La lápida de Steve II

1.4K 157 2
                                    

Kevin  solía escribir

mil poesías preciosas

para Steve

cuando ambos respiraban.

A Steve le encantaban

y le recompensada

con besos a Kev.

Él siempre llegaba tarde

a casa durante el mediodía.

Steve le preparaba una

o dos

tazas de café.  Sin azúcar.

Le esperaba viendo

el telediario de las

cinco y media

en la tercera cadena.

Sonaba el timbre y se reencontraban.

Steve le echaba mucho de menos siempre

que se iba.

Kevin era el de las sorpresas,

el de los detalles.

Hasta que un

trece de noviembre

fue Steve quien

le sorprendió.

Le informaron de su muerte

a las cuatro y cuarto,

corriendo, salió de aquellas oficinas y

se dirigió raudo a casa.

Comenzó a llorar.

Siguió llorando.

Y más.

Ya no podría ver ni

perseguir los lunares de su cuello,

ni tomar café, preparado por él, de la taza azul.

Ni siquiera podría mirarle a los ojos una sola vez más.

Y por eso le siguió escribiendo

(y leyendo)

todos esos poemas

que aún no le había

dedicado.

LunaresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora