Lógica, sentido común, y algo de perversión.

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Era otro día rutinario en el Raimon. El capitán del equipo de fútbol, Mark Evans, se dirigía a las canchas para comenzar el entrenamiento matutino. Mientras caminaba, su mente estaba ocupada con la firme decisión de confesar sus sentimientos a cierto peliazul. Sin embargo, en su camino hacia las canchas, observó cómo Nathan se despedía cariñosamente de Ryan Miles. La escena le hizo sentir un nudo en el estómago. Tras la partida del moreno de cabellos rubios, Nathan notó la presencia de Mark y lo saludó con una sonrisa.

-¡Hola! -dijo Nathan con entusiasmo.
-Hola... -respondió Mark, intentando ocultar su desánimo.
-¿Estás bien? -preguntó Nathan, frunciendo el ceño ligeramente.
-¡Sí, sí! ¡Vamos a entrenar! -exclamó Mark, forzando una sonrisa mientras pasaba rápidamente junto a Nathan.

Una vez que todos terminaron de calentar, Axel comenzó a practicar su famoso tiro con la ayuda de Mark.
-¡Tornado de fuego! -declaró Axel mientras chutaba hacia la portería.
-¡Mano fantasma! -exclamó Mark, intentando detener el tiro. Parecía que su Mano Fantasma frenaría el brutal tiro, sin embargo, esta falló y el balón entró en la portería.

Continuaron practicando y cada vez el resultado era el mismo: el balón entraba en la portería. Los días pasaban y Mark intentaba no pensar en ello, dando lo mejor de sí. Pero esto era muy difícil, pues todas las mañanas presenciaba la misma escena que le causaba un gran sentimiento de pérdida y le desanimaba a confesar su amor. No pasó mucho tiempo para que todos notaran que Mark no tenía el mismo rostro lleno de entusiasmo de siempre al jugar o practicar fútbol. Preocupados por su querido capitán, los chicos idearon un plan.

-Está claro que algo tiene -dijo Kevin.
-Sí, pero ya le hemos preguntado por separado y en grupo y el capitán no quiere contarnos nada -agregó Steve.
-¿Entonces qué haremos? -preguntó Jack. Después de unos minutos de silencio, Jude iluminó al resto con una de sus brillantes ideas.-Al terminar el entrenamiento, todos nos vamos a nuestros respectivos destinos. Sin embargo, propongo que Nathan vaya y coincida "casualmente" con él y le pregunte qué es lo que le pasa.
-¡¿Yo?! -preguntó Nathan, tartamudeando.
-Sí, después de todo, tú y él son muy cercanos. Considero que tú eres la mejor opción para hablar con el capitán.
-Sí, sí, es verdad -alegó Tod.
-¡Vamos, Nathan! -animó Max. Después de que terminara el entrenamiento, todos comenzaron a dejar el instituto. En el camino, Nathan divisó "casualmente" al castaño doblando la esquina.
-¡Mark! -gritó Nathan desde el otro lado de la calle.
-Nathan... -suspendió sorprendido el capitán, pues no esperaba verlo. Nathan cruzó la calle y llegó donde el castaño.
-¿Vas a casa?
-Sí... -dijo Mark, cabizbajo.
-¿Te molesta si te acompaño?
-No, claro que no... -respondió un poco sorprendido. Hubo silencio durante todo el camino, pues Mark no sabía cómo comenzar la conversación y Nathan estaba muy pensativo como para entablar una. El cielo se nublaba cada vez más y, cuando sólo faltaban un par de cuadras para llegar a la casa del castaño, comenzó a llover. Ambos chicos corrieron hasta llegar al hogar de Mark, sin embargo, eso no evitó que quedaran empapados.

-¿Puedo quedarme aquí hasta que pare de llover?
-Sí... está bien -Mark abrió la puerta y Nathan entró.
-Con permiso.
-No te molestes, mis padres salieron de la ciudad.
-Ya veo.
-Toma -dijo Mark al ponerle una toalla encima a Nathan- no quiero que te resfríes.
-Gracias —respondió Nathan, mientras se sacudía el agua con la toalla que Mark le ofreció. —¿Qué está pasando contigo últimamente?

     Mark se quedó en silencio, evitando la mirada de Nathan. Se sentía incómodo, como si cada palabra que dijera pudiera hacer que todo empeorara.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Mark, intentando sonar indiferente, pero su tono traicionaba su frustración.
—Ya sabes a qué me refiero —dijo Nathan, eligiendo sus palabras con cuidado. —Has estado distante, te has mostrado preocupado y desganado. No eres el mismo de antes.

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