—¿Preparado? —me preguntó Allan antes la puerta de la casa de mi futura protegida. Estaba situada en una de las zonas más exclusivas de la ciudad aunque, desde fuera, no parecía muy ostentosa.
—Claro —le sonreí intentando aparentar tranquilidad. Me separé un poco el cuello de la camisa para poder respirar mejor. No entendía que estuviese nervioso, iba a ser un trabajo más, ¿o no?
Allan tocó el timbre y, al momento, apareció una mujer de unos cuarenta años, rubia y ojos azul transparente que deslumbraban. Iba vestida con un traje oscuro de chaqueta y falda. Era bastante atractiva. Por la cara que tenía parecía bastante alterada.
—¡Allan! Gracias a Dios que has venido… —le dio un abrazo— hemos recibido una cosa… —dijo desesperada pero titubeó al verme a mí.
—Martha, este es Richard Gómez, el hombre del que te hablé —la cogió de la mano para tranquilizarla y nos presentó—. Rick, esta es Martha Sullivan, es la amiga y asistente personal de Sussi.
Ella me estrechó la mano firmemente y nos hizo pasar. Al entrar en la casa me fijé en que era muy acogedora. La entrada era amplia y en el centro había una mesa coronada con un gran jarrón con margaritas recién cortadas. Al fondo, había una escalera que accedía al segundo piso. Estaba decorada de manera sencilla.
—Rick, quédate aquí, Martha me va a enseñar lo que han recibido —me susurró mi amigo.
Asentí en silencio y vi cómo se iban hacia el salón que se situaba a la izquierda de la entrada. Él iba detrás de ella con una mano en la espalda. Tendría que preguntarle más tarde sobre esa familiaridad.
Esperé allí unos segundos hasta que oí un ruido que provenía de mi derecha. Avancé lentamente y entré en una cocina grande y luminosa con muebles modernos pero cálidos. En el centro, se situaba la isla dividida en dos partes: la primera se trataba de una vitrocerámica táctil y la otra era una gran encimera de mármol. Esa parte estaba rodeada por cuatro taburetes para poder sentarse cómodamente allí para comer. Vi un movimiento cerca del frigorífico y entonces la reconocí, era Suzanne la procedencia del ruido.
Estaba de espaldas a mí preparándose un tazón con cereales y leche. Iba vestida con un conjunto de deporte que se le ajustaba a la silueta. Los pantalones eran unos piratas negros de licra que le hacían resaltar su trasero y sus preciosas piernas; el top que llevaba era azul y dejaba entrever la parte de arriba de lo que parecía una deliciosa espalda que debía ser muy suave al tacto. Llevaba el pelo recogido en una coleta alta. Estaba sudada, seguramente porque acabaría de hacer ejercicio.
Al imaginármela sudando debajo de mí noté que mi entrepierna se excitaba. Normalmente era un profesional y no me dejaba llevar por esos impulsos pero desde que vi su foto algo en mi interior se removió.
Ella todavía no se había dado cuenta de que la observaba, guardó la leche en el frigorífico y, cuando se dio la vuelta, se sobresaltó al verme dejando caer el cuenco al suelo.
—¡¿Quién es usted?! —me miró con los ojos llenos de pánico. A pesar de eso, los tenía preciosos, me fijé en su rostro que estaba en tensión. Tenía los labios entreabiertos y respiraba acelerada, bajé la vista y allí estaba su abultado y sensual pecho subiendo y bajando. Me la imaginé así de alterada debajo de mi cuerpo—. ¡Le he hecho una pregunta! —volvió a gritar asustada. Me recompuse y me acerqué a ella un poco. Se parapetó detrás de la isla de la cocina y cogió un cuchillo para defenderse.
—Señorita Walters, me llamo Richard Gómez y he venido con su tío Allan —le respondí despacio y con las manos levantadas para darle confianza.
—¡Tío Allan! ¿Estás aquí? —gritó hacia la puerta. Allan, apareció en menos de un segundo en la cocina y se quedó paralizado al verla con el cuchillo.