Ella despierta, los ojos latiéndole con intenciones de huir.
La ciudad renuente parpadea en un ritmo contagioso que ella no puede seguir, es que en realidad no entiende que labios seguir. La ves tan frágil, con la luz parpadeante y neón quemando su piel. Es de noche ahora y ella se observa de un color rojizo-púrpura como las estrellas artificiales de este lugar. Es invierno, pero el calor se extiende por los cuerpos comprimidos. Ella busca esa manera de avanzar que todos ahí parecen saber tan bien. Esa conexión eufórica por los barbies o la flor de caña con coca, la gente de ahí habla un lenguaje en su sentido que se descuelga en ella, la hace torpe y extraña en medio de ese bullicio.
Es esta ingenuidad contagiosa que te atrae, con la evidencia de sus pupilas perdidas media danzante, totalmente fugaz.
Desaparece, a las 12 a.m la volvieron a buscar.