Capítulo 1: EL REENCUENTRO.

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-Pin.

Oí que una voz me llamaba desde detrás mientras yo caminaba hacia el aula donde se impartía la clase de Biología.

Me detuve y miré los alrededores para averiguar de quién se trataba. Hacía mucho tiempo que no escuchaba a nadie llamarme de esa manera. De hecho, era conocido como Pascal entre los humanos, aunque ese no fuera mi verdadero nombre.

Cuando la voz volvió a llamarme «Pin», decidí avanzar en la dirección desde donde provenía el sonido.

Pronto noté que una chica asomaba por la puerta de un aula vacía en la que no se impartían clases allí ese día. Con un gesto de su mano, la extraña me indicó que entrara deprisa y, sin pensarlo, acudí de inmediato. Ingresé.

-Cierra la puerta y no hagas ruido, -pidió la bella muchacha.

A simple vista, ella aparentaba tener más o menos mi edad. Sin embargo, ninguno de nosotros era en realidad un adolescente de diecisiete años. Lo supe de inmediato, la reconocí. El rostro dulce de esa hermosa chica no podría olvidarlo jamás.

-Hada...Hada, ¿eres tú? -pregunté algo balbuceante.

-Sí, Pin, soy yo. Ha pasado mucho, mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, ¿no crees?

Muchos recuerdos se agolparon en mi mente sin previo aviso. Si la memoria no me fallaba, nuestro último encuentro había sido en el entierro de mi padre.

Hada siempre estuvo a nuestro lado hasta aquella tarde; Pepito también. Ambos fueron mis primeros amigos de verdad, incluso antes de que yo fuera humano. En algún punto nuestros caminos se separaron, por ello el reencuentro me hizo sonreír, aunque seguía sorprendido por la visita inesperada.

-Supongo que habrás venido a verme por algo en particular, ¿no es así? -pregunté a Hada, curioso.

-Pues la verdad es que sí. Necesito de tu ayuda, Pin. Un amigo nuestro en común tiene graves problemas. Acudo a ti porque me gustaría que intentes ayudarlo. Tú lo conoces muy bien, sabes de quién hablo. Es probable que a ti te haga caso. -Hada me dirigió una mirada triste mientras lo explicaba.

-¿Pepe? -inquirí, adivinando la respuesta. Bueno, adivinando no, pues él era el único amigo en común que teníamos.

-Sí, nuestro querido Pepe, Pepito Grillo -confirmó Hada.

-¿Qué clase de problemas tiene? ¿Y de qué manera puedo ayudarle yo? ¿Está enfermo o le ocurre algo grave? -pregunté, preocupado.

-Pepito perdió algo muy importante y creo solo tú puedes ayudar a recuperarlo. El problema es que para ello tendrás que hacer un gran sacrificio, Pin. Tendrás que convertirte en un muñeco de madera otra vez -explicó Hada con voz solemne-. Sería algo temporal...

-¿Un muñeco de madera? ¿Otra vez? -interrumpí-. Mira..., de verdad querría ayudarle porque él fue mi primer amigo, mi mejor amigo. Pero ya ha pasado demasiado tiempo desde que cambié. Me prometiste que sería un niño humano de carne y hueso. Me prometiste también que no envejecería, que siempre sería joven. ¡Mírame, Hada! Aquí estoy, más de cuatro siglos después, soy un eterno adolescente y soy feliz.

»Temo que no sobreviviría ni un día si me volviera un niño de madera otra vez. Las cosas han cambiado mucho en todos estos siglos. Ya no se fabrican más muñecos de madera, hoy todo es plástico; ya sabes: componentes electrónicos, pilas, microchips y demás. De seguro terminaría en manos de algún coleccionista chiflado de juguetes antiguos o algo por el estilo -respondí a mi hada madrina. Enumeré así las excusas e inconvenientes que llegaban rápido a mi mente.

-Pinocho, me decepcionas. ¿Dónde está ese niño que era atrevido y decidido?, quizás incluso demasiado decidido para su propia salud; el que se arriesgó a meterse dentro de una ballena para salvar a su padre, ¿dónde ha quedado esa parte de ti? -Hada intentó despertar mis sentimientos.

-Escucha, Hada, te prometo que lo pensaré. Pero dime primero qué clase de problemas tiene Pepito. No puedo tomar una decisión si no entiendo con exactitud lo que le ocurre -inquirí.

-Pepito ha perdido su posesión más valiosa: su conciencia. ¿La recuerdas? Gracias a ella, Pepe ayudó a muchos más niños y jóvenes como tú. Les ayudó a diferenciar lo que está bien de lo que está mal. Les enseñó lo que es bueno y los alejó de lo que es malo, de lo que les haría sufrir o de lo que les causaría daño. Pero ahora... Ahora es él quien se mete en problemas constantemente, se pelea, se emborracha, se junta con insectos peligrosos y con delincuentes. He tratado de hablar con él, pero no entra en razón, ¡incluso llegó a insultarme! -Hada explicó en detalle la condición deplorable de Pepito Grillo.

Yo no daba crédito a lo que oía. ¿Cómo era posible que ese pequeño ser que tanto me había ayudado con sus sabios consejos se encontrara ahora en una situación tan penosa?

-Pinocho, tú eres su única esperanza. Puede ser que a ti te haga caso -insistió Hada, suplicante-. Yo te diré dónde puedes encontrarlo, he seguido sus pasos en los últimos meses. No está lejos de aquí.

Bufé.

-Supongo que no puedo negarme entonces, la situación parece muy mala -contesté mientras me rascaba la cabeza con un gesto instintivo de preocupación-. De todas maneras, antes de ir a buscar a Pepito quisiera despedirme de alguien.

-De esa chica con la que conversas a diario, ¿verdad Pin? ¿Se llama Annie, ¿no es cierto?

Hada me sorprendió con sus palabras.

-¿Cómo sabes sobre ella? -pregunté desconcertado.

-¿Te extrañas? Me parece que te has vuelto demasiado humano. Todavía soy tu hada madrina, lo sé todo sobre tí. Siempre encuentro momentos para vigilarte, para asegurarme de que te encuentres bien. Y he notado que esa chica y tú pasaís mucho tiempo juntos. Sé que ella te gusta y que tú le gustas a ella. Así que estaba pensando que, ya que tú me ayudarás a mí con Pepito Grillo, yo te puedo conceder un deseo nuevo.

No fue necesario que yo expresara mi deseo en palabras; apenas la idea surgió, ella leyó mi mente. Al fin y al cabo, como había dicho minutos antes, era mi hada madrina y lo sabía todo sobre mí. Yo sospechaba incluso que más de una vez me había ayudado sin que lo notara.

-Te concederé tu deseo -dijo y me tomó de las manos por un instante, por un parpadeo.

Y, antes de que pudiera darme cuenta, Hada había desaparecido; tras ella dejó un breve pero potente destello.

La conciencia de Pepito (Completa) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora