Nakaram

•capítulo 1, "fiesta de té"

El sol salía y yo ya estaba terminando de ponerme el abrigo para emprender mi camino, tomé mi bolso, mi cámara y mi gorro para cubrirme mejor del frío.
El invierno acababa de terminar, no había nieve, pero el frio aún te comía los huesos.

Pasé por en frente del cuarto de mi madre, la observé mientras dormía poniendo una sonrisa de medio lado en mi rostro, tomé un papel y le dejé una nota diciendo lo que iba a hacer tan temprano para que supiera dónde estaba.

Salí de casa con determinación y emprendí mi camino al bosque; la mañana estaba helada y húmeda, el rocío se veía en las plantas como pequeños diamantes de agua que brillaban con frescura anunciando la primavera. Aquel día me levanté al alba, ya que es mi hora favorita para tomar fotografías y caminar por Black Lake Woods.

Me detuve en la entrada del imponente bosque y acaricié el tronco de uno de los abedules que habían cerca para demostrar respeto.

En el pueblo hay leyendas que cuentan acerca de los árboles, dicen que ellos oyen todo lo que hacemos y decimos cuando entramos en sus dominios, estamos a merced de su custodia; siempre respeté mucho estas historias, pues me parece que algo de verdad se oculta tras ellas. El bosque es un lugar tan hermoso como misterioso, y en ocasiones, peligroso... no sabemos acerca de cuantas desgracias ocurren en lo profundo de los bosques, desgracias de las cuales sólo los árboles son testigos, y se quedan en silencio, guardando esas anécdotas como si fueran secretos que se cuentan entre sí a través del viento y las hojas con el crugir de sus ramas...

La ténue luz mañanera rozaba todo de medio lado a medida que el sol se asomaba por el horizonte, pintando el frondoso paisaje de amarillo ocre, verde oscuro, marrón intenso e infinidad de colores. Adoraba ese sentimiento de libertad mientras caminaba por esos caminos que parecían interminables, dotados de una belleza inenarrable y vida rebosante. Hoy me disponía a fotografiar algunas aves, flores y tal vez insectos.

Mientras caminaba jugaba a un viejo juego que jugaba con mi padre... antes de que muriese en un accidente de tránsito. Se trataba de contar cuántas flores blancas podías encontrar, y el que contara más ganaba; ahora no tenía ningún adversario, pero me gustaba seguirlo haciendo en forma de tributo a su memoria.

Más tarde, luego de estar casi media hora caminando y fotografiando únicamente plantas, zetas y uno que otro ciervo silvestre, me topé con un pájaro carpintero que alimentaba a sus crías, era una verdadera exentricidad en aquella época del año, y más en Black Lake Woods, ese tipo de aves no es muy común por esta zona. Así que me acerqué para tomarle algunas instantáneas; las ganas de tener al ave en mi colección de fotos me hizo perder un poco la cautela, pisando una rama que auyentó al pájaro en seguida, el cual emprendió vuelo desapareciendo entre las ramas de los pinos. Me sentí un poco frustrada, pero sabía que si seguía con mi caminata tarde o temprano encontraría otra cosa a la cual fotografiar.

Ya me acercaba a mi parte favorita del paseo, estaba a punto de llegar a lo que a mi parecer era la gran maravilla de toda la reserva, "wins of the butterfly", por la concentración de polen y olores de ciertas plantas que sólo se daban en aquella zona, había siempre una cantidad abismal de mariposas.

Al llegar al fin, me encontré con este animal en todas sus formas y colores, fotografié algunas; cuando de entre el montón, surgió una de las más hermosas que jamás haya visto, tenía una particularidad que nunca había tenido el placer de presenciar antes en este tipo de insecto; era completamente negra, sus alas eran de un negro azabache opaco y espeso, lo cual hacía que se viera con facilidad cuando volaba entre sus compañeras, pero si veías con atención y ganas de asombro, notarías que sus enormes alas estaban repletas de patrones hermosos, como un abanico de seda. El problema era que volaba muy rápido como para tomar una fotografía decente, por lo que me propuse a seguirla hasta que decidiera posarse en algún lado.