III.

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Jueves, 19 de junio de 2014

Samara nunca me había gustado, simplemente empezó a causarme curiosidad; comencé a verla de una manera diferente, fijándome más en sus gestos, en su vestimenta de los fines de semana, en la manera inocente en la que hablaba, entre otras cosas. Cruzaba además la etapa de la adolescencia, al igual que yo, que tan solo le llevaba un año más de diferencia, y los cambios físicos empezaron a resultar evidentes.

Si la había tratado como a una hermana los últimos trece años, ya no me veía capaz de hacerlo. Se convirtió en una amiga más, una amiga especial con la que convivía y compartía un hermano consanguíneo de cinco años.

—¡Un seis con cinco! —escuché gritar a Samara, que entraba rápidamente en el salón—- ¡Aprobé el examen de latín!, ¡prácticamente tengo el seis asegurado en las notas finales! 

La vi llegar con su uniforme escolar y una mochila negra que colgaba de su hombro.

—Felicidades —sonreí, orgulloso. Yo me encontraba tumbado en el sofá.

Samara me miró atentamente, formándose un extraño silencio; sus mejillas se tiñeron de un color rosado.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —reí.

—Me preguntaba si luego..., podrías darme unas clases de literatura —trató de pedirme, logrando sorprenderme—. Bueno, voy a decirle a mamá que aprobé, luego lo..., lo hablamos —rió forzadamente y desapareció de mi vista como un rayo.

[...]


Sabía que a Samara se le daba bien la literatura, así que la situación me había causado bastante gracia a la vez que me resultaba divertida. Estaba casi seguro de que creía que le pediría un beso si la ayudaba, sin embargo, no lo hice.

Nos sentamos frente a su escritorio, ella agarraba un subrayador: le había pedido que leyera la teoría y la sintetizara. Movía la pierna izquierda continuamente, con nerviosismo; yo sonreía, observando cada uno de sus movimientos.

—Oye, Axel —llamó mi atención, viéndome a los ojos—. Gracias por..., por ayudarme

—Venga, Samara, concéntrate, que ya llevamos aquí media hora y aún no empezaste a hacer el resumen —frunció el ceño y suspiró pesadamente, dirigiendo su mirada hacia los apuntes de nuevo—. ¿Te pasa algo?

 —No —dijo no muy convencida.

Llevé mi mano hacia su rodilla desnuda y sentí como se estremecía.

—¿Segura? ¿En qué estás pensando? —pregunté maliciosamente.

—En nada —respondió cortante, y sentí cómo llenaba sus pulmones de aire, tratando de normalizar la respiración.

Acaricié su piel con mi pulgar, ascendiendo por su pierna hacia el muslo.

—Dímelo Samara —insistí, inclinándome hacia ella.

Con mi otra mano aparté su cabello negro hacia un lado, dejando al descubierto su cuello.

—No dejé de pensar en —hizo una pequeña pausa—, en el beso —sus mejillas se enrojecieron—. Vale,— su voz temblaba— mejor olvida lo que acabo de decir —se levantó del asiento, dispuesta a marcharse. 

Agarré su muñeca, impidiéndoselo; tiré de ella para acortar la distancia que nos separaba y la besé, acariciando con mi lengua la suya, prolongando el momento. Sentí que me correspondía con cierta timidez.

Llevé mi mano hacia su cadera y la deslicé hacia su trasero, agarrándolo.

Nos alejamos y volví a besarla fugazmente, mordiendo su labio inferior.

—Yo también estuve pensando en ello —coloqué un mechón de cabello detrás de su oreja—. Será nuestro secreto, ¿vale? —dije antes de que ella asintiera, no muy convencida.

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⏰ Última actualización: Sep 14, 2014 ⏰

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