Capitulo 4: El plan

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—Esta noche tenemos una reunión en el sótano del viejo bar de la esquina, o sea aquí mismo. Si estáis en la puerta a las ocho, yo mismo os acompañaré al interior, pero primero tengo que explicarle a Malcof que tenemos nuevos aliados y que os he invitado a asistir a la conferencia —explicó Pepito Grillo muy animado.
—De acuerdo, aquí estaremos.
Cuando él se fue, Annie y yo decidimos sentarnos entre las cajas caídas para intentar crear nuestro propio plan de acción. Mientras estábamos en ello, se apareció Hada.
—Hola, chicos, ¿cómo estáis? —saludó con su característica dulce voz, como si nada hubiera ocurrido.
Yo sabía que ella había observado la escena completa. Es mi hada madrina después de todo.
—¡Hada! —exclamé, consternado—. ¿Por qué no me dijiste nada de esto? ¿Por qué no me alertaste del gran peligro que corre la humanidad? —Estaba enfadado.
—No quería poner sobre ti más presión de la necesaria, pensé que lo mejor sería que lo vieras con tus propios ojos.— Me respondió ella.
—¿Y por qué no haces algo tú misma para impedir esta locura que están preparando los insectos? —continúe preguntando, mi tono de voz cada vez era más elevado.
—Tengo ciertos límites, Pin. Yo os puedo aconsejar, os puedo guiar y cada tanto os puedo dar una mano. Pero sois libres y tenéis que tomar vuestras propias decisiones. Yo os puedo mostrar el camino, pero tenéis que recorrerlo vosotros mismos —indicó ella.
Esto yo ya lo sabía, no era la primera vez que se lo preguntaba.
—Pero ¿qué debo hacer? ¿Cómo puedo parar esto? —supliqué—. Es un problema muy grande para alguien que mide menos de un metro.
—Al contrario, creo que esa es tu ventaja, Pin. Usa tu inteligencia, usa tu ingenio, son dones que se te han otorgado —concluyó Hada.
Antes de que yo pudiera replicar, ella desapareció de nuestra vista. De seguro podía sentir la intensidad de mis emociones.
Bufé un par de veces, resignado. Comprendía que era mi deber salvar a la humanidad y que algo tenía que hacer. Si hubiera sabido que esto era lo que ocurría, de seguro no habría deseado que Annie me acompañara.
Las horas transcurrieron con prisa; aguardamos allí mismo por Grillo mientras debatíamos las escasas ideas que nos llegaban a la mente.
Para cuando nos dimos cuenta, ya era de noche.
Mi viejo amigo llegó al horario acordado. Entramos con él al sótano del bar; incluso con sesenta centímetros, apenas cabíamos allí. El sitio, húmedo y maloliente, estaba abarrotado de insectos alterados que vociferaban.
Al pie de las escaleras, ya bajo tierra, Grillo nos detuvo.
—Tenéis que tomar esto antes de entrar. —Nos entregó un dedal del que salía un humo verdoso y de aroma dulce.
—¡Mira! ¿Ese no es tu amigo? —pregunté de repente.
Logré que Grillo desviara la mirada hacia el lado contrario mientras le pasaba mi dedal a Annie, quién se apresuró a vaciar ambos contra la pared sin que nadie lo notara —gracias a la oscuridad del lugar—. Con prisa, mi amiga me devolvió el dedal vacío justo a tiempo.
—¿Qué amigo me dices? Esto está lleno y conozco a muchos de los insectos del ejército —inquirió Grillo, todavía ligeramente distraído, mientras aproximaba su propio dedal con el brebaje a su boca.
Con una sospecha en mente, le di un empujón y se le cayó la bebida al suelo.
—¡Uy! Perdona. —Fingí una disculpa ante mi torpeza.
—No importa, Pin, me serviré otra bebida —contestó él.
—Pero no hay tiempo, Pepito. Ya la tomarás luego, está a punto de empezar la conferencia. Mira, ya sale Malcof al pequeño escenario y pronto comenzará a hablar —aseguré mientras lo empujaba hacia una de las diminutas sillas a medida de los insectos.
Annie y yo nos quedamos de pie al final de la sala. Nuestras cabezas rozaban el techo.
Cuando comenzó a hablar el líder, apenas unos segundos después, los insectos lo vitoreaban.
—¡Silencio, por favor! —Se dirigió Malcof a su público—. Gracias a todos por estar aquí hoy. Aprecio su apoyo a nuestra causa —saludó con solemnidad e hizo una pausa—. Como ya sabéis, estamos a tan solo un paso de empezar con nuestra venganza sobre los humanos. La exterminación será completa. Es una medida extrema, lo sé, pero una que garantizará nuestra supervivencia. Seremos libres de insecticidas, de pesticidas y de demás venenos que utilizan ellos contra nosotros. La Tierra entera estará a nuestra libre disposición para vivir felices y en paz.
»La entrada al laboratorio que contiene el virus ya ha sido abierta en la mañana gracias al arduo trabajo de nuestros colegas. Ya podemos escabullirnos al interior, así que comenzaremos a movernos al amanecer. Nuestras queridas hormigas, ayudadas por otros insectos, han cavado largos túneles de acceso y nos han abierto una pequeña entrada donde todos convergen. —Malcof hizo otra pausa para permitir que sus seguidores aplaudieran; luego, continuó—: Como sabéis, tan solo unos pocos insectos se contaminarán con el virus, ellos ya han sido seleccionados y entrenados. Serán ellos quienes lo transmitirán al resto de nosotros. Al final, todos seremos portadores…
La conferencia continuó durante un rato más, Malcof repasó el plan y respondió a las preguntas de sus subordinados.
—Esta ha sido nuestra última reunión antes de llevar a cabo el ataque. ¡Os deseo éxito a todos! Y acordaros de tomar vuestras bebidas antes de salir de aquí, y también antes de actuar al amanecer. —Tras decir esas palabras. Malcof se retiró de la escena.
Annie y yo aguardamos a que los vítores se apagaran. La multitud de insectos se hizo cada vez más pequeña. Podríamos habernos marchado en ese momento, pero preferimos aguardar por Pepito.
Pocos minutos más tarde, su semblante asomó entre el montón. Parecía haber cambiado, había algo distinto en él, algo que creí reconocer.
—¿Qué te pasa? —pregunté, curioso.
—No sé, Pin. Ahora no me acaba de convencer el asunto. Me parece cruel, ¿a ti no? —admitió, preocupado.
Como yo había supuesto, no haber tomado el brebaje había influido en que viera las cosas de otra manera. Ya sospechaba yo que algo raro había en ese líquido. No sabía de qué se trataba, pero era peligroso.
Sin muchas dificultades, convencí a mi amigo de que no probara la bebida tampoco antes de salir ni al día siguiente.
El tiempo se agotaba. Solo teníamos hasta el amanecer para actuar.
Por fortuna, a medida que pasaban los minutos sin consumir aquella sustancia, veía cómo Pepito Grillo cada vez se parecía más a la versión de sí mismo que yo conocí, a mi amigo leal y juicioso. Yo sabía que ello podría ayudarnos a ponerle fin al problema.
—No sé cómo caí tan bajo, estuve a punto de colaborar en cometer un genocidio —repetía él una y otra vez, muy enfadado consigo mismo.
—No te martirices con eso ya. A veces cuesta distinguir entre el bien y el mal, ver quiénes son nuestros verdaderos amigos —repetí sus propias palabras en un intento por consolarlo.
—Pero algo habrá que hacer, tenemos que impedir esa matanza — exclamó él muy angustiado.
Una parte de mí sintió que ya había cumplido con la misión que me había encomendado Hada inicialmente: mi amigo había recuperado su conciencia. Otra parte de mí, en cambio, sabía que eso no era suficiente. Teníamos que impedir que se lograran los malvados propósitos de Malcof y de sus aliados.
—Tenemos que hacer dos cosas —pensé en voz alta—. Primero, hay destruir ese brebaje para impedir que otros sigan tomándolo; quizá de esa forma no quieran atacar todavía. ¡Así podremos lograr que los insectos vuelvan a razonar por sí mismos! —exclamé—. Y segundo, hemos de impedir el acceso al laboratorio. Quizá podríamos derrumbar los túneles que conducen hasta allí —expliqué, emocionado. No tenía todas las respuestas, pero al menos comprendía la situación.
—Malcof me mostró dónde preparaba esa bebida, es en una habitación trasera del sótano. De allí también nace el primer túnel —aseguró Pepito—. Pero antes de regresar al interior, tendremos que conseguir explosivos. Si mi memoria no falla, aquí cerca hay una tienda de fuegos artificiales; y creo que estará abierta por una o dos horas más.
—No sé si entiendo bien lo que piensan hacer, pero te ayudaremos. La primera pregunta aquí es: ¿cómo podremos acceder a los fuegos artificiales? —interrumpió Annie.
Como si la hubiésemos llamado con nuestros temores, Hada se apareció en medio de los tres. Antes de decir algo, nos apuntó a Annie y a mí con su varita mágica, volviéndonos a convertir en humanos adolescentes.
—Creo que así os será más fácil, ¿verdad? Tienen una hora y luego serán muñecos otra vez.
Tras eso, volvió a desaparecer sin darnos tiempo a responder. De seguro estaba ocupada con algún otro ahijado.
Con la boca todavía abierta por lo que quería decirle, noté que no solo nos había convertido en humanos otra vez, sino que encontré en mi bolsillo dinero suficiente para conseguir lo necesario. ¡Realmente había leído mi mente, era justo lo que iba a pedir!

La conciencia de Pepito (Completa) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora