Capítulo 1.

449 22 2
                                    

Capítulo 1

Unos traviesos rayos de sol se colaron por entre las suaves cortinas de algodón color crema, incidiendo en el rostro delicado de una somnolienta joven que dormía tranquilamente en la cómoda cama de su amplia habitación. La muchacha dormía con calma, como cualquier otro día en la vida de cualquier otra adolescente de diecisiete años como ella, soñando con cosas tan normales como otro cuento de hadas con los que toda chica sueña alguna vez en la vida, sin preocupación alguna además de estudiar para sus exámenes, de no llegar tarde a casa y de lo que se pondría al día siguiente. Cuando esos pequeños rastros de luz dieron directamente con sus ojos cerrados, sintió como iba apartándose de los confortables brazos de Morfeo, volviendo al mundo real.

   Sus entrecerrados ojos marrones dieron un adormilado saludo a las paredes lilas de su amplia y medio iluminada habitación, tanteando el terreno, cerciorándose de que no se encontraba aún en esos campos verdes repletos de flores silvestres llenas de bellos colores y distintas fragancias, pisando la suave hierba bajo sus descalzos pies que había dominado su sueño de esa noche. Al ver que, en efecto, no había más verde en su habitación que las sábanas de su cama, decidió que volvería a intentar echar una cabezadita al menos cinco minutos más, o lo que su madre tardara en subir a su habitación y abrir del todo sus cortinas. Pensando en eso, se dio la vuelta para evitar que la poca luz que conseguía entrar volviera a quitarle el sueño, y cerrando los ojos suavemente llamó a Morfeo para que volviera a rodearla con sus brazos y velara por los sueños que planeaba tener de nuevo.

   Pero supo que eso ya no le sería posible cuando se percató de los pasos apresurados que se escuchaban cada vez más cerca de ella, seguramente encargados de llevar a su madre hasta ella para arrebatarle las sábanas de cuajo.

   En un momento la puerta de su cuarto se abrió con un golpe y una René nerviosa entró a la habitación, buscando a su hija entre los bultos tapados hasta las orejas bajo las sábanas verdes.

   —¡Rella, levanta! —la llamó su madre, destapando a ésta de un tirón.

   La chica simplemente gruño, intentando volver a los campos verdes y en calma tan diferentes a su ajetreada vida. René se dirigió sin más a la ventana del dormitorio y separó las cortinas, dejando pasar toda la luz que estas antes habían hecho lo posible por dejar fuera. Con eso Rella no tuvo más remedio que esconder su cabeza y su marea de rizos castaños bajo la almohada, aferrándose con uñas y dientes al poco sueño que aún tenía. Se negaba a despertar y a enfrentarse a toda su familia en el salón, felicitándola y dándole demasiados abrazos que no tenía ganar de recibir ni de dar. Pero eso a su querida madre no le importaba, y le sacó la almohada de la cabeza, dejándola desprotegida contra los molestos rayos de luz que ahora bañaban su habitación.

   —Espero verte abajo en cinco minutos, así que prepárate. ¡Vamos, levanta! —dijo su progenitora antes de salir por la puerta, sabiendo que su cabezota hija ya no podría conciliar el sueño otra vez y acataría sus órdenes, por muy reacia que se viera a ello.

   Rella entonces se quedó inmóvil en la cama en posición de estrella, con piernas y brazos estirados ocupando todo el colchón, sin gana alguna de soltar su cómoda cama. Pero después de estar por un rato en la misma postura y no tener resultados satisfactorios, supo que ya no podría volver a dormir como hacía un rato y decidió que no podía seguir esperando a que su madre la regañara mientras la escuchaba aburrida e incómoda sin poder dormir como estaba, y se levantó, despegándose del colchón a regañadientes y dirigiéndose al baño para ducharse.

   Al mirarse en el espejo su reflejo soñoliento le dio la bienvenida enfundado con su camiseta blanca y su pantalón de pijama a cuadros rojos y blancos de franela, unos ojos marrones cansados pero con todo un brillo de energía en ellos que señalaba que había dormido bien, un pelo hecho un nido de rizos castaños y una piel blanca como la leche salteada con algún que otro lunar. Se observó y al cabo de un minuto se encogió de hombros y se desvistió, sabiendo que no iba a mejorar mucho más. Su indomable pelo nunca caería en hermosas hondas morenas por su espalda como te hacían creer en los anuncios de champú, ni sus ojos serían azules o verdes como esas preciosas modelos. Sabía que era una chica completamente común y tampoco se molestaba en intentar arreglar eso pues, ¿no sería siempre, por mucho maquillaje que se pusiera, la misma después de todo? Solamente se atenía a la realidad y no se sumía en la miseria propia, ella no era de las que pensaban que era una horrible muestra humana de fealdad extrema como otras se veían a sí mismas. ¿Por qué? Era completamente normal, puede que tuviera sus inseguridades como cualquier otra persona, pero se aceptaba a sí misma tal y como era porque, si no se quería a sí misma, ¿quién iba a quererla? Ese era su credo. Así que no le importaba verse en ropa interior como a otras, era su cuerpo después de todo. Así que cuando terminó de ducharse y salió de la bañera rodeada con su bonito y cómodo albornoz azul marino, sólo se sonrió y asintió con la cabeza.

Alas de Zafiro [Concurso].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora