La Intuición Hale.

El fin, a veces, justifica los medios.

Un mensaje de Deaton le había despertado esa mañana. A Stiles le pareció raro, pensó que igual se había equivocado al elegir contacto; su nombre y el de Scott empezaban por la misma letra al fin y al cabo. Pero al aparcar en el parking de la clínica y ver el coche negro con el que tan familiarizado estaba, se confundió todavía más. Derek y Deaton conversaban animadamente cuando Stiles entró en la sala de exploración. Dos pares de ojos se volvieron hacia él.

-Stiles, me alegra que hayas podido venir- dijo el druida como bienvenida. Su sonrisa paternal siempre había tranquilizado al joven, incluso antes de saber que era un anciano brujo céltico, cuando sólo era el jefe de su mejor amigo. 

-No es nada, no es como si tuviera vida social ni nada. Hola Derek.

Tristemente era cierto, pero un poco de sarcasmo nunca viene mal. No obtuvo respuesta del moreno, sin embargo, Deaton rió y acercó una bandeja de plata que tenía sobre uno de los aparadores de la sala. En ella había una jeringuilla cargada de un líquido morado que conocían bastante bien.

-¿Matalobos? 

-Bueno, Scott me ha comentado el viaje que estáis preparando para dentro de tres semanas, pero no creo que consigáis eliminar del todo el peligro tan solo con alejaros.

-No creo que consigamos aplacar la ira de una manada de hombres lobo con una sola jeringuilla- dijo Stiles con escepticismo. Se debía haber vuelto loco si lo creía.

-Claro que no.

El médico salió en busca de algo fuera de la habitación y Stiles se permitió entonces mirar a Derek. Apoyado en una de las encimeras, le estaba mirando fijamente. Llevaba unos pantalones vaqueros negros y una camiseta básica gris que marcaba todos los músculos de su torso y joder, parecía recién salido de la ducha, pelo mojado y desordenado. Nunca le había visto así, tan natural y despreocupado. Quizá porque siempre que se veían estaban bajo algún tipo de peligro, ya fuesen cazadores intentando despedazarlos, animales sobrenaturales desconocidos o haciendo guardia las noches de luna llena. 

Esas noches eran sus favoritas: estaba con Derek (no solo, pero Isaac y Scott no es que estuvieran en muy buenas condiciones) y aunque prácticamente no le dirigía la palabra, le gustaba estar en su compañía. Stiles traería sus deberes y fingiría hacerlos, mientras en realidad estaría observando a Derek leer El arte de la guerra, de Sun Tzu, o quizás Guerra y paz, de Tolstoi. Cuando la noche estuviese bien entrada y no hubiese tanto peligro como al principio, Derek liberaría a sus dos betas de las cadenas y se alejaría en su coche a donde quiera que viviese. Pero no todas las noches habían sido así, recordó Stiles. Su memoria retrocedió al pasado Halloween, hace dos lunas. 

Curiosamente la luna llena había coincidido con aquella noche, lo cual según su sentido común identificaba como algo muy extraño. Y así lo confirmaron cuando esa misma tarde el padre de Stiles le llamó alarmado: un par de chicas habían llamado a emergencias debido al avistamiento de una criatura grande, peluda...y antropomórfica. Así que la manada de Derek se puso manos a la obra. Se repartieron puntos estratégicos a lo largo de la ciudad y montaron puestos de vigilancia; Scott y Lydia, Allison y Isaac, Derek y Stiles. Así cada hombre lobo tendría a alguien para mantener su parte humana a flote, y Stiles tendría un ataque al corazón de lo nervioso que estaba.

Allí, en la azotea del Beacon Hills Memorial, los dos hablarían por primera vez sin atacarse el uno al otro. Derek estaba de pie en el borde del edificio, atento a cualquier cambio en el aire, cualquier rastro de esencia animal, y el ambiente casi te dejaba sin respiración. Siempre era así cuando no sabían a qué se enfrentaban: el Alfa parecía llevar el peso del mundo en sus hombros.

-Descansa un rato, ya vigilo yo ahora- propuso el joven. Al principio solo recibió una mirada vacía, pero después Stiles quiso pensar que lo que Derek murmuró fue un "Gracias". Avanzó hasta el borde y se sentó.