Respira
Febrero, 2019
Cuando todo parece perdido, lo hace.
Abre la boca frente al abismo, frente a un precipicio ficticio de cuento de hadas que solo él era capaz de ver.
La salida, la noche, la casi medianoche de aquel día de febrero de 2019 se vuelve casi palpable, ante una máscara de lodo y aire que nunca llegó a percibir del todo.
Escucha el ruido del tráfico a sus pies y balancea las piernas, tentando más aún a ese riesgo que él creía que no existía. Solo un golpe de mala suerte lo pondría en marcha, y nadie sabe dónde y cuándo llegaría.
Barcelona se alzaba lozana a sus espaldas. La carretera general, que se bifurcaba en el camino que conducía a ese puente metálico, hoy tenía tanta aglomeración de vehículos como de costumbre, como se esperaba hubiese un viernes por la noche en la salida de la capital de Cataluña.
Sigue balanceando las piernas. Silencio, a pesar del ruido que hay fuera de su cabeza.
Le gusta estar ahí, sentado en la barandilla de la construcción. La adrenalina, el querer mirar al suelo a pesar de lo que el instinto dormido de hacer las cosas bien diga.
Ese que nunca escuchó.
Mira a la carretera. Cuenta 20 coches y vuelve a dirigir la mirada al horizonte, en busca del sol que ya lleva bastantes horas dormido.
Se inclina hacia delante.
Tantas veces había estado ahí, caminando en ese limbo prohibido...
Y tantas veces había retrocedido.
Esa no fue la excepción, porque se inclinó, esta vez hacia atrás, mientras tarareaba una melodía que escuchó en la radio en la absoluta inconsciencia.
Ese abismo era más pequeño ahora.
A la cabeza, repentina y afilada como una cuchilla, capaz de herir mortalmente, le viene la voz dulce de su madre.
- Luis... no te arrimes tanto ahí, ¡te vas a hacer daño y luego no hay Dios que lo arregle! ¡No quiero perder a ninguno de mis hijos!
Luego, el niño retrocedía y buscaba a María corriendo. Ambos agarraban al pequeño Adrián de sus manitas diminutas. Los tres, caminando por los senderos no asfaltados, olían a vida y la respiraban, todo al mismo tiempo.
Vuelta a la realidad. A la absurda realidad.
Nota un pinchazo en la cabeza y se vuelve a inclinar hacia delante.
Pero la voz de su madre rebota entre sus sienes con más intensidad, más apremio, más ganas de resultar convincente sin conseguirlo.
Porque se sigue inclinando.
No.
No salta.
Esta vez, le faltó poco.
Tan poco como el tiempo que tardó en sacar el móvil del bolsillo trasero, girarse sobre sí mismo y asegurarse en la plataforma de hormigón.
Pulsa directamente en el icono de teléfono, apoyado en la barandilla.
Marca los nueve dígitos que se sabía de memoria, todavía consternado, temblando y con un dolor intenso en la cabeza, encima del ojo izquierdo.
Se coloca el móvil en la oreja, respirando.
Fingiendo que le faltaba el aire, o no.
Quizás sí que lo necesitaba.
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Orballo · Aiteda
FanfictionDícese de la lluvia fina que azota los cristales de las ventanas en días de febrero que no tienen final. En noches de octubre cuando nada importa, o en las mañanas de julio, cuando te das cuenta de que lo importante es el hogar. Dícese de cada una d...