Pienza, Italia.
La brisa del viento me acaricia el rostro con suavidad, mientras paso la punta de mis dedos sobre los pétalos de las florecillas blancas que adornan los arbustos frente a la terraza del jardín trasero. Los rayos de sol ascienden poco a poco desde el horizonte, regalándome una hermosa vista de un amanecer con tonalidades púrpura y rojizas. Continúo caminando por el jardín, sintiendo el rocío que cubre el césped bajo mis pies descalzos, mientras escucho a lo lejos el trinar de las aves entre las ramas de los árboles anunciando el comienzo de un nuevo día. Soy una mujer de hábitos, por lo que hace muchos años que acostumbro despertar a las 5:30 de la mañana para practicar yoga y meditación, ya que es el único momento del día que sé que es enteramente mío. Al terminar cada sesión voy a la cocina y salgo al balcón principal del departamento con una taza de té de menta entre las manos y me siento a esperar el amanecer. Esta vez es un poco diferente, ya que me encuentro del otro lado del mundo en una casa de campo preciosa con un jardín enorme y una vista majestuosa del Val D'Orcia frente a mis ojos, así que se siente mil veces mejor.
En una de las habitaciones de la planta alta, Fernando ha instalado un estudio provisional para estas vacaciones, en el cual ha pasado la mayor parte del tiempo escribiendo desde que llegamos aquí. Aunque siempre le ha gustado trabajar en el ordenador, esta vez lo ha estado haciendo en el cuaderno que le obsequié por su cumpleaños número veintisiete. Me llevó alrededor de dos semanas terminarlo ya que mi idea era hacerlo como una especie de libro antiguo, por lo que tenía que darme el tiempo de teñir las hojas para darle un aspecto envejecido y darle forma también al encuadernado. El resultado fue un asombroso "libro" con el aspecto de un manual de hechicería. Aunque la casa cuenta con amplias estancias en las que podría trabajar tranquilamente, él necesita su propio espacio. Es por eso que al día siguiente de haber llegado sacamos la cama de esa habitación y la guardamos en el trastero, limpiamos a conciencia hasta el último rincón de la misma y no salió de ahí hasta la hora de cenar.
Hay tres razones para estar de vacaciones durante algunas semanas en una de las regiones más bellas de La Toscana: la primera es que su más reciente historia transcurre (en su mayoría) en esta pequeña ciudad italiana y necesitaba un poco más de inspiración; la segunda es que después de haberle devuelto lo que le pertenecía necesitaba alejarlo el mayor tiempo posible de la ciudad, al menos lo suficiente para que las heridas exteriores terminaran de sanar. Y la tercera es que, por la corta explicación que me dio y la insistencia con que me convenció para venir, es porque hay un asunto muy delicado de trabajo que necesita resolver lo antes posible.
Me siento durante un rato en el borde de la piscina con las piernas cruzadas, y sólo hasta que los rayos de sol me calientan las mejillas me pongo de pie y entro a la casa para darme una ducha. No lo hago en la habitación principal, ya que no quiero despertar a Fernando todavía. Difícilmente concilia el sueño durante más de tres horas seguidas, así que hoy que por fin ha dormido toda la noche sólo entro por un cambio de ropa a la recámara y voy a ducharme en el baño de la habitación de enfrente. Al terminar de arreglarme, bajo a la cocina para preparar el desayuno. Abro el frigorífico y me decido por algo tradicional: huevos con tocino, tortitas con mantequilla y mermelada de frutos rojos, fruta picada, jugo de naranja y café. Voy de un lado a otro en la cocina, tarareando al ritmo de la música que suena en la grabadora, mientras pienso en todo lo que hemos vivido juntos estos últimos cinco años. No ha sido un camino fácil, pero seguimos luchando cada día por terminar de sanar las cicatrices que aún quedan del pasado. Por fortuna él puede esconderlas debajo de la ropa, pero la cicatriz que atraviesa mi mejilla izquierda hasta la mandíbula no la podré borrar jamás. En ocasiones, cuando el crepúsculo llega, es inevitable contemplar el horizonte y no pensar en todas las cosas malas que he hecho a lo largo de mi vida, y cada vez que lo hago me vuelvo a dar cuenta que superan con creces la lista de cosas buenas. Pero para calmar el dolor, la ansiedad, la culpa y el miedo lo único que necesito son los brazos de Fernando rodeándome con fuerza mientras me susurra al oído que todo estará bien.
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Sueños De Una Mente Perturbada
AléatoireRelatos, pensamientos o pasajes que ocurren dentro del inhóspito mundo de los sueños... Mis sueños.