El Oasis

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En un rincón de la sabana, donde los árboles son como pinceladas sobre un lienzo blanco, había, hace mucho tiempo, una diminuta aldea.

La gente de aquel pueblo, vivía armoniosamente y no dudaba en ayudarse la una a la otra. Su solidaridad era tal, que hasta los niños más pequeños, tenían un corazón tan grande como las manadas de elefantes que solían pasar por allí en la época de lluvias.

Todas las noches, los niños de la aldea, se reunían bajo el Gran Baobab para escuchar las historias del sabio bardo, que según los rumores de los más curiosos, también era hechicero. Aquel anciano hombre, tenía guardados en su memoria infinitos relatos: algunos, sobre cuevas misteriosas; otros, sobre escarabajos dorados y otros, sobre Templarios del Desierto.

Los niños adoraban aquellas historias, algunos, iban a escucharlas ocasional- mente; otros nunca faltaban. Uno de ellos era Moi, un niño que prestaba más atención a los cuentos del anciano que el resto.

-¿Cuándo seré un bardo como tú?-, preguntaba cada noche.

-Ten paciencia, pequeño Moi. Algún día lo serás- le respondía el hombre.

Pero, de repente, todo cambió.

Una noche, el anciano no acudió como de costumbre al Gran Baobab, donde ya le esperaban los niños. Para colmo de males, aquella misma tarde, Naomi, la hermana pequeña de Moi, había caído enferma y solo el bardo conocía la cura.

El Consejo de Sabios de la aldea, del que el bardo también formaba parte, pidió voluntarios para ir a buscar a su compañero, pues ninguno de ellos podía abandonar su cargo.

Nadie se ofreció hasta que de repente, surgió entre la muchedumbre el pequeño Moi, que muy serio dijo: -Yo iré-. Todos se sorprendieron y empezaron a murmurar, -Aún tienes muy pocas lunas, podría der peligroso para ti- dijo uno de los Sabios. –Pero... ¿Entonces quien irá? Nadie más se ha presentado- replicó otro de ellos.

Tras un buen rato de discusiones, todo estuvo decidido: - El niño irá a buscar al anciano bardo-, anunció uno de los hombres.

El pueblo entero pasó el resto de la tarde rezando a los pies de los grandes Tótems para que Moi tuviese suerte y encontrase al Sabio de los Sabios. Así era llamado frecuentemente el bardo.

A la mañana siguiente, la madre de Moi preparó a su hijo una cesta con el poco pan que tenían en casa, y una pequeña jarra de agua. -Ten mucho cuidado y recuerda, la vida de tu hermana depende de ti-, le dijo, muy serio, su padre. -Confiamos en ti-, añadió cariñosamente su madre.

El niño partió. En la sabana hacía un calor espantoso y procuraba ir siempre por la sombra, aunque los árboles no eran muy abundantes en aquella zona.

Pasaron horas y horas, yel cansancio comenzaba a apoderarse de Moi. El sol le apretaba en la cabeza y gruesasgotas de sudor perlaban su frente. Cada vez tenía que parase más para beberagua. En una de sus numerosas pausas, se dio cuenta de algo horrible: no tenía nada para beber. ¿Qué haría ahora? 

Su marcha prosiguió pesadamente y la esperanza de encontrar al bardo y volver sano y salvo a casa, se desvanecía a cada paso.

Pero, de pronto, divisó a lo lejos una mancha verde. -¿Será un baobab?- se preguntó Moi mientras se acercaba. Aquella mancha se hacía cada vez más grande, pero no era un árbol, era un oasis. Moi observó aquel paraje maravillado: altas palmeras repletas de dátiles poblaban el lugar y coloridas mariposas revoloteaban a su alrededor. Para la satisfacción del niño, un cristalino río bañaba el oasis.

Después de saciar su sed, disfrutar de los deliciosos dátiles y de bañarse en el riachuelo, Moi se tumbó bajo una de las palmeras para descansar. Se durmió profundamente.

El chico fue despertado por el cosquilleo de las alas de una mariposa posada sobre su nariz. El animalito, que era azul como los pendientes de lapislázuli que llevaban las mujeres de la aldea, llamó la atención del niño, que comenzó a perseguirlo.

De repente, se detuvo en seco, había encontrado algo entre la hierba. Era un colgante con un pequeño elefante tallado en madera. Moi lo reconoció al instante, era el colgante de la suerte del bardo. Por fin supo que iba por el camino correcto, por lo que siguió adentrándose en el pequeño bosque del oasis.

Tras un buen rato caminando, Moi se topó con algo imponente: ante él se alzaba un gran templo construido con arenisca. Sobre sus muros, se podían observar dibujos tallados que representaban extrañas historias. Aunque temeroso de ser atacado por algún templario, el chico se adentró en la enorme construcción. Observó fascinado los dibujos de las paredes y las estatuas que había allí.

En el piso más alto, Moi se encontró al Sabio de los Sabios cantando a los imponentes Tótems canciones que nunca había escuchado. Ni siquiera en las fiestas de la aldea, donde los ancianos se pasaban noches enteras entonando canciones para agradecer a los Dioses.

-¿Quién anda ahí?-, preguntó el anciano.

Se giró y vio al niño.

-Pequeño Moi, ¿Qué haces aquí, tan lejos de la aldea?- Preguntó, sorprendido.

-Yo..., yo...- tartamudeó el niño. -He venido a buscarte, mi hermana está muy enferma y necesita tu ayuda-, consiguió decir al fin.

-Me temo que no podré hacer nada por ella.- dijo el bardo.

-¿Por qué no?- preguntó horrorizado Moi, y añadió, -Morirá si no la ayudas pronto-.

-Pequeño amigo, los Dioses me han llamado para que vaya con ellos al Más Allá, por eso he venido al Oasis de los Dioses. Me están esperando y debo obedecer.- Respondió el hombre.

Moi comprendió que el anciano bardo iba a morir, y dijo entre lágrimas: -Pero, ¿Quién nos contará historias? ¿Quién ayudará a los enfermos?-

-Eso... lo harás tú, ninguna persona me ha apreciado tanto como lo has hecho tú. Sé que aún tienes pocas lunas, pero confío plenamente en ti.- Respondió el hombre.

El anciano, sacó algo entre las gruesas pieles que lo cubrían, y dijo: –Este es el Libro Medicinal, aquí encontrarás todas las curas para cualquier enfermedad-.

-Gracias, yo... me siento muy orgulloso, no te defraudaré, y... adiós- se despidió Moi, antes de salir de aquel lugar.

-Adiós...-, se despidió el Sabio de los Sabios.

Moi, llenó su jarra y su cesta y abandonó el Oasis de los Dioses. Estaba triste, pues había perdido a un gran amigo. Pero estaba orgulloso también, porque tenía un gran encargo por cumplir.

Nada más llegar a la aldea, el niño dio la gran noticia, él sería el nuevo Sabio de los Sabios. Le preparó una infusión del Libro Medicinal a Naomi, que pronto se recuperó.

Por la noche, como de costumbre, los más pequeños de la aldea acudieron al Gran Baobab para escuchar historias sobre frondosos oasis, mariposas azules y legendarios templos con dibujos; que contaba el nuevo bardo.

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