tres

11.1K 1K 53
                                    


—Entonces me preguntó si quería dar un paseo por el jardín de su palacio, realmente es un caballero, padre, quiero invitarlo a tomar el té si usted me da su permiso por supuesto... —la voz de su hermana retumbaba por todo el salón. La cena familiar era una costumbre que no debía romperse y muy pocas veces participaban en las conversaciones. La mayoría de las reuniones eran en silencio, y su padre era quien hacía las preguntas.

—Víctor —escuchó su voz y salió del trance en el que se encontraba. Sus orbes esmeraldas se levantaron y notó la odiosa mirada que su hermana le echó. Tragó saliva y miró los ojos oscuros de su padre pegados en él—. ¿Estás bien?

—Sí, padre, yo...

Murmuró y su hermana volvió la cabeza, tratando de llamar la atención del rey.

—Papá te estaba contando sobre el Conde de...

—¡Meredith! —la voz de su madre retumbó por todo el salón y todo integrante de la mesa quedó callado. La alfa miró a su hija con grandes ojos, regañando sus actos por interrumpir al rey. La joven bajó la mirada al igual que Víctor y sus otros dos hermanos.

Siempre supo que era el favorito de su padre. Al ser su primogénito real obtuvo más atención que sus otros tres hermanos. Los dos varones que le seguían lo miraban en silencio, Meredith lo miró molesta como siempre y él, sin embargo, no se inmutó por eso.

Víctor apretó los labios y susurró bajo—. ¿Puedo retirarme padre?

—Puedes —escuchó y se levantó a toda prisa.

Fue directo a sus aposentos con la intención de conseguir un poco de calma. Se arrancó la pesada ropa y las cambió por otras finas y más delgadas. Estuvo cerca de unos quince minutos merodeando su habitación, ojeando libros y disfrutando el silencio que aquellas paredes le regalaban. Se acostó en su cama con la esperanza de dormir un poco hasta que escuchó un golpe en la puerta.

—Víctor, ¿Puedo pasar? —la vibración de su voz causó un escalofrío completo en todo su ser. El joven alfa se levantó y prendió dos velas más antes de abrirle a su padre. Las feromonas dominantes que lo rodeaban entraron por la puerta cuando los ojos negros de su rey se clavaron en él—. Quería charlar un poco contigo.

—Sí —asintió y bajó la mirada. Sintió la mano enorme del alfa sobre su hombro, caliente, Víctor cerró los ojos con fuerza y un suspiro salió de sus labios. Iba a cumplir los diecinueve años en unos meses y sabía que su padre lo vería como un comandante de guerra y que lo mandaría a gobernar colonias poderosas. Era el último paso antes de llegar a ser el rey.

—Tu tutor de arte me dijo que estás inquieto —soltó y el joven alfa se puso rígido—. Tu última pintura dice mucho de ti, hijo.

—Tengo... Muchas inseguridades, padre... —murmuró y lo miró fijamente—. Sobre el destino del Reino, lo que pueda pasar.

—¿Crees que no podrás reinar bien tras mi partida? —Víctor lo miró, su padre no era un alfa tan viejo. Cruzaba los cuarenta y aún mantenía su aspecto joven a pesar de algunas canas. Había una gran pintura de él en el salón principal, junto a su abuelo. La dinastía de Alfas se remontaba a su familia, a su sangre. Era mucho peso histórico sobre sus hombros.

—Si me disculpa... No quiero hablar mucho de eso, padre.

El alfa mayor lo miró y sonrió suavemente, charlaron de cosas triviales, como los libros que habían leído en la semana o tácticas de guerra que el abuelo le había enseñado al rey. Pasaron dos largas horas cuando su padre finalmente se retiró a sus aposentos y Víctor quedó solo en su lugar.

Se removió intranquilo, la noche era joven para ir a dormir y rápidamente salió de su habitación para ir al estudio de arte donde su padre y él compartían su pasión por las pinturas. Entró y la luminosidad de la luna se extendió sobre todo cuadro que el rey había hecho. Pinturas de su madre, numerosas, de él y de sus hermanos. Tantas. Y ahora, nada. Hacía mucho tiempo su padre había dejado de retratar a su esposa y sigilosamente Víctor pensó que era causa del Demonio.

Miró las carpetas de su padre, su estudio. Todo sirviente tenía prohibido tocar sus cosas, incluso había retado a Meredith por intentar ver su pintura una vez. El joven alfa tragó saliva y caminó con lentitud hacia las carpetas y los bocetos.

Supo al instante que aquella bella criatura era distinta a su madre. Su rostro, el color de su piel y la forma que lo dibujaba. Miró las carpetas, las telas, hasta que chocó con una que estaba terminada. Era de aquel demonio, ese que había visto en su infancia postrado en el suelo.

El demonio estaba sentado en el sillón de terciopelo rojo que su padre tanto amaba. Aquél que había sido de su bisabuelo. El Omega miraba hacia otro lado, sus ojos azules mantenían toda tristeza y lejanía que sintió algo extraño en su pecho. Traía poca ropa, apenas telas oscuras cubrían su cuerpo remarcado. Su tacto recorrió todo centímetro, notando toda vez que su padre había marcado con el lápiz. Fuerte. Supo el afecto y el gusto que tenía por esta pintura al solo ver cómo lo hizo.

Su alfa aulló, recordando al demonio del pasillo prohibido. Miró la pintura una vez más antes de rechistar y guardarla con rapidez. Su padre estaba hechizado. Estaba maldito. El mismo engendro de Satanás que estaba retratado en aquella tela se había llevado el corazón de su padre como trofeo al infierno. Sintió la ira hervir su sangre, su familia, el reino. Iban a terminar igual que la leyenda si todo seguía así.

Rápidamente Víctor corrió hacia la zona prohibida, en busca de aquel demonio. 






HUNTER.

El reflejo de tu muerte (Omegaverse) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora