Capítulo 3.

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Capítulo 3.

Entró en el salón después de despedirse de su padre, con el collar aún en sus manos. Atravesó la habitación sin despegar la vista del precioso collar con el que jugaba entre sus dedos, evitando la mirada de los demás, en especial la de su madre y la de Marla. Una por eludir una discusión que sólo llevaría a Rella a su cuarto castigada; y la otra porque la muchacha simplemente sabía la diversión que había de seguro reflejada en los ojos de su prima.

   Se dejó caer en uno de los sillones verdes que estaban lo más alejado posible de las dos mujeres y siguió jugueteando con el collar. Le pareció curioso lo poco que pesaba mientras lo pasaba de una mano a otra. “Debe de haberlo conseguido en alguna tiendecilla de esas del aeropuerto de camino aquí”, pensó. A decir verdad, cuando su padre salió por la puerta, ella se quedó un rato con el collar, admirándolo, hasta que llegó a la conclusión de que su padre no podría haberse gastado más de diez euros en ella. Y eso ya hubiese sido caro para su padre. Lo cierto era que lo único que ella conservaba de su padre, algo que de verdad atesoraba y sabía que había costado mucho, y no dinero sino trabajo, era el joyero que permanecía escondido en una de las estanterías de su habitación, el cual su padre había hacho para ella cuando cumplió los seis años. Rella sonrió mientras se entretenía con la cadena de plata, pretendiendo no darse cuenta de que todas las miradas en la sala estaban en ella, aunque en unos minutos todo pareció calmarse un poco y volver a la normalidad. Sus tíos hablando de política, su tía Cara volvía a entablar una interesante conversación sobre el nuevo vestido que le había comprado el tío Marcos, René empezó a hablar con los demás intentando que lo que había sucedido pasase desapercibido, Marla reía delicada, falsa y estúpidamente de todo lo que los demás, y sobre todo René, tenían para contar, mientras por el rabillo del ojo continuaba mirando a Rella con lo que, a los ojos de esta, era una envidia considerable.  Entretanto Rella seguía observando y jugando con el collar cuando al fin se hizo la hora de la partida de sus queridos invitados.

   René, al ver que mientras sus visitantes salían por la puerta su hija no dejaba de juguetear con el colgante, se dirigió a esta y se lo arrebató de las manos en un movimiento digno de una madre que Rella no vio venir. Cuando notó que ya no lo tenía entre sus manos, miró con disgusto a su madre, que le devolvió la mirada.

   —¿A qué viene esto? —preguntó con el ceño fruncido.

   Su madre se irguió delante de ella y se guardó la cadena en uno de los bolsillos del cárdigan beige, que había rescatado del viejo armario del sótano para esa ocasión, cruzándose de brazos un momento después.

   —Sé educada y despídete de tu familia. Los últimos están por marcharse, así que espero que al menos salgas ahí y sonrías como sería lo adecuado —al ver que su hija no se ponía en pie, agitó el bolsillo donde llevaba la joya y levantó una de sus cejas—. Por si no ha quedado claro, hasta que no lo hagas la joya seguirá en mi bolsillo. Vamos —señaló la puerta, hacia donde su prima Marla y los padres de esta se dirigían.

   Rella puso los ojos en blanco.

   —Ok, vale. No hace falta llegar a eso.

   Después de toda la despedida, que llegó a durar unos quince minutos llenos por supuesto de miradas de asco por parte de Rella y su prima, sus tíos por fin terminaron de excusar la falta de su otro hijo, Andrés, a la fiesta frente a su madre, y esta pudo por fin cerrar la puerta y suspirar.

   Rella se apoyó en la pared del vestíbulo y estiró una mano hacia su madre.

   —¿Por favor, mamá? —su madre, con un suspiro pesaroso, rebuscó en el bolsillo y al hallar lo que buscaba, lo depositó en la mano de su hija. Rella sonrió—. Gracias.

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⏰ Última actualización: Jan 18, 2015 ⏰

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