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Compro mi boleto en la máquina de autoservicio, y agarro las monedas que caen escandalosamente en el sólido metal

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Compro mi boleto en la máquina de autoservicio, y agarro las monedas que caen escandalosamente en el sólido metal.

He dicho muchas veces que detesto viajar por acá cuando hay cientos de personas, pero hoy la cosa cambia; quisiera ver aunque sea una sola para calmar mis nervios.

Camino hasta el verificador, el cual me cede el paso una vez que meto el pedazo de papel en la abertura.

Avanzo quedándome cerca de una pared, recargandome en ella, para esperar mi transporte.

El silencio invade el lugar, está en completa penumbra y mi opción más viable es silbar; que listo eres Erick.

Trato de alejar mis pensamientos, logrando concentrarme en el trabajo de producción de textos; donde relato todas las pruebas que tengo a favor del porqué creo que los seres paranormales no existen, presiento que en este momento, eso no me ayuda en nada.

Por fin, a unos escasos metros se aprecia el sonido de las vías siendo recorridas.

Debo subir, aunque ahora no quiero.

Las puertas se abren, y me introduzco en el último vagón, el más cercano a mi posición.

Tomo un asiento de espaldas a lo que serían las próximas paradas.

A pesar de que la cabina este constantemente cerrada, se siente frío, incluso más que afuera.

Todos dicen que era de noche, una noche de hace nueve años, en la que el viento soplaba más de lo inusual, la línea estaba por cerrar, pues el horario ya no era propio para que alguien viajará: casi como ahora. Entonces llegó él, y en uno de los vagones completamente solos se quitó la vida, bebiendose una botella entera de amoniaco. La gente suele decir que nadie lo quería y por ello se suicidó, así que ofrendan el sitio donde falleció colocando algunos dibujos ahí, algunas imágenes santas e incluso he visto a señoras bendecir el lugar.

Media hora viajando, no es divertido para mí. Así que, tomo mi celular y abro uno de los juegos que tengo instalados.

De repente, los focos comienzan a parpadear como si fueran a fundirse y el subterráneo se menea un poco.

Tengo miedo, de que está cosa vaya a descomponerse a mitad del camino y me queda varado en la nada.

Un apagón surge en todos lados, al parecer. Tomo mi celular con más firmeza y decido encender la linterna que tiene integrada, pero mi móvil se apaga.

Maldito Candy Crush me dejó sin batería.

Mi corazón late con fuerza, porque no se ve nada en lo absoluto, tal como si tuviera los ojos cerrados.

Un horrible rechinido se escucha a lo lejos, y es entonces, que las luces vuelven a encenderse.

Suspiró aliviado mirando en todas direcciones, asustandome un poco al notar que en los primeros asientos del frente hay un chico de rizos sentado.

Seguramente al subir no me di cuenta de su presencia hasta ahora.

-Gracias al cielo no nos quedamos aquí, ¿No creés?- grito en su dirección mirándolo.

-Tienes razón- ríe un poco.

Menos mal, que ahora sé que no voy solo.

Menos mal, que ahora sé que no voy solo

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La Estación 302 ¡! TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora