C I N C O

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Clint Barton no recordaba cuál de todas las misiones que había realizado había sido la más calurosa.

Se le vino a la cabeza algunas de un pasado no tan lejano, como la de India, la segunda misión que había tenido junto a Natasha. Habían sido tan solo cinco días agónicos de sol y sequedad transportando y custodiando a un grupo de tres ingenieros nucleares hacia el este del país en camioneta. Había cierto peligro por las diversas advertencias violentas que habían recibido los ingenieros, pero la verdad fue que en esos días lo único amenazante que los acechaban era el sol. También recuerda aquella fatídica misión en el centro de Vietnam cuando trabajaba solo para SHIELD, donde perseguía a un terrorista al cual tenía que neutralizar de un disparo. Era simple: llegar, marcar, disparar e irse, pero las cosas se habían complicado a último momento, no todo resultó bien; lo único que le importaba destacar de aquel día era la humedad pegajosa y asquerosa y el aire caliente que por poco lo deja moribundo.

Muchos otros días se invocaban en su mente, pero ya no importaba. Miró su reloj, llevaba más de seis horas expuesto al día más caluroso que les tocó desde que llegaron a Lagos. El día todavía no terminaba, el calor intenso parecía que a Ruthford no le afectaba, el hombre seguía moviéndose de un lado para el otro, y los agentes tenían que ser su sombra silenciosa.

No sabría si podría darle el título ganador a aquel día como la misión más calurosa, asquerosa y molesta, pero después de estar tantas horas bajos los incinerantes rayos del sol, a Barton le parecía que padecer un solo minuto de aquel día superaba cualquier mes en las misiones pasadas.

Anoche había llovido, sin embargo esa lluvia no trajo consigo el alivio. Todo lo contrario.

Mientras sentía que una gota de transpiración descendía por su espalda, mojando su ya empapado chaleco, le echó un vistazo sigiloso a lo que ya venía vigilando hace rato.

Más que ingenio fue suerte la razón por la cual encontraron el lugar donde Ruthford y su equipo fabricaban las armas. La fábrica estaba disfrazada de taller mecánico, ubicado a unas veinte cuadras del centro de la ciudad, un lugar estratégico; por allí no transitaban muchos autos ni pasaba mucha gente, las calles que los rodeaba les abrían distintas vías de escape efectivas si lo necesitaban. Por afuera no se veía que el taller fuera muy grande (de tan un solo piso, la pintura azul del exterior estaba ya gastada y el cartel casi ilegible) pero sospechaba que sí lo era por dentro. El arquero estaba seguro de que había un acceso que los llevaba a un subsuelo, o quizás dos.

Revisó rápido su reloj. Eran casi las cuatro de la tarde, el sol tomaba su camino hacia un atardecer muy esperado. Pero lento, lo hacía muy lento. Barton disfrutaba del verano, era su estación preferida, sin embargo debía admitir que detestaba que el día durara tanto, que el calor se extendiera una o dos horas más.

Dos horas. Se percató que había estado vigilando el taller sobre una terraza del bloque delantero durante dos horas. Y en ese lapso de tiempo, misteriosamente, no vio a ningún cliente acercarse con su auto averiado. Solo lo vio a Ruthford ingresar con su auto —acompañado siempre por custodias— y salir media hora después. No había seguridad en el perímetro, tampoco cámaras de vigilancia.

Hubiera sido sospechoso, pero Hawkeye ya sabía sus jugadas, sacaba conjeturas muy rápidamente. Toda la fuerza de resistencia y seguridad estaba adentro, y había una sola entrada para ingresar, que estaba vigilada, también desde adentro.

Bebió un poco de agua de la botella que lo había acompañado durante todo el rato y se limpió la transpiración que le bajaba por su frente con la palma de su mano, esperando no haberse quitado el protector solar que Natasha tanto le había insistido en que se ponga.

La espía se le vino a la cabeza. Natasha ya debería haber vuelto, se recordó, e intentó no dejar que la preocupación creciera más de los niveles que antes los consideraba normales. Lo que antes era una preocupación precavida ahora se transformó en inquietud preocupante.

Surrender the nightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora