Capítulo 25.

670 51 2
                                    

-Te voy a estar llamando –musitó Harry cuando estuve a punto de cerrar la puerta. Me volví.

-¿Por qué?

-Para mantenerte bajo la mira –respondió, con rostro neutro. Me quedé boquiabierto.

-¿Tú de verdad crees que arriesgaría mi vida por una fiesta? –lo reté. Él frunció el seño dándome la respuesta esperada, un discreto y rotundo “sí”. 

-Si no lo contestas, te juro que iré a buscarte –no era una amenaza. Se irguió de nuevo y fijó su mirada en la ventana del auto, con una mano apretando el volante con fuerza. Indignado, cerré la puerta del Volvo y me dirigí a mi casa hecho un manojo de nervios. 

La semana transcurrió lentamente. Todos hablaban sobre la fiesta de Liam y yo mentía diciendo que me habían dejado ir, cuando en realidad mi madre no estaba ni enterada. Harry llamaba todas las noches para fastidiar, y a veces por las tardes, cuando hacía mis tareas o estudiaba Química o leía algún libro para nuestra clase de Literatura. Básicamente, nuestras conversaciones eran secas y precisas. Me preguntaba qué hacía y yo me limitaba a decirle que tenía que estudiar o mi madre me freiría el pellejo, él reía y colgaba. 

La situación con Liam se me estaba saliendo de las manos, sus besos eran como sentir carne de pollo crudo sobre mis labios, sin causar ningún otro efecto en mí, y mis padres habían planeado un almuerzo para conocerlo el próximo mes. Demonios. Me estaba arrepintiendo de haberles hablado de un “hermoso jugador de fútbol americano”. “Liam Payne, me decían que se llamaba”. En aquellos tiempos, mi mayor preocupación era no verlo en la salida o en las clases de Educación Física. Ahora sentía costumbre. Ese tipo de costumbre que te frustra tanto, que de repente quieres tirarte de cabeza contra un cactus. 

El sábado por la tarde me desperté con el estruendoso sonido del inicio de una canción de Epica, tras haber dormido una corta siesta. Había dejado los audífonos en mi oído al mediodía. Crucé algunas groserías por mi mente y me senté con pereza, quitándome los audífonos de un solo tirón, haciendo que me dolieran los oídos. 

Eran las seis y doce minutos de la tarde cuando salí de darme un baño. En cuarenta y siete minutos comenzaría la fiesta de Liam en uno de los mejores clubes nocturnos de Londres, y ni siquiera había sido mi madre quien me había prohibido ir. 

Mi teléfono celular sonó desde la mesita de noche, y caminé arrastrando los pies para contestarlo.

-Harry –suspiré. Casi pude escucharlo sonreír.

-Sabía que te acostumbrarías –musitó -. ¿Qué haces?

-Me estaba duchando –mascullé de mala gana -. Mira, no tienes que llamarme a cada segundo para comprobar que sigo aquí. ¿Bien? Ya me advertiste lo suficiente. No iré a la jodida fiesta y me pudriré aquí como tú me indicaste.

Rodé los ojos, con la furia saliéndome de los dientes como veneno, como si intentase traspasar la línea telefónica y darle una bofetada.

-Te conozco lo suficiente, como para saber que te importaría una mierda dejar todo e ir a la puta fiesta para complacer a tu maldito novio –escupió -. ¿Sabes qué? No vas a ir. Porque si algo malo te pasa, yo tendré que ir a salvarte el culo, ¿y sabes qué pasará después? Estaré acabado y tú conmigo. Ponte las pilas, Louis.

-¿Por qué me proteges? –casi grité.

-No voy a dejar que ellos te tengan una vez más –espetó -. Así que no jodas, siéntate en la cama a hacer alguna cosa, lo que sea. Pero no-vayas-a-la-fiesta.

Suspiré, lleno de rabia.

-Adiós –escupí, y colgué. Me tenían los Testiculos jodidos con toda esa mierda. Me tumbé en la cama con los brazos abiertos sin haberme quitado la toalla de la cadera, y cerré los ojos, apretando los párpados con la esperanza de que, en un universo paralelo, yo despertara de golpe de aquella larga y mortífera pesadilla de la que era víctima.

Perdido -Larry Stylinson.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora