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Había cortado el teléfono cuando solté esas últimas palabras donde comencé a entrar en razón y sabía que no lo entendía, y las personas me lo decían pero no sabía cómo darme cuenta, o no sabía realmente si quería darme cuenta de esta realidad.

Al cortar no me importó estar sola, a las diez de la noche en un lugar donde solo había niños y padres junto con ellos, no me importó aquel viento frío que comenzaba a enfriarme la piel de a poco, pero estaba en duda de que si era producto del frío eso o si venía de mi interior. Lo único que me sacaba una sonrisa en ese momento depresivo de mi vida eran los niños que jugueteaban sin importancia alguna en los diferentes juegos de aquel parque. Era verlos y saber que la felicidad que sentían era real, que su única preocupación en ese momento era no caerse de un columpio o de a qué hora sus padres dirán que tienen que regresar a casa para volver en otro momento. Sabía también que todo eso a mí ya no me pasaría, que no me sentiría una niña porque toda inocencia en mi estaba perdida, porque yo misma la había dejado a un lado y la había pateado sin importar hacia un lugar que hasta ese día no sabía. Estaba tan inmersa en mis pensamientos hasta que escuché una dulce voz que venía de mi lado. — Qué lindo vestido tienes. Mi color favorito también es el rosa. — Susurró, y fue cuando sonreí y la miré. Era una niña de aproximadamente cinco años que me sonreía como si me conociese de toda su pequeña vida. Sus ojos me transmitían la paz y la picardía que necesitaba verme a mí misma a esa edad. — Gracias. Es un color muy bonito ¿No crees? — Susurré al verla y sonreí al igual que ella para trasmitirle la confianza que se notaba que ya poseía en ella. Cuando me iba a responder sonó la voz de una madre que buscaba a su hija, Sofía, fue cuando ella se zafó rápidamente de mi lado y se fue al de ella, dejándola tranquila de que no se había fugado con ningún extraño.

Te dije que no hablaras con extraños, Sofía. — Murmuró impaciente la mujer. Y claro, yo también lo haría si veo que mi hija habla con una mujer que tiene más ganas de estar encerrada en un cuarto llorando que vestida elegante en una plaza a altas horas de la noche.

La niña al escuchar esto comenzó a caminar hacia lo que supuse que era su auto, y luego detrás fueron sus padres y un niño más. Fue ahí donde mis pensamientos comenzaron a maltratarme una vez más. Y no quería eso, como tampoco quería volver a mi casa para escuchar canciones que lograban deprimirme, o películas, o cartas, o mensajes o todo lo que pudiese encontrar que sabía que llegaría a hacer que caiga en aquel pozo al que nadie quería saltar pero algunos caminan dentro de él sin saberlo.

Como era de mi costumbre llevaba los auriculares enredados en mi bolso, los saqué, tardé en desarmarlos y me los coloqué para poder escuchar como primera canción Coming Down, de Halsey. Comencé a caminar mientras la escuchaba y me sentía en una película, pero los personajes sabían que solo caminaban por ciertos lugares y tenían un lugar definido para ir. Yo no, no tenía ni la más mínima idea de donde terminar esta noche.

Como puede cambiar todo tan rápido. Como las cosas son como no las esperas. Son de esa manera en la cual tienes miedo que pasen, tienes miedo de que todo se vaya al carajo y que nada sea lo mismo en tu vida. Y fue lo que realmente había pasado, sin más que decir, todo se había ido al carajo.

Y es que era así desde ya hacía mucho tiempo.

Se olvidó de mi cumpleaños, la fecha más importante en mi vida, no la había recordado y la compensó con diferentes regalos a la noche, diciendo que fue una "broma" que él siempre se acordó, pero no, un día ebrio me confesó que realmente se la había olvidado. Y siempre ahí, tratando de buscarle lo positivo, de que se había olvidado por mucho trabajo, o muchos mambos propios. Tomaba, más de la cuenta. Muchas veces me llamó enojado, tratándome de lo peor porque los amigos "decían que me habían visto en..." y él gritando me derrumbaba las ideas positivas de mi vida, y yo me dejaba. Al punto de haberme acostumbrado a todos sus malos y perdonárselos, por miedo, quizás, de quedarme sola en esta vida. Sabía que podía conocer a alguien más, pero algo en mí no podía estar bien. Mi alma no estaba contenta con lo que pasaba conmigo, a mi alrededor, o con lo que elegía para que sea lo mejor en mi vida.

Era feliz con él un rato, y después me ponía fría, sin hablar, sin ánimos de que siga dentro de mi casa o a mi lado. Fría como el invierno, dura como una piedra, más en otra realidad que en esta. Y no me entendía, hasta estos momentos en el cual estoy caminando sin rumbo hacia la nada misma. 

Mía.Where stories live. Discover now