Prólogo.

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—¿Recuerdas cuando Santi se te declaró? —pregunta entre risas

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—¿Recuerdas cuando Santi se te declaró? —pregunta entre risas.

—No hay un solo día en el que no lo haga, Arthur —río con él rememorando brevemente ese día.

—Dios —limpia con su dedo índice una lágrima de su ojo, la cual fue producto de su histérica risa —, mira que decir así sin más que eras lesbiana y en el momento más oportuno, vaya suerte la tuya —levanta su botella de refresco en el aire—. Brindo por el gran tamaño de tus ovarios, mujer. —Alzó la mía y las chocamos.

—¿De nuevo están recordando lo de Santi? —Caín deja caer su compra en la mesa, acto seguido, se sienta a mi lado.

—Tú sabes, rechazar chicos me da diez años más de vida.

Mi moreno amigo rueda los ojos antes de sacar de su envoltorio su torta.

—Esa es una de las razones por las que digo que eres un chico, parece que no tienes sentimientos.

—Idiota, eso me ofende, los chicos sí tenemos sentimientos —lo reprende.

—Lo sé perfectamente, también tengo testículos allí abajo, animal —bebe su agua de jamaica con sumo cuidado —. Lo dije porque muchas chicas acostumbran a decir que los hombres no sentimos o que nos acostamos con muchas por ser "perros" por naturaleza. De esta manera expresó mi frustración, déjame ser, ¿quieres?

—Oh, ya entiendo. Tienes razón pero no podemos hacer nada en contra, solo nos queda resistir con todas nuestras fuerzas. —Río por el tono tan serio con el que lo ha dicho.

—Ánimo, tú puedes encontrar todavía una chica, mi querido puro y casto amigo —guiño un ojo poniendo mi mano en su hombro.

—Ya sabes lo que dicen, en esta vida o eres rico o encuentras el amor. No te enamores Arthur, tú nos vas a contratar en tu empresa. —Alzo la mirada encontrándome con Jean.

—Enamorarse es malo, eso es seguro —desvío la mirada hacia el suelo —. Nunca debes apasionarte mucho por alguien ni hacerte ilusiones tan rápido, porque al final serás tú quien salga perdiendo por ser tan crédulo. Al principio de todo debemos mantenernos escépticos, no creer en nada hasta que lo veamos con nuestros propios ojos —bebo de mi refresco intentando tomar esas palabras para mí.

Volteo hacia el lado izquierdo, tratando de mirar quiénes se han sentado en la mesa contigua y me sorprendo al encontrarme con la intensa mirada de Santiago. Rápido y sin aviso, un sentimiento de querer molestarlo surge en mí.

Cuento hasta 5, dándole tiempo para voltear a otro lado y librarse de una pelea en pleno almuerzo.

Termino de contar mentalmente y él sigue mirándome como tratando de encontrar algo. ¿Qué va a encontrar en mi rostro el estúpido?

—Una foto te duraría más, chiquitín —sonrío ampliamente provocándole.

—Lo siento pero solo fotografío lo que es bello y, claramente, tú no lo eres —responde recargando su barbilla en su mano.

Alzo una ceja aceptando el duelo.

—Por cierto, hace un momento me llamó Amy, no sé si la recuerdas pero saliste con ella, ya sabes, la de pechos inexistentes, ¿quieres que te diga lo que me contó? —enderezo mi espalda, preparada para lanzarle una bomba.

—¿Qué? —parpadea confundido.

—Bueno ya sabes que ella sabe que tú y yo no tenemos la relación más estrecha y afectuosa del mundo.

—Si, lo sé. —Muerdo mis labios disfrutando la gran tomada de pelo que le daré.

Me mira expectante, ansioso. No hay duda, ella aún le importa.

Siento algo de pena por él, la chica claramente no lo quiere ya.

—Me dijo que la tienes pequeña, ¿eso es cierto?—grito.

—¿Q-Qué? —su rostro adquiere color, mostrando su vergüenza.

Perfecto. Le he ganado esta vez.

No sé si te amo o te odio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora