PATRICIO ESTRELLA

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Es una tarde un poco fría, desde hace un rato del cielo ha estado cayendo una leve llovizna, pero aún así parece que más tarde saldrá el sol. Carlos Marino está ubicado en frente de la casa en la que tiene que trabajar hoy. Al tocar el timbre logra escuchar las tiernas carcajadas de una niña, recordó que cuando iba en el bus en el que viajó hasta ese lugar, había una pequeña que no dejaba de mirarlo con terror; su madre ni cuenta se dio de que su hija estaba a punto de llorar. Lo miraba sin discreción, sin tomarse un momento para parpadear, lo vigilaba con ese par de ojos asustados y a veces se le escuchaba una respiración entrecortada, entonces Carlos pensó en decirle que estuviera tranquila porque también siente un poco de terror hacia él mismo, en especial cuando está así como hoy, pero no tiene otra opción y por lo tanto le toca.

Le abrió un adulto joven que vestía muy casual, como para una fiesta, apenas lo vio resaltó que había llegado muy temprano así que lo invitó a tomar un café mientras llegaba la hora. Después de pasar por el zaguán, fueron hacia la izquierda y entraron a una cocina pequeña y un tanto desordenada que estaba llena de dulces, papas, salsas, gaseosas y pastel. Le ordenó sentarse en un comedor pequeño donde almuerzan en familia y tomar un trozo de pastel si quería, mientras se dispuso a preparar el café al mismo tiempo que preguntaba por su nombre, edad, de dónde es, si tiene familia y etcétera. Los que conocen a Carlos Marino le llaman Patricio Estrella porque es regordeto y su piel es un poco rosada, pareciera que siempre está un poco irritada. Al sentarse en frente de Carlos, él notó que aquel hombre le estaba observando detenidamente los detalles de su rostro, el hombre notó que ya está viejo y tiene un aspecto algo desgastado, se ve que Carlos Marino a duras penas lava sus dientes y se afeita la barba, nunca se echa bloqueador y a veces no duerme lo necesario, tiene ya unas arrugas bien marcadas y un rostro que inspira el sentimiento más nostálgico que un par de ojos pudieran expresar.

Tras un largo silencio un poco incómodo, el señor cambió su cara de desagrado y le preguntó si era feliz con su trabajo, y cuando Carlos Marino iba a responderle que sí, comenzó a hablar desenfrenadamente acerca de lo horrible que debería ser. Hablaba y hablaba cosas que Carlos Marino compartía pero no quería confesar, hasta que finalizó preguntándole cómo llegó a ser lo que era, y casi que sin pensarlo Carlos Marino comenzó a contarle de cuando era niño y vivía con sus padres, pero para ser exactos, por la vez que llegó a la casa de una tía para las vacaciones de junio.

***

Yo tenía apenas siete años en ese entonces y mis primos tenían 12 y 15 años. Mi tía salía a trabajar en las mañanas y llegaba al final de cada tarde, y a pesar de que llegaba muy cansada, tenía fuerzas suficientes para regañar a sus hijos por no haber hecho las tareas de la casa, y después sacaba más fuerzas para hacerlas por ellos y a veces yo la ayudaba. Día a día, ella iba demostrando tenerme más aprecio, en cambio sus hijos día a día me hacían más y más bromas apenas ella se fuera a trabajar pues era la forma en la que liberaban la rabia. Un día al mediodía me invitaron a jugar a las escondidas y como era un niño inocente no vi las intenciones de mis primos de jugarme una broma más. Las primeras dos rondas del juego me la pasé muy bien, pero al llegar la tercera, el menor de ellos dijo que nos escondiéramos juntos en un lugar en el que no nos encontraría el otro, y entonces acepté con gusto e ilusión. Fuimos a la habitación más lejana de la casa en la que guardaban de todo tipo de cosas, en esta había un armario enorme,mi primo me invitó a entrar ahí, pero me dio un poco de miedo y retrocedí, entonces él me volvió a invitar, y yo lo volví a rechazar; así pues ya impaciente me jaló de un brazo y me empujó dentro del armario, cerró las puertas con llave y riendo me llamó imbécil mientras se alejaba.

Desde pequeño he sido claustrofóbico, en ese instante me encontraba encerrado en una habitación de paredes de madera húmeda y muy estrecha. En la puerta apenas se colaba un hilo de luz muy tenue, sentía un terror que me aprisionaba el pecho y no me dejaba respirar. Comencé a sentir que las paredes se cerraban. Cubrí mis ojos con con mis manos y conté hasta diez repetidas veces. Al no poder calmarme empecé a mecer mi cuerpo hasta el punto de golpear una de las paredes con fuerza, en ese instante la repisa de arriba se soltó y dejó caer algo desde el techo. Era algo pesado, su olor a guardado delataba que ese artefacto tenía mucho tiempo en ese lugar. Respiré muy hondo para gritar del susto, pero todo el polvo del techo entró por mis vías respiratorias y estornudé repetidas veces, sentía que mi garganta estaba cada vez más obstruida. Comencé a palpar aquel objeto extraño que había caído en mi cabeza. Primero sentí un retazo de tela relleno, luego un pequeño tronco de madera y después cinco dedos de goma, continué palpando su cuerpo, definitivamente era una figura humana con dos brazos y dos piernas de madera. El muñeco era demasiado grande para caber en mis manos; cuando toqué la cabeza para poder identificar de qué se trataba sentí sus cabellos cortos y enredados, su rostro era bastante redondo, tenía dos ojos saltones, una boca muy sonriente y una bolita en la nariz; deseé fuertemente que no se tratara de un payaso, con susto y agresividad lo dejé caer, pero sin querer al soltarlo jalé de un hilo que sobresalía de su cabeza y el payaso de juguete comenzó a reír escandalosamente mientras que de sus ojos emanaba una luz maligna color rojo que le daba un aspecto diabólico a su rostro. Lloré y rasgué la puerta hasta que mis uñas se cayeron y después de un rato me quedé dormido. Nunca fui capaz de contarle a mi familia, y ese fue un gran error, ya que todos los años desde ese año contrataban payasos para animar las fiestas, incluyendo las mías. Siempre me la pasé muy mal, sentado en la sala, muerto del susto mirando por la ventana a mis amigos divertirse con uno que otro payaso que a veces me miraban con sus pequeños y punzantes ojos y me sonreían con sus bocas ensangrentadas.

Patricio EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora