Segunda Versión

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Es una tarde un poco fría, desde hace un rato del cielo ha estado cayendo una leve llovizna, pero aún así parece que más tarde saldrá el sol a despedir el día. Carlos Marino está ubicado en frente de la casa en la que tiene que trabajar hoy. Al tocar el timbre logra escuchar las tiernas carcajadas de unas niñas, que instantáneamente le hicieron recordar un par de ojos aterrorizados que no dejaban de mirarlo. Se trataba de una pequeña y asustada niña que iba en el mismo bus que él hace unos instantes; su madre ni cuenta se dio de que su hija estaba a punto de llorar del miedo. Lo miraba sin discreción, sin tomarse un momento para parpadear, lo vigilaba con ese par de ojos oscuros y a veces se le escuchaba una respiración entrecortada, entonces Carlos pensó en decirle que estuviera tranquila porque él también siente un poco de terror, en especial cuando está así como hoy, pero no tiene otra opción de trabajo y por lo tanto le toca.

Después de esperar unos segundos, la puerta se abrió y apareció un adulto joven que vestía muy casual, mejor dicho, muy poco elegante, con una camisilla blanca y una sudadera de deporte, además de unas chanclas verdes oscuras. Apenas lo vio lo invitó a tomar un café mientras llegaba la hora del espectáculo. Después de pasar por el zaguán, fueron hacia la izquierda y entraron a una cocina pequeña y un tanto desordenada que estaba llena de dulces, papas, salsas, gaseosas y pastel. Le ordenó sentarse en un comedor pequeño donde almuerzan en familia y tomar un trozo de pastel si quería, mientras se dispuso a preparar el café al mismo tiempo que preguntaba por su nombre, edad, de dónde es, si tiene familia y etcétera. Los que conocen a Carlos Marino le llaman Patricio Estrella porque es regordeto y su piel es un poco rosada, pareciera que siempre está un poco irritada, así como el personaje de las caricaturas. Al entregarle la taza de café, se sentó en frente de Carlos Marino y comenzó a observar cada facción de su rostro de manera detallada. Pensó que ya está viejo y tiene un aspecto algo desgastado como para andar dando shows infantiles, dedujo, sin decirle a Carlos Marino, que a duras penas ha de lavar sus dientes, que lo más probable es que nunca se echa bloqueador y por sus ojeras no parece dormir lo necesario, pues tiene ya unas arrugas bien marcadas, unas ojeras difíciles de maquillar y un rostro que inspira el sentimiento más nostálgico que un par de ojos pudieran expresar.

Tras un largo silencio un poco incómodo, el señor cambió su cara de desagrado y le preguntó si era feliz con su trabajo, y cuando Carlos Marino iba a responderle con una mentira positiva, comenzó a hablar desenfrenadamente acerca de lo horrible que debería ser el trabajo de un payaso. Hablaba y hablaba cosas que Carlos Marino compartía pero no quería confesar. Con sus palabras, Carlos Marino comenzó a sentirse tenso y mal, cuando terminó de criticar su trabajo, el hombre le preguntó a Carlos Marino cómo llegó a ser lo que era, y casi que sin pensarlo Carlos Marino comenzó a contarle de la vez que llegó a la casa de una tía para las vacaciones de junio, tiempos en los que era apenas un inocente infante.

***

Yo tenía apenas siete años en ese entonces y mis primos tenían 12 y 15 años. Mi tía salía a trabajar en las mañanas y llegaba al final de cada tarde, y a pesar de que llegaba muy cansada, regañaba a sus hijos por no haber hecho las tareas de la casa, y las hacía por ellos, a veces yo le ayudaba. Siempre fue más cariñosa conmigo que con sus hijos, a mí me preparaba chocolate caliente en las mañanas y compraba pandebonos recién hechos, en cambio a sus hijos les daba cereal y huevos cocidos. Cada día, mis primos me hacían más y más bromas apenas ella se iba a trabajar. Hacerme los días miserables en esa casa era la forma en la que liberaban su envidia. Un día al mediodía me invitaron a jugar a las escondidas y como era un niño inocente no vi las intenciones de mis primos de jugarme una broma más. Las primeras dos rondas del juego me la pasé muy bien, pero al llegar la tercera, el menor de ellos dijo que nos escondiéramos juntos en un lugar en el que no nos encontraría el otro, y entonces acepté con gusto e ilusión. Fuimos a la habitación más sola de la casa en la que acumulaban de todo, allí había un armario en especial, era gigante. Mi primo me invitó a escondernos ahí, pero me dio un poco de miedo y retrocedí, entonces él lo volvió a hacer de una manera menos amigable conmigo, y yo lo volví a rechazar; así pues ya impaciente me jaló de un brazo y de una patada en mi estómago me empujó dentro del armario, cerró las puertas con llave y riendo me llamó imbécil mientras me dejaba solo.

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⏰ Última actualización: Apr 17, 2019 ⏰

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Patricio EstrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora