II.

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Lunes, 16 de junio de 2014

No somos hermanos, no compartimos sangre; aún así vivimos juntos desde hace más de diez años. Nuestros padres -ambos divorciados- decidieron rehacer sus vidas, y no satisfechos con tener que cuidar tan solo de nosotros, decidieron tener otro hijo, de ahora cinco años.

Descansaba sobre mi cama con el ordenador portátil encima. Estaba informándome sobre la facultad de Derecho de la ciudad y barajando entre diferentes posibilidades -necesitaba un plan B por si mi nota era demasiado baja-. Fue entonces cuando la puerta de mi habitación se abrió y entró en escena Samara, con su cabello negro y largo, sus ojos azules y un uniforme escolar que la hacía ver bastante atractiva, aunque ella lo odiara.

—Por favor, Axel —se acercó a mi cama y se arrodilló en la orilla del colchón; la falda se le subió unos centímetros y automáticamente mi vista se deslizó hacia sus muslos, pero pronto volví a desviarla hacia sus ojos—. Explícame algo latín, mañana tengo un exámen de traducción, es muy importante, por fa, Axel —suplicó al mismo tiempo que unía las palmas de sus manos, en un gesto de ruego. 

Me reí irónicamente y finjí estar haciendo algo interesante en el ordenador, moviendo el puntero de un lado a otro.

—¿Me estás diciendo que estás a final de curso y no sabes ni las declinaciones? —pregunté.

—Oye, yo no dije eso —se quejó—, aunque sea cierto. Pero en mi defensa he de decir que el profesor es un completo estúpido: no sabe explicar, es bipolar, dedica media hora de la clase a hacer chistes sin sentido, a veces llega tarde a clase... —empezó a enumerar con los dedos de las manos.

—Vale, para —apagué el portátil y lo dejé a un lado de la cama, centrándome en Samara.

—¿Entonces vienes a mi habitación? —preguntó entonces, y sonreí ante aquella propuesta tan inocente—. Te prometo que estaré atenta y no me quedaré dormida.

Fruncí los labios, pensativo.

—Bueno, con una condición.

—¿Una condición? ¡Deberías de ofrecerme tu ayuda sin nada a cambio! ¡Que malo!

—Seré malo pero gracias a mí aprobaste el examen de filosofía del otro día, ¿es así o no? —frunció el ceño, pero finalmente asintió, dándome la razón—. Bien, ¿y te acuerdas de cómo me lo agradeciste? —pregunté, pero no recibí respuesta—. ¿Te acuerdas? —insistí.

Jo, que sí. 

—Pues te enseño latín si vuelves a hacerlo, solo uno, ¿vale?, no es nada —sonreí y me incorporé para prepararme. Con el dedo índice señalé mi boca.

—Me da vergüenza —se quejó.

—No seas idiota, Samara, que te vi besar ya a diez chicos diferentes.

—Exageras —dijo entre dientes.

—Cumpliste diecisiete hace dos semanas y parece que tienes ocho, ¿quieres que te enseñe latín o no? —pregunté por última vez, no tenía pensado insistir más.

—Ay —suspiró—. Solo un pico, ¿vale?

Se acercó a mí rápidamente, uniendo nuestros labios, y antes de que pudiera apartarse rodeé su nuca con mi mano derecha y traté de profundizar el beso. Ejercí un poco de presión para que no tratara de alejarse y mordí su labio para que diera paso a mi lengua.

Placentero. Hacía tiempo que tenía curiosidad por saber cómo sería besarla.

Pareció corresponderme al principio pero pronto llevó sus manos hacia mi pecho para alejarme.

—¡Joder, Axel! Eres un tramposo —reí, viendo como trataba de coger aire y normalizar su respiración; su pecho subía y bajaba.

Elevó el brazo con el fin de secar sus labios húmedos con el dorso de la mano, pero antes de que pudiera hacerlo  agarré su muñeca, impidiéndoselo.

—No lo hagas —le dije con una sonrisa, satisfecho—. Venga, vamos a estudiar para ese examen de mañana.

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