Habían pasado tres días desde la última vez que había visto a mi amigo Francisco. El jueves de la semana anterior me había sugerido ir al parque cercano al salón recreativo para encontrarnos con su primo, ya que este tenía un par de cintas de casete que darle. Me pareció algo extraño porque no mucha gente solía regentar ese lugar a pesar de su cercanía al centro del pueblo, de hecho se lo dije mientras hablábamos por el teléfono fijo y él pareció estar de acuerdo conmigo.
Había una razón para eso, una que solo los más ancianos o supersticiosos de la villa elegían creer. Mi abuelo me lo había dicho por primera vez cuando yo aún tenía tan solo once años y él aún tenía cierta lucidez; la segunda vez, y última vez fue hacía tres años en su lecho de muerte. Se contaba que doña Clotilde de Castroblanco se había ahorcado allí mismo tras saber que su marido había huido con toda su fortuna. Yo personalmente nunca me lo creí porque había muchas incoherencias con el año o incluso el siglo, algunos decían que el suceso ocurrió en el siglo XIX y otros decían que sucedió en el siglo XVIII.
De todas formas decidí acompañarle. Conociendo a mi amigo seguramente estaba asustado, su familia era bastante supersticiosa y, al contrario que la mía, si crean ese suceso verídico. Estaba lloviendo, así que decidí coger mi chubasquero y un paraguas para él, ya que minutos antes había llamado desde una cabina telefónica a mi casa para informarme sobre el clima húmedo de ese día. Antes de llegar al salón recreativo pasé por el estanco para comprarle una cajetilla de tabaco a mi padre y me entretuve un rato en la tienda de música buscando el casete de "Blondie" que tanto le gustaba a mi hermana. Quizás no debí hacerlo, porque cuando llegué a la puerta del salón recreativo Francisco ya no se encontraba allí.
Conseguí llegar unos minutos después a pesar del aguacero a aquel parque y dejé mi bicicleta bajo el alero de la caseta que vigilaba que ningún alborotador se introdujese entrada la noche. A medida que me adentraba notaba como se formaba una especie de niebla densa cercana al suelo que no me dejaba ver con claridad lo que se encontraba un par de pasos más delante de mí, sin embargo, no le di importancia y lo achaqué a que quizás me estaba enfermando por causa del frío. A lo lejos vislumbré dos figuras alargadas hablando mientras una de ellas sujetaba una pila de algo que parecían libros o... ¡cintas! Sin duda eran Francisco y su primo, por lo que decidí acercarme. Cuando estuve casi a su misma altura decidí romper el silencio ya que su primo, que en ese momento estaba hablando, dejó de hablar y miró a mi amigo con expresión sombría.
-Me dijiste que vendrías solo – Paré en seco al oír su voz, ¿cómo podía ser que un chico tan joven tuviese tan sepulcral voz? Se me puso el pelo de punta y un escalofrío recorrió mi fría espalda en cuanto recorrí su lívido y lánguido rostro con la mirada. Según cómo me lo había descrito me imaginé a un joven fornido y apuesto, no un esqueleto que casi no se podía mantener de pie.
Mi amigo no dijo una palabra, parecía conmocionado y su rostro era casi tan cadavérico como el de su primo. Ahora era él quien sujetaba la pila de cintas pero prácticamente no podía soportarlas con el temblor de sus manos; en ese entonces yo sentía curiosidad por lo que su primo podría haberle dicho para haber succionado toda vida de mi jovial compañero, ahora desearía no haberlo sabido nunca.
Su primo se dio la vuelta y se marchó sin tan siquiera despedirse. Tomé a Francisco del brazo y ambos nos dirigimos a la salida del parque. Le ayudé a montarse en mi bicicleta, aún estaba absorto en la situación anterior. En el camino hacia su casa me mantuve pensativo y reflexioné sobre lo ocurrido, parecía tan irreal y sucedió tan rápido que parecía que hubiese sido un sueño todo. En cuanto a mi amigo, no soltó palabra en todo el viaje.
Sin embargo, esa no fue la última vez que le vi. Estimo, grosso modo, que pasó una semana hasta la siguiente vez que lo vi. No me llamó, ni tan siquiera para comentar el último episodio de "El coche fantástico", al principio estaba enfadado hasta que me percaté de lo extraño que eso era al ser esta su serie favorita; entonces pensé en ir a visitarle. Ese día cogí el Walkman de mi hermana y me acerqué a su casa con el pretexto de que me dejase su casete de "Wham!".
Al llegar llamé un par de veces al timbre, me abrió su madre pues se tenía que marchar a su trabajo y llegaba tarde, o eso me pareció entender ya que cerró la puerta de golpe nada más entrar yo. Llamé a mi amigo por su nombre varias veces, al no contestarme ninguna de ellas me acerqué con sigilo a su habitación para no llamar su atención y sorprenderle. La puerta de su habitación estaba entreabierta y me asomé por el hueco que quedaba entre el marco de la puerta y esta; él estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas enfrente de un aparato que emitía un sonido que era agudo e irritante y a su vez melódico e hipnótico. Sin percatarme la puerta crujió y Fran, al verme ahí de pie, paró el dispositivo y se levantó para asomarse por la puerta.
-¿Qué haces aquí?- Me preguntó algo agitado, como si le hubiese visto haciendo algo que no quería que yo viera, o más bien, algo que no debía haber estado haciendo.-Me has dado un susto de muerte.
- He venido a pedirte tu cinta de "Wham!" – Intenté disimular mi curiosidad y mi preocupación por él con una mentira.
- Sí, claro. – Volvió a su habitación y al salir me entregó la cinta en la mano – Aquí tienes.
- ¿Qué era eso que escuchabas?- Su cara se volvió completamente pálida y se llevó la manos a la cabeza mientras daba vueltas a su habitación.
- No deberías haberlo oído, ahora irá a por ti- Me mostré confuso ante su reacción y al notarlo me forzó a abandonar su morada. Esa fue la última vez que le vi con vida.
Hace tres días volví a ir a su casa a devolverle la cinta, esta vez no estaban sus padres ni sus hermanos. Le encontré en su habitación con una soga alrededor de su cuello mientras su inerte cuerpo colgaba del techo. En su mano estaba una de las cintas que su primo le había dado unas semanas antes, intenté quitársela pero el rigor mortis ya le había afectado a todo el cuerpo. Justo en la pared, detrás de él, estaba escrito "Atrévete a escucharlo". Salí despavorido de la casa y llamé a la policía desde una cabina cercana, unas horas más tarde se llevaron su cuerpo. Yo escuché esa cinta, puede que mientras escriba esto esté tomando mi último aliento.
Gracias por leerlo.
ESTÁS LEYENDO
Una cinta más
Historia Corta"Han pasado tres días desde la última vez que había visto a mi amigo Francisco. El jueves de la semana anterior me había sugerido ir al parque cercano al salón recreativo para encontrarnos con su primo, ya que este tenía un par de cintas de casete q...