I.

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Sábado, 20 de septiembre de 2014

—Hace un mes le pregunté a una amiga: ¿qué hay de malo en que dos personas se amen?, y me respondió inmediatamente: nada —hizo una pausa—. Se lo pregunté a Donna, ¿sabes?, te hablé de ella el otro día —me explicaba Samara, gestualizando, alzando las cejas cuando hacía una aclaración y quedándose unos segundos en silencio cuando se olvidaba de lo que iba a decir—, esa amiga con la que dejé de hablar.

—Si —asiento, animándola a continuar.

—Bien. Pues luego le pregunté: ¿y qué hay de malo en que una chica de diecisiete años ame a uno de treinta y cinco?, o ¿qué hay de malo en que un hombre se enamore de otro hombre? Empezó a reírse, pero no porque fuera gracioso, era más bien una risa de: ¿a qué viene todo esto?, y yo simplemente esperé una respuesta, hasta que finalmente contestó: porque hay ciertas relaciones que no son del todo correctas. Entonces me reí yo —sonríe, y mi mirada se desliza hacia sus labios color cereza; permanezco serio—. ¿Entiendes lo que quiero decirte? Creo que somos un poco hipócritas en ese sentido.

—Sí, lo entiendo —acaricio su mejilla con el dedo pulgar. Estamos tumbados de lado sobre mi cama, cara a cara. 

Agarro su mentón y me inclino para acariciar su nariz con la punta de la mía; ella observa mi boca, divertida. Separa sus labios ligeramente y los acaricio con la lengua antes de fundirnos en un apasionado beso.

Pruebo su sabor, y tras complacerme, es ella quien se separa; la abrazo y beso su cabello.

—Todos somos unos hipócritas, pocos se salvarán —concluyo, perdiéndome de nuevo en sus ojos azules.

—Muy pocos.

—Pero para mí es suficiente con que nos entendamos tú y yo, no hace falta nada más, ¿no crees?

—Sí, aunque yo tardé unos meses en entender que el amor no tiene límites —ríe, y agarra mi mano para conducirla bajo su falda escocesa—. Ningún límite —mis labios se curvan y juego con la tela de su ropa interior, inclinándome nuevamente para besarla.

—Deberías de haberle preguntado a tu amiga: ¿qué hay de malo en amar a mi hermanastro? —Samara no contesta, pero tampoco espero su respuesta; observo cada uno de sus gestos mientras le doy placer con mis dedos.

Tiene razón, el amor no tiene límites.

Sin límitesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora