RECUERDOS LEALES

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    La noche era celestial en los Campos Elíseos e Hypnos lo sabía, un momento de paz donde su memoria salía a la luz cuando apuntaba sus ojos a las estrellas.
   Sobre la barandilla del balcón era testigo de sus más grandes anhelos, Thanatos…, solo existía un dios sobre la faz de la creación capaz de ruborizarle y maravillarle con sus gloriosas melodías, esas que le robaban el espíritu con un par de acordes.
   Con la yema de sus dedos acarició sutilmente el delgado tallo de una margarita, tan pequeña y delicada, mas aún con vida después de tantos años de haber sido erradicada del suelo. Era un obsequio que guardaba con un inmenso cariño, suficiente como para hacerle sonreír plenamente embelesado, después de todo, amaba de una manera que no podía aceptar a quien se la había regalado.

   Era un día soleado de verano, ambos corrían sobre la llanura, ni siquiera tenían ocho años para comprender el mundo, pero Thanatos era capaz de entender lo que ya comenzaba a sentir por él.
   El cansancio los condujo bajo la sombra de un árbol enorme, donde el joven rubio intentó calmar su corazón acelerado por los veloces pasos que perseguían a su gemelo.
   —Hace demasiado calor. —Se pasó el antebrazo por la frente, el sol brillaba en su punto más alto y su adyacente lucía incluso más agotado que él. Ahí su igual encontró lo que se transformaría en un preciado recuerdo; a su izquierda, en medio del césped, plenamente solitaria; sus pequeños pétalos níveos se meneaban con la brisa. Era una margarita, una entre la soledad y Thanatos la cortó para su hermano.
   —Hypnos —pronunció con una voz infantil meramente vacilante.
   —¿Qué sucede? —Apenas pudo reparar en él con la agitación, sin saber que girar a verle le sobresaltaría aún más que perseguirlo.
   —Mira lo que encontré para ti. —Le tendió la florecilla, en ese intervalo el rubio perdió la escasa calma que tanto trabajo le había costado recobrar. Sus ojos quedaron estáticos e inmediatamente su respiración se cortó. Sin embargo, no fue capaz de sostener el contacto visual por la calidez que súbitamente apareció en sus mejillas—. Te la regalo. —Le sonrió con gran carisma, arqueando los ojos con esas largas pestañas que obstruían su visión. Era adorable, pero más adorable era su contagiosa actitud.
   Hypnos la tomó tímidamente, le gustaba el blanco de sus pétalos. Mas el roce de sus dedos con el de su opuesto le hizo estremecer antes de adueñarse del tallo.
   —Gracias… —susurró, encogiéndose por la cortedad. Sus dorados mechones se removían con el viento, golpeándole en el rostro, ahí Thanatos pudo verlo observar aquella flor con felicidad, tan dichoso como él en ese instante.

   Después llegaron momentos en que todo cambió y el rubio creció. Varias veces deseaba arrojar aquel recuerdo a la basura, mas no tenía el valor, ¿cómo hacerlo si ese fue solo el inicio de sus memorias más preciadas?
   Seguía girando el talluelo, pensativo sin percatarse de que era un mar de rosas por toda su piel, y fue afortunado de que nadie le viera.



   12:00 a. m. y Thanatos aún no se dormía, sus sueños pasaban a segundo plano cuando la noche llegaba con nostalgia. Nuevamente escribía sin parar para ahogar sus sentimientos en el fondo de su corazón.
   Su palma sostenía su mentón mientras la habitación era atenuada por la lámpara en la mesa; el silencio era el mejor acompañante en sus tiempos de delirios. Pero estaba tan encantado con el amor, que escribía solo para él, aunque nunca se atrevía a entregarle sus cartas. 
   —Hypnos… —murmuró en cuanto el pesado de sus párpados se le hizo una carga. Anhelaba con todo su ser salir a buscarlo para por lo menos divisar en el dorado de su cabello, sin embargo, se resistía a cualquier costo por la mínima prudencia que debía tenerle. Buscarlo a esas horas era desesperado, tan insensato como el pasado.

   En la soledad del salón de música en el templo de Hades, había descubierto una lira, un instrumento majestuoso que decidió pedir prestado en ese momento.
   —¡Mira, Hypnos! —Lo llamó animosamente con esa voz tan viril que comenzaba a madurar, su adolescencia era un baúl de recuerdos que apreciaba demasiado—. Lo encontré en el salón del señor Hades, tiene muchos iguales. —Se sentó en la orilla de los peldaños bajo el amanecer.
   —No deberías tomar lo que no es tuyo.
   —No se va a dar cuenta —sonrió, sujetándola con cuidado para pasar sus dedos sobre las cuerdas, el nítido y solemne sonido que vibró en el ambiente fue glorioso. Incluso el rubio le prestó atención. 
   Thanatos cerró los párpados antes de atreverse a tocar una melodía que había escuchado en los jardines de las ninfas, para su sorpresa, a pesar de tener nula experiencia con el artefacto, la dulce y serena sinfonía que interpretó esa mañana fue superior a la original. Meramente celestial que Hypnos quedó completamente cautivado mientras lo contemplaba.
   La belleza de esos cabellos grises bajo el sol jugaba con la paz de su semblante, capaces de impregnar al espacio con su divina presencia. Su única audiencia era el rubio en ese momento, quien por un segundo se tomó la libertad de mirarlo plenamente embelesado sin cortedad; era admirable y esas sublimes pestañas oscuras no le dejaron despegar su enamorada percepción de él. Mas cuando concluyó, el abrir de las pupilas de Thanatos lo sobresaltó.
    —Dime que no lo hago tan mal, aunque sea para no dañar mis  sentimientos.
   Hypnos se encontraba a su lado en los peldaños, solo una distancia prudente los separaba, una que su compañía decidió quebrantar al acercársele peligrosamente.
   —Yo también te mentiría para hacerte sentir bien. —Su mano se deslizó por el mármol para alcanzar la pálida piel de su opuesto, provocando que el rubio se echara hacia atrás sin predecir que Thanatos lo seguiría—. No sabes todo lo que te diría ahora —murmuró cercano a su rostro, poniendo nervioso a quien sufría con sus atrevimientos—. ¿Te ha gustado? —Hypnos no respondió, al contrario, la respiración se le cortó, su hermano lo tenía acorralado contra la barandilla de las escaleras—. Yo tocaría para ti, siempre. —Contempló ese dulce rosáceo en sus labios antes de sellar los ojos, dejándose llevar por el momento, mas al inclinarse hacia el frente, su igual se incorporó de inmediato para esquivarle.
   Era el beso que tanto había estado anhelando en su vida, pero ahí comprendió que su gemelo no deseaba dárselo.

   —Hypnos… —Se removió entre las sábanas, a mitad de la madrugada, finalmente cayó dormido, mas no estaba solo en la habitación. Volvió a pronunciar su nombre una vez más, llamando la atención del aludido, quien yacía varado a un costado de su lecho con esa característica actitud impasible que lo observaba con interés. Desde luego, su presencia no era obra de alguna invitación, sino de su intriga por saber qué provocaba la alteración del cosmos en su hermano, a cambio, solo se topó con el mencionado meramente inconsciente, balbuceando incongruencias.
   El joven se movía sobre la almohada por fragmentos de tiempo que no rebasaban los dos minutos, aunado a sus manos que apretaban las finas cobijas con desesperación.
   «¿Qué te sucede?», se desconcertó el intruso, llevando su palma a la frente del peli-plata; estaba cálido, más de lo normal.
   —Hypnos. —Lo escuchó otra vez, aunque posteriormente pareció tranquilizarse. El rubio se vio tentado por el atractivo de ese dócil dios que aun despierto no opondría resistencia a las intenciones que comenzaban a plasmarse en su mente, sin embargo, se obligó a controlarse, apartándose de él al instante. Era muy tentador, demasiado como para quedarse.

MIS DELIRIOS POR TI - THANATOS X HYPNOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora