—¿Te acompaño?—Preguntó el Canadiense al mexicano, este solo sonrió y asintió.
Ya necesitaban un poco de aire de todo lo que habían pasado, un suspiro lleno de secretos guardados. Ambos necesitaban sacar todo lo que se habían guardado.
Ambos caminabas a paso lento por la calle, en un silencio agradable. Pero México no se podía callar más.
—C-Canadá...
El mexicano llamó a Canadá con voz temblorosa, deteniendo su caminar. Canadá volteó hacia atrás, donde se había quedado el mexicano, Preguntó si estaba bien, contestó que no.
—Ya no se que hacer Can... España llora todos los días, ya no se que hacer por mi jefe... Y-Yo, también quiero l-llorar... Pero no puedo derrumbarme si él ya está derrumbado...—Hizo una pausa, las lágrimas empezaron a caer, temblando, mirando al suelo.
Canadá se alarmó y se acercó al mexicano, con la intención de animarlo. México al verlo acercarse lo miró, con los ojos llorosos y temblando.
Lo abrazo, no podía seguir así, no quería que Canadá lo viera así.
—¿México?.
—Ha-ce días que quería a-abrazar a alguien... Canadá, ya no se q-que hacer por mi papá. Ya no se me ocurre nada más... Tengo m-miedo... ¿Y-y si se suicida? ¡No se lo qué haría! ¡No quiero que mi papá se suicide!...Y-Ya no quiero ten-er mied-o... Me siento tan vacío...—Canadá no sabía que decir, solo pudo corresponder el abrazo.
Eso fue suficiente.
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