cigarros quemados;

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Circulaba el tranvía por las calles,
las gotas de lluvia recorrían sus cristales,
con una lentitud infinita para algunos,
y una rapidez eterna para otros muchos.

El conductor tenía una botella de alcohol al lado,
prometió a su hijo que no bebería más,
pero como no pudo evitarlo,
volvió hacia atrás,
y su máscara lo volvió a ocultar,
dejando así de cantar,
empezando a susurrar.

El chico de los auriculares miraba de un lado a otro,
preguntándose si alguien le estaba observando,
sostenía un billete entre sus manos,
nadie sabía que iba a hacer con ello,
pero nadie también sabía que eso no era algo suyo,
era algo robado,
le había prometido a su madre que no volvería a hacerlo más,
pero si no lo hacia,
no podría llegar a otro día más,
así que no pudo evitar volver atrás,
pese a los muchos ofrecidos quizás.

Una mujer sentada,
vestía unas llamativas botas rojas,
llevaba un chubasquero y escribía todo el rato en su móvil,
sonreía con los ojos llorosos,
porque volvía de su propio infierno,
y pese a que le prometió a su hermana que no lo pensaría,
que no caería,
tenía una bolsa negra en su mano izquierda, había unas pastillas en su interior,
que no le iban a ayudar a dormir toda la noche,
le iban a ayudar a dormir eternamente.

Un chico rubio rozó mi espalda,
se disculpó y forzó una sonrisa,
acto seguido volvió a darme la espalda,
miró a los lados varias veces con un fallido disimulo,
me fijé por error en sus muñecas,
llenas de cortes y de sangre,
llenas de cicatrices provocadas por el más profundo sufrimiento,
ese en el que no puedes ni mirarte,
porque eres incapaz de quererte.

Un niño tenía un golpe en el ojo,
llevaba unas gafas de sol para intentar cubrirlo,
pero era inútil porque con tan solo ver al pequeño caminar,
ya sabías que estaba roto.

¿Lo peor? es que ese alma tan joven, pura y bonita,
tenía aquel día un golpe más,
ese era el siguiente de muchos y el anterior de millones,
que su corazón cada vez se volvía más morado,
porque cada vez tenía más golpes,
y nadie hacia nada,
todos callaban,
nadie quería ver que el corazón de ese pequeño,
estaba siendo brutalmente golpeado,
que estaba muriendo,
asfixiado por los golpes,
dados por unas personas que no se preocupaban de su corazón,
porque no tenían ninguno del que preocuparse.

Una chica con una trenza y un lazo blanco en su extremo,
múltiples anillos de metal y pulseras que tapaban quemaduras,
quemaduras provocadas por el mechero,
ella sabía que si sus padres las veían,
ese rostro de decepción nunca se iría.

Con sus ojos rojos pero la mirada indiferente,
me preguntó con un cigarro en la mano: ¿Tienes fuego?,
negué aún inmersa en mi burbuja y ella continuó su camino,
no cruzamos la mirada,
pero supe que pensaba,
que ese cigarro,
la estaba matando,
como deseaba,
que le estaba abriendo las puertas de este hipócrita mundo,
como quería,
que necesitaba prenderle fuego a su vida,
para que finalmente explotara.

Supongo que ella terminó encendiendo su cigarro ya quemado,
y que siguió soltando ese tranquilizante humo,
ignorando su desesperación,
por salir de este mundo.

Supongo que cada tranvía tiene a sus ángeles,
a sus demonios,
a sus observadores,
a sus cigarros quemados...
Y que tengo que conformarme,
con pensar que todas esas almas,
que van por la mitad del cigarro,
y pueden consumirse junto a él,
o tirarlo,
harán lo segundo,
y no escaparán de aquí tan pronto.

dos paredes rosas, un armario y mi sitio;Donde viven las historias. Descúbrelo ahora