Llegaba siempre tarde
y cogía el último bus.
Entonces, él entraba
con sus carpetas,
el pelo hacia atrás y
miles de lunares por todo
el cuello.
Yo ya sabía que jamás
serían míos ni ellos,
ni él.
Y me escocía un poco,
pero sólo podía mirarle
desde casi el final
y calmar así flojito,
todos los terremotos que dejaba dentro de mí
al pasar.
Luego bajaba.
Bajaba y ya está.
Y se iba otro día más
en el que le echaría de menos.
Él se iba dejando allí a la chica del final entre todos esos escombros; que no eran más que su amor destruido.
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Lunares
PoetryPoemas. Son mis lunares y los tuyos, pequeños tatuajes que alguien siempre querrá besar o unir con el dedo.