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El cuerpo colgaba bajo el puente gruñendo y dando giros violentos mientras la cuerda se ajustaba cada vez más al cuello, provocando dolorosos cortes con el roce. Poco a poco, con las manos temblorosas, Chuuya jalaba la cuerda desde el borde de la baranda, haciendo lo posible para que sus músculos pudiesen con el contrapeso de aquel chico, más alto y pesado de lo que parecía a simple vista.

Si se tardaba mucho en subirlo, probablemente ya no estaría con vida.

La cuerda comenzaba a quemarle los dedos a Chuuya pero éste, sabiendo que se arrepentiría de dejar morir a ese bastardo suicida, continuó jalando hasta que alcanzó unos mechones castaños de los cuales tiró con más fuerza para poder tomar el cuello, los hombros y, por fin, subir el cuerpo por encima de la baranda a suelo seguro.

El joven se quejó ruidosamente al caer encima del cuerpo de Chuuya, quien respiraba cansado de su gran hazaña sin importarle el peso que lo aplastaba.

Después de unos largos segundos, el moreno se levantó y apoyó en una de las bancas.

-¡Qué diablos te pasa! – gritó el joven castaño con furia entre quejidos, tos y masajes de cuello. – ¡maldito idiota! – Continuó - ¡eres un cabrón entrometido!

Chuuya no daba crédito a sus oídos. ¿De verdad estaba siendo insultado por salvarle la vida? Nadie, absolutamente nadie se metía con Chuuya, lo insultaba y quedaba ileso.

-¡Pero qué mierda! ¡Te salvé la vida bastardo hijo de puta! ¡Deberías agradecerme por eso! – Chuuya se levantó molesto y tomó su postura de ataque.

-¡Por si no te diste cuenta, eso era suicidio! ¡Quería morir por MI voluntad, gran genio!

-¡Y a mí que mierda me van tus problemas! ¡Uno lucha contra ellos, no se cuelga por que sí!

Se midieron el uno al otro en una silenciosa batalla de miradas.

De pronto, la mirada del castaño cambió de profunda ira a una divertida y burlona.

-Vaya suerte tengo en la vida – suspiró. Se sacó la soga del cuello y se dedicó con total parsimonia a desatarla y enrollarla perfectamente.

-Será en la muerte – Completó Chuuya cambiando también y mirándolo con lástima y desdén.

Sin que pudiera anticiparlo, el puño del joven impactó con su rostro mandándolo al suelo de una vez. Desde el suelo, confundido, pudo escucharlo reír escalofriantemente.

-Ahora estamos a mano.

-¿¡Cómo que a mano!? – Chuuya se levantó rápidamente y lo tomó del cuello dispuesto a devolverle el golpe, pero su puño se detuvo al ver la sonriente cara del suicida. Esa simple sonrisa le quitó la furia y la reemplazó con lástima. No podía golpearlo.

-Qué predecible – respondió el otro borrando su sonrisa.- ¿Y bien?

-¿Bien qué?

-¿Cuál es el nombre de mi salvador?

A Chuuya le extrañó que alguien lo llamara así, más cuando era alguien que lo había insultado apenas pudo hablar.

-...Chuuya – dijo con total desconfianza – Nakahara Chuuya.

-Hm, bueno Chuuya, déjame ver dónde vives – con la máxima naturalidad del mundo.

-¿Ah? ¿A ti qué te importa dónde vivo?

-Necesito un lugar donde pasar la noche.

-¿Y quién te invitó a mi casa? Duerme en otro lado.

-Si tengo que dormir en la calle prefiero morir – se volteó a asomarse al río que pasaba por debajo de ellos. Chuuya temió que se lanzara otra vez. – Y ya que me quitaste la hermosa oportunidad de hacerlo, me debes un lugar acogedor para descansar.

Doble negro / Soukoku Where stories live. Discover now