yo más prudente se lo estaba advirtiendo.

Pero ¿merecía la pena arriesgarse? ¿Hasta qué punto podía resultar bien? Miriam iba a renunciar a mucho por ella. ¿Merecía la pena? Desde luego, la seguridad que ella había demostrado al comunicárselo, que no al pedírselo, debería despejarle todas las dudas. Sin embargo... Según iban circulando por la ciudad, Ana se dio cuenta de que tomaban el desvío que conducía a su urbanización. Curioso. Cuando entraron en la misma calle donde ella vivía, empezó a sospechar. Al accionar la puerta del garaje que tan bien conocía, se tensó. Y al ver su Mini aparcado en su plaza le pellizcó un brazo.

—¡Lo sabía! —le chilló, señalándola con un dedo acusatorio—. No cambias, ¿por qué no me lo dijiste?

—¿Por qué no contestaste al teléfono? ¿Por qué te largaste sin decirme nada? —replicó Miriam, recogiendo los cascos.

—Grrrr —gruñó Ana al darse cuenta de que había dado la vuelta a la tortilla. Entraron en la casa en silencio. Estaba claro que ella había estado allí, había cajas aún sin desembalar que no le pertenecían.

Dio un rápido repaso al salón, donde Miriam había instalado su centro de trabajo, con montones de carpetas y papeles sobre la mesa, junto con su ordenador portátil.

Inspeccionó la cocina, esperando encontrarla patas arribas, pero no fue así, estaba medianamente recogida. Miriam seguía sin decir nada, esperando con avidez una crítica, una opinión para devolvérsela. La había echado tanto de menos... Incluso había añorado las conversaciones de doble sentido, en las que ella, consciente o inconscientemente, la provocaba y fingía no darse cuenta, o bien mostraba una falsa indignación.

Todo es posible menos túWhere stories live. Discover now