Capítulo 3: Los problemas de Pepito

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—Tú a mí no me llamas borracho tramposo, como mucho estoy un poquiiito mareado, y te gané limpiamente, ¡eres tú el que hace trampas, baboso saltamontes!
—Cállate, grillo inmundo, tramposo y borracho. ¡Pelea como un bicho, si te atreves!
La disputa era intensa.
—¡Eh! ¡Eh! ¡Que haya paz! —interrumpí la inminente pelea mientras corría rumbo a ellos.
Pepito me miró apenas oyó mi voz. Entornó los ojos y se quedó quieto por unos segundos, sin formular palabra alguna.
—¿Pinocho? —preguntó balbuceante luego.
—Sí, soy yo, ¿te acuerdas de mí? —cuestioné, expectante.
—¡Pinocho y... ¿Pinocha?! —añadió él cuando notó a mi compañera.
—¡Me llamo Annie! —respondió ella, molesta.
Pepito sonrió y volvió su atención al otro insecto para despedirse.
—Bueno, Saltamontes, de momento te libras de mí, pero ya nos veremos las caras otro día, como puedes ver, ahora tengo una visita —explicó a su compañero de partidas de poker.
Aguardé a que el insecto se marchara porque no quería que otros oyeran mis palabras. Y cuando lo vi doblar la esquina, tomé aire y me dirigí a mi amigo.
—¿Qué te ha pasado, Pepito? Sé que estás en problemas, me envió Hada, dijo que tenía que ayudarte. —Fui al grano sin más preámbulos.
—¡Bah! No tengo ningún problema... —Comenzó a decir él, pero sus ojos se movieron hacia uno de los lados—. ¡Ey grillita, mi amor! ¿Qué haces esta noche? Te invito a unas frutas recién fermentadas. Verás que lo bien lo pasaremos... —Pepito abandonó nuestra conversación al ver pasar a una chica de su especie a la distancia.
—¡Pepito! —exclamé, incrédulo—. ¿Será posible? No te reconozco: bebedor, peleón y... ligón. Definitivamente algo te ha ocurrido. —aseveré, muy sorprendido—. ¿Qué ha pasado con tu conciencia? Tú siempre me aconsejabas y me llevabas por el buen camino. Me tratabas de apartar de la gente mala. ¡Ahora eres tú el que no se junta con los insectos más recomendables! —Intenté razonar con él.
—Conciencia, conciencia... ¿Para qué sirve eso? Uno va por la vida siempre tratando de hacer el bien, pero los demás te traicionan, tratan de hacerte daño, tratan de exterminarte sin motivos —respondió él, lleno de resentimiento.
—¿Quién te ha hecho daño? ¿Quién trata de exterminarte?
—Los humanos, ellos tratan de exterminarnos con sus trampas, con sus insecticidas, con sus pesticidas —explicó él, enfurecido y en tono de voz alto.
—Bueno, algo de razón tienes —admití—, pero hay humanos buenos, humanos que protegen a los insectos, que se preocupan por el medioambiente —contesté desde mi punto de vista.
—No lo entiendes. Malcof tiene razón, hay que contraatacar, los insectos tienen que ser la especie dominante en la Tierra. Así todo recuperará la armonía —sentenció con dureza Pepito.
—¡Dios mío! Ahora veo que lo tuyo es más grave de lo que pensaba. ¿Quién es Malcof? —pregunté con preocupación.
—Malcof es un escarabajo rinoceronte, es nuestro guía, nuestro líder —contestó Pepito.
—¿Y cómo llegaste a conocerlo? —preguntó Annie a Pepito.
Su irrupción me sorprendió, me pregunté si comenzaba a creer que esto era real o si todavía creía que era un sueño.
—Una noche, oí una discusión entre dos insectos y, como siempre, fui con la intención de poner paz. Cuando me acerqué, presté atención a los argumentos de ambos. Traté de hacer de mediador entre ellos y expuse mi opinión. Malcof, que estaba allí por casualidad, observando el debate, me felicitó por mi manera de razonar y me dijo que yo era un insecto muy inteligente, con mucha capacidad. Desde entonces nos hicimos amigos. Me invitó a varias fiestas y banquetes donde sirve unas bebidas deliciosas que inventó él; también empecé a asistir a sus conferencias, allí me convenció de la maldad de los humanos y de sus planes para terminar con las injusticias.
»Pinocho, únete tú también a nuestra causa. ¡Acabemos con los humanos! Te invito a que vengas a la próxima conferencia, será esta misma noche. Además, allí podrás probar también esa bebida exquisita que siempre sirve Malcof. Te encantará.
—Pero Pepito, ¿no te das cuenta que os está manipulando? No te reconozco, tu manera de hablar y de comportarte dista mucho del Pepito grillo que yo conocí —intenté razonar con él otra vez, quería apelar a sus sentimientos.
—Mira, está bien, Pinocho, tú haz lo que quieras, pero yo no voy a dejar de seguir a Malcof. Pronto nos veremos libres de los humanos molestos y nos lo agradecerás —respondió de forma decidida.
—Pepito, recuerda que yo también soy humano. Bueno, ahora mismo no, pero lo he sido hasta hace unas horas y volveré a serlo luego. ¿Quieres también acabar conmigo?
Lo que más deseaba era rescatar a ese Pepito que yo conocí, el que era bondadoso y noble.
—Pinocha y tú podéis continuar siendo muñecos de madera. Así podréis seguir vivos —contestó Grillo.
—¡Me llamo Annie! —gritó ella, muy molesta.
—No sé, Pepito. No sé. Al menos dime en qué consisten vuestros planes para acabar con los humanos y tal vez me lo pensaré —prometí. Cuidaba mis palabras para no mentir.
Ya que no podía razonar con Pepito, se me ocurrió que quizá pudiera conseguir frustrar esos propósitos tan malévolos que tenía.
—Verás, tenemos un ejército de insectos: hormigas, moscas y cucarachas que serán contaminadas con un virus letal para los humanos, pero inofensivo para nosotros, los insectos. No lo tenemos todavía, lo conseguiremos pronto —aseguró—. Hay un laboratorio donde los científicos humanos están trabajando con toda clase de microbios, virus y bacterias; sabemos que tienen lo que buscamos. El virus que usaremos es muy agresivo y en pocas semanas causa la muerte del infectado. Según nuestros cálculos, en pocos meses la epidemia será mundial y no habrá tiempo de encontrar un antídoto; después de todo, ¡los insectos estamos en todos lados! —añadió con orgullo—. Hemos estando cavando un túnel para poder entrar al laboratorio y conseguir ese virus. Lo robaremos.
Al oír esto, Annie y yo nos asustamos mucho. Ya no solo se trataba de ayudar a Pepito a recuperar su conciencia, sino de ayudar a salvar a la humanidad entera. Me alegró haber aceptado el pedido de Hada.
—¿Y cuándo empezará el ataque? —pregunté de inmediato para saber el tiempo del que disponíamos para actuar.
—No lo sé, pero pronto —aseguró Grillo.
—Supongo que quizá nos podamos unir a vuestra causa y ayudar —propuse.
—¿Te has vuelto loco tú también? —exclamó Annie.
—No hay mejor manera de ayudar que actuando desde dentro, ¿no crees? —susurré cerca del oído de mi amiga, luego hablé en tono normal para Pepito—. Nada me gustaría más que ayudar a un amigo —añadí y le di un pequeño codazo a mi acompañante para que captara la indirecta.
Ella no sabía que yo no podía mentir. Nunca se lo dije; y en ese momento me pregunté si la nariz de ella funcionaba igual que la mía. Necesitaría averiguarlo para evitar problemas futuros.
Pero eso sería luego. La prioridad del momento era convencer a Pepito.
Yo estaba seguro de que, si fingíamos ser sus aliados y estar de acuerdo con ellos, podríamos averiguar si había algún punto débil en los planes de los insectos.
—Oh, sí, por supuesto, creo que es muy buena idea —respondió ella con una mentira, demostrándome que había entendido lo que yo tenía en mente y que su nariz no funcionaba igual que la mía.

La conciencia de Pepito (Completa) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora