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"¡NO-puedes-dormir-aquí", aclaraba Chuuya llevando a rastras el cuerpo de Dazai, golpeándolo por el departamento mientras buscaba apoyarlo como sea en el sillón. Cuando pudo acomodarlo, sin que se cayera, se tomó su tiempo para mirar el asqueroso cuerpo que ahora manchaba su preciado lugar.

"¿Quién diablos duerme así?" gruñó cansado.

Apenas Dazai había entrado se desplomó en el suelo quedando completamente dormido. Chuuya tuvo que patearlo un par de veces para comprobar que el tipo de verdad ya no se levantaría y con una mueca de resignación y disgusto, pasó un brazo por encima de sus hombros y lo llevó hasta la pequeña sala, sin inmutarse por la evidente postura antinatural en la que estaba echado.

"Ni siquiera sé quién es en realidad" pensó molesto.

Se quitó la chaqueta y el cuchillo que guardaba y los dejó en una mesita. Luego se dirigió a un alto estante al fondo de la habitación y de un cajón sacó un par de guantes limpios, cinta y una soga. No le gustaba ser así, pero había aprendido cómo hacer hablar a tipos tercos, por supuesto, manteniendo la violencia al mínimo. La tortura injusta no era agradable a su opinión.

"¿Injusta?" pensó. Injusta.

"Tampoco era una buena noche como para quejarme, pero realmente me irritas". Tomó su cuerpo y juntó los brazos a la espalda para amarrarlos con fuerza. Renunció a interrogarlo pues no era su prisionero, le bastaba de sobra con que se quedara quieto, al menos esa noche.

"Por fin" suspiró para lanzarse a la cama con la reciente oleada de sueño que lo había golpeado. Ya no sentía ninguna mortificación en su interior y esto era más que suficiente como para dejar de lado los acontecimientos de esa noche para ocuparse a la mañana. Al tocar la almohada quedó instantáneamente dormido y, ni dos minutos después, fue Dazai quien abrió los ojos. Se incorporó en silencio y escaneó la habitación durante diez segundos antes de relajarse nuevamente.

"Quién diablos vive así" pensó incrédulo y asqueado. La única habitación era amplia y de paredes firmes de puro concreto que dejaban entrever anchas tuberías de metal en las esquinas, con ventanales a ambos lados que se unían al suelo en ángulos oblicuos para mayor iluminación y aparte del sofá, solo una cama, el estante y una mesa bien pulida daban decoración al lugar. Si bien Chuuya era notablemente ordenado y pulcro, la pared de enfrente, separada del ventanal más pequeño, estaba recubierta con anchas placas metálicas magulladas como solo una bestia podía haberlo hecho. Rastros de sangre seca daban relieve a los arañazos y abolladuras y la luz débilmente filtrada de la calle revelaba salpicaduras oxidadas que llegaban hasta el suelo. Ni un elefante en furia, ni un león agresivo habrían hecho menos, dato fascinante a tener en cuenta pues este no era un departamento, era el ático de un almacén abandonado en el que el contraste entre los muebles puestos a un lado y el desastre al frente era extraordinario.

"Mori tenía razón" pensó disgustado.

Nunca pudo descifrar completamente la intenciones de su mentor cada que una tarea era suya (parte de una supuesta terapia) y detestaba especialmente cuando gracias a las indicaciones de éste las cosas avanzaban rápidamente. Él ni siquiera era oficialmente un miembro de la organización y no era su objetivo el ayudar al nuevo jefe de la gran mafia portuaria quien, sospechaba, no tenía intenciones de deshacerse de su (ahora) cómplice en el asesinato de la anterior cabeza de serpiente, aun cuando se lo había prometido de doctor a paciente. Solo esperaba con ganas tener la oportunidad de eliminarse él mismo.

Se levantó hasta donde se encontraba Chuuya respirando profundamente seco.

"Nakahara" canturreó con lástima mientras observaba atentamente su perfil contra el blanco de la sábana.

Doble negro / Soukoku Where stories live. Discover now